En la historia de nuestra sufrida vida republicana hemos padecido numerosas incursiones de politiqueros y politicuchos que, blandiendo el maltrecho argumento de defensa del bienestar popular, se encargaron de desdoblar el carácter genuino del quehacer político para dejar al desnudo que lo acontecido en nuestra nación no ha pasado de ser un triste ensayo democrático.
Personajes de ingrata recordación para la historia criolla como Buenaventura Báez, Ulises (Lilís) Heureaux, Rafael Leonidas Trujillo Molina y Joaquín Balaguer convirtieron el ejercicio del Poder Ejecutivo en su propio feudo, pretendiendo cada cual manejar a su antojo los intereses de la nación, pero siempre anteponiendo su visión personalista de la realidad y los anhelos de nuestro pueblo.
Miseria, carencias, penas, amarguras, dolor, vejámenes, persecuciones, angustias, violencia, desinstitucionalización, entreguismo, corrupción, impunidad, muerte y luto dejaron a su paso cada uno de los ya citados, siempre en nombre de las reivindicaciones populares y de su “predestinación” para ocupar la presidencia de nuestro país.
A lo largo y ancho de la nación resuenan todavía los gritos y alaridos de los contrarios a la salvaje dictadura protagonizada por la reencarnación de Satanás en la República Dominicana: Rafael Leonidas Trujillo Molina, un individuo maquiavélico que dada su orfandad de escrúpulos no vaciló en comprar conciencias, en especial para anular a la intelectualidad de la época, manchándoles de sangre su dignidad, y aniquilar a sus adversarios.
La “hemocracia” que el tirano implementó, atiborrada de latrocinio personal y nepotismo, tuvo como punta de lanza el venenoso sendero de la reelección, pues debe existir algún virus que aguijonea a los primeros mandatarios desde mucho antes de Chapita para que casi todos los que le precedieron aspiren a quedarse en el cargo “cuatro años más y después hablamos”, “por necesidad” o porque “el pueblo habló”, siempre regando la especie de que no quieren quedarse, sino que la gente se lo pide o “por designio de la Virgen de la Altagracia”.
Desde que tengo uso de razón he sido un enemigo acérrimo e irrevocable de la reelección, la que sólo ha servido para que unos pocos se sirvan la mejor parte del bizcocho presupuestario nacional salpicando de migajas a los infelices que quedan a su alrededor, para que se mantengan contentos apoyando sus “iniciativas reivindicadoras”, según ellos en pro del beneficio de las grandes masas desposeídas.
Los vergonzosos 12 Años aquellos fueron el mejor ejemplo de cómo no debe gobernarse a un pueblo que todavía probaba sus primeros sorbos de libertad tras la muerte del sátrapa. Los amañados comicios que se organizaban sumieron al pueblo en la desconfianza total hacia el sistema y cuando sacamos cuenta el meollo del asunto era la funesta reelección.
Entonces era vista como una obra del demonio por todos los partidos de oposición, entre los cuales estaba el hoy gobernante, claro, cuando los principios los establecía un hombre de la calidad moral del desaparecido profesor Juan Bosch Gaviño. Es cierto que eran otros tiempos, pero la desgracia finalidad es la misma.
Hace algunos lustros me tocó la honrosa oportunidad de tomar en la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD), junto a un grupo de excelentes compañeros como Geomar García, Berenice Méndez, Solangel Valdez, Enilda Torres y Avelino García, entre otros, la Sociología de la Comunicación, asignatura que impartía nuestro actual presidente y brillante académico, doctor Leonel Fernández Reyna y en mi memoria siempre lo he mantenido como aquel profesor parsimonioso, de admirable inteligencia, muy reservado y sumamente preciso en sus exposiciones. Ese es el Leonel que nunca se irá de mi mente.
Luego lo aplaudí en los grandes mitines y caravanas que encabezó el profesor Bosch cuando fue candidato vicepresidencial y unos años después apoyé su proyecto presidencial no sólo como ciudadano sino componiendo un par de canciones incluidas en un disco producido por mis amigos Victor Victor y Manuel Jiménez.
En aquella ocasión discutí con varios amigos ante lo que entendí era una estrategia equivocada del entonces presidente, quien brindó su respaldo a las aspiraciones del licenciado Danilo Medina en detrimento del vicepresidente que le acompañó en su primer mandato, el doctor Jaime David Fernández Mirabal. Desde mi humilde óptica, aunque perdiera, siempre consideré que el candidato que podía tener alguna posibilidad ante el perito agrícola Hipólito Mejía era el salcedense, pero las enseñanzas balagueristas pudieron más que las boschistas.
En mi alma retumban algunas inquietudes que me hacen pensar que al señor presidente no le interesaba el triunfo de Danilo, y por ende del partido, para luego erigirse, como en efecto sucedió, como la mejor y única opción para recuperar el poder. Y entonces vino el desgobierno del PPH que todo lo enmugreció hasta llegar a la estupidez bochornosa de implementar una reforma constitucional con el exclusivo propósito de reintroducir la reelección presidencial. Como todos sabemos le salió el tiro por la culata y ahora quizás sus secuaces maldicen ese insòlito proceder.
Ahora el licenciado Danilo Medina, quien alfombró el retorno a la presidencia del doctor Fernández Reyna y es el verdadero artífice de los triunfos peledeìstas en las recientes elecciones, se levanta como el adversario por la nominación presidencial por el partido morado. Esta declaración de Danilo ha desatado toda una suerte de maquinación por parte de los reeleccionistas que llega al vergonzoso espectáculo de los enfrentamientos entre congresistas y compañeros del partido fundado por don Juan Bosch en el año 1973 y desemboca en amenaza de muerte contra el periodista Julio Martínez Pozo, a quien todos debemos defender y máxime ante su derecho a disentir.
Y vuelven a resonar en mi alma ciertas inquietudes que me llevan a reflexionar lo siguiente: para nadie es un secreto que las bases del PLD tienen como a su verdadero líder al licenciado Danilo Medina, y ellas son quienes deciden quién va y quién no como su candidato presidencial. Se nota, pues, que el doctor Fernández no tiene un adversario débil, sino todo lo contrario, sumándose a ese liderazgo el que la mayoría de los congresistas morados son de la parcela danilista.
Así las cosas, desde mi humilde opinión, el panorama no le favorece a los leonelistas a lo interno del partido. ¿Se arriesgará el presidente a una derrota persiguiendo la repostulación?
Tampoco es sorpresa ni secreto que la popularidad del señor presidente anda en baja, la que se verifica empeorará tras entrar en vigencia la reforma fiscal sometida por el mandatario y que ha recibido el rechazo de una enorme parte de la población y el empresariado nacional que la tildaron de innecesaria y que se sospecha que busca recaudar recursos para financiar la reelección. Si a eso sumamos que la construcción del Metro no le hace gracia a una gran porción de dominicanos que ven en esa obra la causa del descalabro de su economía doméstica, entonces hacia fuera del partido los leonelistas tampoco tienen muy bien ensamblado el camino hacia la retención del poder político.
Elevándose la cuota de rechazo y descontento, ¿se estarán creando las condiciones para una nueva derrota electoral del PLD con la idea de retornar como el Ave Fénix sin importar empujar al pueblo a otros cuatro años de amargura? La consigna debe ser, sin vestigios de demagogia, con esa sinceridad con que siempre actuó el inolvidable profesor Bosch: el país primero, el partido luego. Y el país no está en reelección, porque siempre la ha visto como una maldición, aunque desde las altas esferas pretendan hacer creer lo contrario.