El optimismo, definido como la tendencia de las personas a esperar resultados favorables y positivos de la vida, fomenta la longevidad. Basados en los resultados de rigurosos estudios, los científicos aseguran que los optimistas viven más porque su salud física y mental tiende a ser superior a la de los pesimistas y tienen un menor riesgo de muerte como consecuencia de problemas cardiovasculares u otras afecciones.
Para determinar el efecto del optimismo sobre la calidad y la prolongación de la vida el Instituto de Salud Mental GGZ Delfland en Deft de Holanda realizó en 1990 un estudio entre 545 personas con edades comprendidas entre 64 y 84 años y con diferentes formas de encarar la vida. Diez años después, las conclusiones fueron contundentes: la tasa de mortalidad es mucho menor entre los optimistas que entre los pesimistas.
Está comprobado que las tendencias depresivas incrementan el riesgo de sufrir lesiones cardíacas y que tener visión una positiva del porvenir se relaciona directamente con la posibilidad de vivir más años, porque la personalidad puede afectar marcadamente el bienestar físico general de un ser humano.
Investigadores del Journal of Clinical Oncology de Canadá aseguran que el optimismo contribuye con la supervivencia en casos de cáncer, por la relación que existe la mente y el funcionamiento del cuerpo; de ahí se desprende la predisposición a la depresión que experimentan los pesimistas y su mayor índice de mortalidad con relación a los optimistas.
En la clínica Mayo, en Estados Unidos, también se realizaron estudios sobre el tema y los resultados coinciden con los obtenidos en Holanda: la posibilidad de sufrir afecciones cardíacas se reduce en 42% en las personas que encaran la vida con optimismo, porque los pesimistas desarrollan con más facilidad hábitos perjudiciales para la salud, como fumar o el descuido de la alimentación, que pueden llevar a la obesidad o a la hipertensión.
RECOMENDACIONES
El doctor Roger Montenegro, médico psiquiatra, presidente de la Fundación Contener, de Argentina, señala que ”en la vida siempre hay luces y sombras, momentos malos y buenos, pero no debemos olvidar que de acuerdo a dónde pongamos nuestro eje, contribuimos a crear lo que se llaman cogniciones anticipatorias que pueden ser positivas o negativas.”
El especialista admite que el tener una actitud positiva habitual sobre las expectativas futuras no depende sólo de la persona, sino de la cultura y educación y aunque es difícil cambiar la forma como ésta ve y vive su vida (especialmente cuando se trata de adultos desarrollados en ambientes de quejas e intolerancia) asegura que es posible modificar ciertas perspectivas, siempre y cuando el involucrado tenga la voluntad de hacerlo.
Para fomentar el positivismo, el doctor Montenegro recomienda “desinstalar, poco a poco, lo negativo como práctica cotidiana y abandonar definitivamente esa actitud bipolar y cíclica de breve euforia y extensa tristeza; evitar las preocupaciones por situaciones solucionables y recordar que los malos momentos y adversidades son sólo circunstancias pasajeras.”
Si bien los hechos que a diario vivimos no siempre nos invitan a sonreír y aunque con mucha frecuencia nos llegan mensajes que nos predisponen a la rabia y el estrés y nos restan tranquilidad, siempre es mejor una sonrisa que el gesto desagradable y fruncido del desencanto.
Además, no olvide, que si se mantiene pensando que las cosas le van a salir mal o que va a venir lo peor, sufrirá dos veces: antes y cuando sucedan (si es que en realidad suceden).
Revístase de optimismo y esperanza para no caer en la apatía, la desesperación o la depresión frente a las adversidades, para que no empiece a ver los contratiempos como algo irremediable y esto le impida actuar para cambiar las cosas. ¡Sea optimista! De verdad, tiene sus ventajas.