José Castro no sólo era famoso por asesinar ríos en San Cristóbal extrayendo arena sin ninguna restricción oficial, sino por los atropellos públicos que cometía contra su mujer y sus hijos, a los que intentó matar en múltiples ocasiones. El señor Castro tuvo siempre el respaldo de las autoridades de su pueblo y del gobierno.
Era un gran contribuyente del Partido de la Liberación Dominicana, donde tenía socios muy poderosos e influyentes, los mismos que hoy, a más de tres años de su violenta y justiciera muerte, lo siguen protegiendo para mantener su impunidad y garantizar los beneficios de su desaparición física.
Tanto poder tenía ese señor que utilizaba la autopista seis de noviembre para transportar materiales de construcción a pesar de que el extinto presidente Joaquín Balaguer, para evitar el deterioro de la vía prohibió el paso de vehículos pesados.
Los grupos ecológicos denunciaron en muchas ocasiones el crimen contra de los ríos de la provincia de San Cristóbal que cometía el señor Castro, pero el hombre era intocable.
José Castro estaba casado con Miriam Margarita Brito Martínez, con quien procreó 5 hijos, a quienes golpeaba salvajemente sin motivo alguno.
Durante más de 15 años la esposa de Castro soportó ultrajes inimaginables. Los golpes eran frecuentes. Los vecinos la vieron en muchas ocasiones salir desnuda corriendo de la casa huyéndole a los golpes de su marido. Las querellas de Miriam en la Policía no fueron escuchadas nunca. Las autorices no le prestaban atención a pesar de las pruebas en el rostro y de los certificados médicos. Castro era el dueño del pueblo.
Cuando se produjo el "ajusticiamiento", sus hijos eran menores de edad. José Manuel tenía 16 años, Ariel José, 15, Sadan José, 13, Eva Margarita, 12; y la más pequeña 10 años de edad. Ellos no sólo vieron como su padre le daba palizas a su madre, sino que también fueron víctima de la violencia sin freno de su padre. Ese monstruo que se llamaba José Castro después de darles puñetazos y patadas a sus hijos los trancaba desnudos durante días en la "casa" de los perros. Nadie podía alimentarlos. La comida de los perros, la purina, era suficiente para sus hijos cuando estaban en la jaula.
A uno de los muchachos le fracturó un brazo mientras le daba trompadas y patadas, a otro le entró a maquinazos con la pistola hasta hacerlo sangrar. Uno de los menores recibió un balazo en la cabeza que está vivo de casualidad. Hay que ver los cuerpos de los muchachos marcados por los golpes, las cicatrices dejadas por las balas del arma de fuego del sicópata de su padre.
Los hijos de Castro eran niños. Por Dios, niños.
José Castro era un maldito sádico, un monstruo, un ser que no merecía vivir. Porque el que le pega a su compañera, el que golpea a sus hijos, el que somete a su familia a los más crueles y despiadados castigos, el que intenta matar a su esposa y a sus hijos, de verdad, no merece la vida. Su muerte no fue un crimen, fue un acto de justicia.
Por el "ajusticiamiento" del señor Castro fueron condenados dos menores. Uno estuvo dos años en prisión y el segundo más de un año, cuando debieron ser enviados a un centro de menores para intentar curarles las heridas espirituales y morales que les causó el padre.
Pero el poder de Castro, aun después de bien muerto, es tan grande, pero tan grande, que sus socios económicos y políticos, a los que les sirvió de testaferro, han logrado una sentencia inverosímil, absurda y ridícula. No lo van a creer: Doña Miriam Margarita ha sido sentenciada a 20 años de cárcel. Y la doméstica de la casa, Elisa González Jiménez a 30 años de prisión.
Significa que después que los menores hijos del señor Castro fueron condenados por la muerte de su padre, ya con la pena cumplida, ahora viene otra sentencia por el mismo hecho, pero contra la madre y la doméstica. ¡Verdaderamente insólito! Y lo que es peor, no hay pruebas que avalen o justifiquen esa sentencia.
La muerte de José Castro no fue un asesinato, fue un ajusticiamiento, fue en defensa propia. Era la vida de José Castro o la de su esposa y sus hijos en vista de que la Policía no le prestaba atención a las denuncias y querellas de doña Miriam y los muchachos.
El ajusticiamiento fue un acto de subsistencia producto de la impunidad del arenero, de la protección que el poder económico y político de San Cristóbal y del país le brindaba.
Si las autoridades hubieran actuado cuando doña Miriam hizo las denuncias de maltrato, las cosas no hubieran terminado en tragedia.
No es doña Miriam y la doméstica las que deben ser condenadas. No han debido ser los muchachos los castigados por la justicia enviándolos a la cárcel: los que deberían estar presos son los que debieron actuar contra José Castro y no lo hicieron.
Pero el poder de éste muerto ha logrado dos condenas. Una contra los hijos y la otra contra la esposa y la doméstica de la casa.
Contra doña Miriam Margarita y sus hijos se ha cometido una tremenda injusticia para proteger a un muerto que mejor muerto no puede estar.
Las organizaciones de los Derechos Humanos y las feministas deberían tomar el caso de doña Miriam Margarita y sus hijos como un estandarte de lucha por su libertad y para que casos como ese no vuelvan a repetirse por la insensibilidad y la negligencia de las autoridades civiles y policiales.