Orlando Martínez, de cuyo asesinato se cumplen próximamente 32 años, es uno de los periodistas más aguerridos y emblemáticos que ha tenido República Dominicana; un profesional que utilizó su pluma para combatir los privilegios e injusticias en aras de una sociedad en que primen los derechos y la igualdad ante la ley. Torturado por la complicidad del sistema para juzgar a los autores de su cobarde asesinato, hoy un periodista de su estirpe corre el riesgo de ser rematado a través de una farsa contra sus presuntos victimarios. Como la comunidad periodística y otros sectores que conforman la opinión pública han perdido interés, no estarán de pie velando para que se cumpla con todas las de la ley el proceso que se reanuda el viernes próximo en San Pedro de Macorís. Quizás por ese reciclaje que se ha operado en la sociedad dominicana da igual una cosa que la otra, siempre que no sea la excarcelación de los inculpados, aún haya quienes proclamen inocencia. La presión y movilización del pasado para enjuiciar a los presuntos responsables, algunos de los cuales llevan hasta 9 años en prisión, ha desaparecido. Penosamente.
Si Orlando Martínez enfrentó al entonces presidente Joaquín Balaguer, lo hizo porque éste era el representante de un sistema corrupto, que conculcaba los derechos y libertades y que sumía a las grandes mayorías en la desigualdad y la injusticia social, así como en el más espantoso desamparo. No era una lucha personal, sino que a través de su ejercicio procuraba un régimen en que reinara la justicia.
No se le hace justicia con condenar antes de ser juzgados a los acusados de haber segado su vida y sobre todo a infelices de poca monta incapaces de concebir una aventura criminal de su magnitud. Todavía sean encontrados culpables, los prevenidos tienen derecho a un juicio imparcial, en que se respeten sus medios de defensa y se cumpla al pie de la letra con el debido procedimiento. La justicia y no la injusticia era la prédica de un periodista que por su capacidad, integridad y valentía ilumina la conciencia colectiva. Pero ni siquiera en estos tiempos en que la ley ha restado fuerza al poder político resplandece la seguridad de un proceso justo.
Aunque la verdad se ha venido abriendo paso, desde un primer momento los acontecimientos han sido arreglados para hacer recaer sobre otra víctima, el ex cabo Mariano Cabrera Durán, todo el peso de la operación que culminó con la muerte de Orlando.
El ex militar insiste en que cargó con la responsabilidad de un crimen que desde un principio fue visto como político por "persuasión" de sus superiores en la operación. Es obvio que no podía ser el cerebro de la operación y como niega haber hecho los fatales disparos no se le puede condenar, al menos sin probarse su responsabilidad.
Al cabo de 32 años de impunidad, sufrimiento y teatro, el juicio no puede seguir prolongándose indefinidamente, como si los inculpados merecieran estar presos y Orlando Martínez no mereciera justicia. No pueden los jueces que tienen el caso temer la reacción de la opinión pública a la hora de cumplir su sagrada misión de impartir justicia. Saben que peor sería condenar a un inocente que absolver a un culpable.