Al cabo de casi 32 años de vergonzosa impunidad sobre la alevosa muerte del periodista Orlando Martínez, se teme que como resultado de la intimidación, la manipulación y el contubernio, la injusticia suplante a la justicia a fin de las autoridades exhibir un trofeo que la vocinglería estaría preparada a aplaudir como un tardío pero significativo paso de avance en la lucha contra el crimen. Esas son las ominosas señales que palpitan en la reapertura pautada para el próximo día 12 de un crimen horrendo, ocurrido el 17 de marzo de 1975.
Pero, más que una sentencia de opinión pública para cerrar el proceso, tiene la Justicia en sus manos una excelente oportunidad para apuntalar el Estado de derecho, levantando la bandera de la independencia, la dignidad, la capacidad, el valor y la responsabilidad. Ya no tiene siquiera que rastrear, como hubiera querido Orlando, a las autores intelectuales, sino juzgar como manda el buen Derecho a los presuntos culpables.
Que se examinen todas las evidencias para que la sentencia responda a la verdad es la esperanza frente a las siniestras posibilidades de que para salir de paso y complacer a sectores de poder se rompa por lo más delgado. No es que se absuelva a un culpable y se condene a un inocente, ni que se mida a todos con la misma vara, sino que se haga justicia.
Pese a una atmósfera con signos hostiles pueden los magistrados realizar un examen minucioso que saque a relucir la verdad sobre el lacerante crimen. Y de esa forma desenredar la siniestra trama que, desde un primer momento, presentó al ex cabo Mariano Cabrera Durán como víctima propicia de la operación. Para sustentar la acusación se ha tomado como base un mamotreto de expediente en que, por las condiciones de la época, el ex militar admite haber disparado contra Orlando.
Hoy, sin embargo, Cabrera Durán alega que no hizo los disparos que segaron la vida de Orlando y que se le "persuadió" para que declarara en su contra, con la seguridad, como en efecto se demostró durante varios años, de que no habría problemas porque el suceso sería archivado. Señala, además, que un coronel que también está preso lo había convocado a una misión, que era la captura, sin que él no supiera de quién y por qué, del periodista asesinado.
Esos y otros detalles tienen que ser ponderados por los magistrados que ventilarán el proceso. Porque, en honor a la verdad, sería una mancha indeleble para los jueces que por congraciarse con el poder o salir de paso incurrieran en el oprobio de la injusticia en lugar de enarbolar el brazo sagrado de la justicia. No es lo que merece un periodista que luchó por la verdad, la equidad y contra los abusos de poder.
El peso de la ley tiene que ser sobre los culpables verdaderos, pero en modo alguno sobre chivos expiatorios escogidos por su condición de más débiles. Como aparenta la saña contra Cabrera Durán con relación a los demás implicados. No hay que temer, pues hasta el propio Subero Isa, que en principio pareció formar parte del juego, ha tenido que espabilarse al darse cuenta de cuán perjudicial y arriesgada es la sumisión para el sistema judicial.