De tantos tropiezos que ha tenido, el Tratado Comercial con Centroamérica y Estados Unidos, conocido como DR-Cafta, se ha tornado misterioso. Hoy todavía no se sabe la suerte de un convenio en cuya vigencia el común de la gente ha perdido interés, si es que en algún momento lo tuvo, amén de que su real importancia sólo la conocen los especialistas en la materia. A fuerza de posposiciones, sea por exigencia de Estados Unidos o incumplimiento de República Dominicana, todas las expectativas se han ido derrumbando como los clásicos castillos de arena. Ni siquiera habiendo liquidado a la "tiranía de la mayoría", como definió el presidente Leonel Fernández el control del Congreso por el perredeísmo, ha podido el Gobierno superar los obstáculos para convertir en realidad el acuerdo comercial.
Tan contradictorias son las informaciones y reiteradas las veladas acusaciones de incumplimiento por parte de Washington que un día cualquiera se pregunta ¿qué es lo que pasa? ¿Será que se quiere humillar a las autoridades con requisitos no contemplados en el acuerdo original o ciertamente que hay algún tipo de evasiva de la parte local?
La inquietud se torna más válida a raíz de unas declaraciones del embajador Hans Hertell en que definió de complejos los requisitos pendientes y, de paso, advirtió que la corrupción es uno de los factores que obstaculiza el desarrollo de esta nación. Se tenía entendido que el transporte de combustibles era uno de esos puntos complejos, pero con los espinosas que han sido las relaciones no se pueden descartar fenómenos como el de la corrupción.
Ese algo que no se sabe si comercial o político es lo que confiere ese halo de misterio a un acuerdo cuyas dilaciones, en honor a la verdad, importan un comino a una opinión pública por demás secuestrada por la manipulación y víctima de la incertidumbre. Para colmo, el silencio que prima hasta en los sectores que se suponen más interesados en torno a la vigencia del pacto comercial.
¿Cuál es el problema? Con el Congreso bajo control del Gobierno (aunque se insista que ese dominio costara al erario unos 6 mil millones de pesos) el DR-Cafta no es para de dar tumbos. Debió estar en vigencia desde este mes, pero por los nuevos obstáculos que se han citado y que el embajador Hertell calificó de complejos, en realidad no se sabe. El rodeo es lo que más se parece al juego del gato y el ratón, con el agravante de que mientras a Estados Unidos ni les va ni les viene por aqui se pierde la inversión extranjera.
El convenio tiene sus ventajas y desventajas. Pero ahora mismo lo peor es la incertidumbre en los inversionistas. Si el Gobierno no quiere el acuerdo, como ha parecido evidenciarlo en algunas ocasiones, que lo diga de una vez; lo mismo que si es Washington que se la pone más difícil de la cuenta. Sabe el presidente Fernández que este país no puede darse el lujo, bajo ninguna circunstancia, de permanecer al margen de los bloques regionales. Y más si cree que el mercado estadounidense incide más en la economía local que los precios del petróleo. Ya es tiempo para un punto final a un suspenso que hasta ahora nada bueno proyecta para el país.