Distrito Nacional.- La muchacha no es que sea atea, pero tampoco puede decirse que sea creyente. Digamos que es medianamente creyente. No frecuenta iglesia y no es dada a rezar.
Es probable que lance alguna exclamación en medio de un estado de crisis o desesperación; una de esas exclamaciones espontáneas que salen sólo a manera de desahogo, como, por ejemplo: "¡Dios mío, por favor, ayúdame!", lo que no necesariamente quiere decir que sea una persona de fe, sino que estalló la catarsis en un momento dado.
Pero el caso es que la muchacha ha recibido por lo menos dos señales que la han sacudido y la han puesto a reflexionar. La más reciente tiene que ver con un objeto de gran valor que se le extravió. Buscó por todos los rincones de la casa. Revisó minuciosamente su vehículo. Preguntó a sus padres si una cajita de tal dimensión y tal color se le había quedado en su casa. Preguntó a amigas lo mismo.
En eso duró días, semanas…, y nada. Se resignó a aceptar que había perdido tan preciado objeto y que jamás volvería a dar con él. Una mañana, luego de una noche de profundo sueño, repentinamente le llegó a la mente la cajita que se le había extraviado. Entonces, sentada en su cama, rezó y le rogó encarecidamente a Dios que le indicara alguna señal que le permitiera encontrar lo que tanto había buscado… La muchacha se levantó de su cama y fue directamente al lugar donde se encontraba el objeto.
"Es la segunda vez que me pasa. La anterior fue con una serie de documentos que también eran de gran valor para mi. Le pedí con vehemencia a Dios que me ayudara a encontarlo, y lo conseguí de inmediato", narró la joven.
Si apenas era medianamente creyente, ahoras es un poco más, o, quizas, comienza a ser enteramente creyente porque, a su decir, las señales, para ella, han sido contundentes. Su testimonio merece nuestro crédito.