Ha retornado la vorágine, el río tempestuoso y caudaloso de la reelección presidencial, que tanto daño le ha hecho a este sufrido país en su vida democrática, porque fomenta el chantaje y la corrupción. De nuevo han cambiado los roles: lo que antes eran anti-reeleccionista ahora acuden a trasnochados argumentos e injustas comparaciones para justificar su “camaleonezca” pose; y los que fueron reelecionistas a ultranzas, desniegan de ella hasta que no le toque su turno al bate. Es el clásico “una cosa es con guitarra y la otra con violín”.
Quienes apoyan la respostulación del presidente Leonel Fernández, sobre todo comunicadores, la justifican con el argumento de que el país más poderoso del mundo permite que el ejecutivo pueda optar por un nuevo período.
Pero jamás explican a este pueblo, que creen ignorante y mal informando, que se trata de una de las democracias más sólidas del mundo, donde un presidente puede perder su cargo en un santiamén por un “quítame esta paja”, como fue el caso de Ricard Nixon que debió renunciar tras el escándalo de espionaje a las oficinas del Comité Demócrata Nacional en el complejo Watergate.
La reelección en sí no es mala; lo que la hace perniciosa es la debilidad de las instituciones en la República Dominicana; donde el Presidente tiene un enorme poder discrecional y no es verdad que va a resistir a utilizar los recursos del Estado en provecho de sus aspiraciones políticas, y para aplastar a su contrincante en la lucha interna por la nominación.
Los ejemplos sobran, y no sólo en los casos del doctor Joaquín Balaguer y el ex presidente Hipólito Mejía, sino con el propio mandatario. Eso lo sabe bien el licenciado Danilo Medina, que en cierta forma pasó de victimario del poder a víctima.
La reelección presidencial solo será posible en un Estado de derecho, con instituciones fuertes y leyes que penalicen el tráfico de influencia y el uso de los recursos del Estado para fines políticos.
Y no me vengan con el cuentito infantil de que el PLD es un partido respetuoso, que no se presta a este tipo de maniobras propias de las administraciones perredeístas y reformistas, porque hay muchas formas –algunas sutiles- de utilizar los enormes e inagotables recursos del Estado en provecho de una candidatura determinada. Nada más hay que ver la cantidad de funcionarios, que en vez de estar justificando el salario se les paga con los impuestos de la población, andan en los programas de radio y televisión promoviendo el proyecto reeleccionista.
Solamente con el muro de contención que constituyen las instituciones fuertes y funcionales, y un pueblo permanentemente vigilante del destino que las autoridades de turno dan a los impuestos que pagan religiosamente, la reelección presidencial – contemplada en la Constitución- dejarán de ser traumática y dañina para el país, no importa el partido o candidato que la promueva.