Yo nunca la conocí y es probable que su nombre se me olvidara en esos escondrijos del tiempo que castran los recuerdos. Su voz se sumó a la de miles de madres cuyos hijos fueron desaparecidos por un cerdo que las agencias llaman ex dictador, la bestia Augusto Pinochet.
Murió, escuetamente informaron sus familiares. Más que su mención, su recuerdo es la viva voz de la lucha de los chilenos por sacar de su cabeza a ese militar sanguinario que impuso a sangre y fuego un modelo económico que hoy, extrañamente, la democracia chilena exhibe como su emblema.
Nelva Méndez de Falcone, una de las primeras integrantes de la organización conocida como madres de la Plaza de Mayo, falleció a los 76 años, con poco menos de 20 años de edad que el dictador.
Su voz se alzó desde el momento en que María Claudia Falcone, su hija de 16 años, fue secuestrada y torturada salvamente por las huestes del dictador junto a un grupo de estudiantes, por protestar el alza del transporte. Eso ocurrió el 16 de septiembre de 1977, en uno de los amaneceres oscuros de Chile que delataban las víctimas.
Murió esta señora sin saber el destino de los 39 mil chilenos desaparecidos por la dictadura de Pinochet. Quizás nunca se sabrán y el dolor se congelará en la memoria de los chilenos y extranjeros que cayeron en la vorágine de sangre instalada por el dictador con los auspicios del Tío Sam.
A partir de 1977, Nelva Falcone se movilizó junto a las Madres de Mayo, elevando sus fuerzas menguadas para que aparezcan los hijos y familiares borrados de la Tierra por la barbarie del sátrapa y sus padrinos.
Sirvan estas líneas para honrar la memoria de esta mujer.