El más antiguo recuerdo que conservo de la navidad es un 25 de diciembre, cuando tenía cuatro años. Mi hermana Dania había nacido justamente ese día y yo había regresado al Cruce de Guayacanes, a la casa de mi mamá, montado en un burro de última generación con mi abuela Mamá Popa, quien insistía en vivir en Loma de Guayacanes, a unos siete kilómetros del Cruce, a pesar de que sus catorce hijos e hijas habían abandonado el hogar materno, después de haber formado sus propias familias.
Cuando llegué a la casa de Tía, como yo le decía a mi mamá, lo primero que hice fue averiguar qué me había dejado el Niño Jesús: Y no me defraudó, me dejó una mariposita corredora con alas y ruedas, que inmediatamente comencé a manipular para entender.
Pero el detalle que más recuerdo de ese día es que estando frente a mi hermanita recién nacida y que había sido galardonada con el nombre de Dania Ildalisa de Jesús, además de los apellidos, hice un imprudente swing con la mariposita y le pegué con el palito en la frente y ella comenzó a llorar. Desde entonces siempre he sido muy cuidadoso con el palito.
Más adelante la navidad me marcó para siempre con la escena del Puerco en pulla desde las primeras horas del 24 de diciembre, en la casa de mi tía Visa, como yo le decía a mi tía María Luisa, que nunca tuvo hijos propios, pero que crió a mi hermana Dania y a todos los hijos de Quime, su marido.
En el patio de Tía Visa acompañaba a Paso Cachirula en la tarea de asar el puerco, faena que se tomaba prácticamente todo el día. En la medida en que avanzaba el objetivo, mi presencia solidaria era gratificada con la entrega de uno que otro cuerito del cerdo.
Mientras tanto observaba a Paso Cachirula, el asador, cada vez que se pegaba unos tragos de un aguardiente blanco, que tenía en la etiqueta una cara de gato o de león, que saboreaba con verdadero deleite. Desde la cocina grande de Tía Visa, que estaba separada de la casa, escuchaba en el radio Phillip de Tío Quime todas las melodías navideñas que siempre han anunciado esta época del año. Para esa época estaba de Moda Guandulito, el merenguero típico más famoso de aquella época, que repetía con voz aguandientosa: “a la sarandela chinita, a la sarandela, a la sarandela, de mi corazón”.
Nota. El Cruce de Guayacanes es ahora un distrito municipal de la provincia de Valverde. Cuando yo vivía allá era una sección de pocos habitantes que recién comenzaba a descubrir ciertos inventos modernos, como la energía eléctrica, el cine, la televisión, el helado en palito y el jugo de lechosa en batida.