“El joven que viaja solitario en la parte trasera del camión apenas tiene catorce años y lleva las alforjas llenas de esperanzas. Pese a su corta edad, es todo un hombre. El libro comienza así:
Como única vestimenta luce una camisa de mangas cortas, de un azul que parece de seda, y un sencillo pantalón de fuerte azul, rematado en lo bajo por unas alpargatas de pobre, confeccionadas con lona de camión en la parte superior y suela de goma de carro, pues sus pies nunca han usado zapatos verdaderos. Nunca los había usado, como si esas cosas fueran de lujo. Como único equipaje el muchacho lleva una maleta de lata, con apenas lo esencial: un pantalón, una camisa y un par de calzoncillos, pues vergüenza no se debe pasar si acaso se presenta una emergencia, de esas que ocurren en el momento más inesperado.
El joven viajero no es el famoso Diógenes el cínico que 400 años antes de Cristo recorría las calles de Atenas armado de una lámpara encendida a plena luz del día, buscando un hombre honesto. Ni es el Diógenes de Laertes que en el siglo III escribió los diez tomos de la filosofía griega, valiosa fuente documental de la Historia. No. Este que va en el camión es otro Diógenes, que con el tiempo demostrará que podía ser el hombre honesto que buscaba aquel tocayo de la linterna o el otro Diógenes empeñado en escribir historias, porque muchas de ellas guardarán en su memoria, aunque ese tiempo aún no ha llegado”.
Esta es la introducción de otro nuevo libro de mi autoría, ya terminado, que lleva el título de Hacer dinero sin dinero, una biografía de quien otrora fuera un rico empresario: Diógenes Marino Gómez, mejor conocido como Dimargo, pionero del turismo dominicano y quien en su momento fue dueño de hoteles, aviones, haciendas, clubes, agencias de viajes, etc., pero a quien por una jugada del destino le arrebataron todo, por negarse a regalar RD$50.000 para una de las tantas reelecciones del fallecido presidente Joaquín Balaguer.
Su peor error fue haber puesto de patitas en la calle a la comisión de damas reformistas que fue a visitarla con ese fin, en sus lujosas oficinas de la avenida Lope de Vega 17, diciéndoles que jamás cooperaría con Balaguer y que su dinero solamente lo daría para la campaña presidencial del también fallecido doctor José Francisco Peña Gómez, líder del Partido Revolucionario Dominicano (PRD).
Esa fue la desgracia de Dimargo. Las mujeres fueron al Palacio Nacional con el chisme, probablemente ampliado.
Los mecanismos del Poder se pusieron en funcionamiento: lo primero fue cancelarle todos los permisos como tour-operador; luego le rescindieron los contratos de arrendamientos de varios hoteles estatales, entre ellos el Hostal Nicolás de Ovando; más tarde le cancelaron también los permisos para que Empresas Dimargo pudiera organizar vuelos charter, como parte de una larga lista de agravios que le obligaron a despedir a más de 2.000 empleados en todo el país, vender sus propiedades a precio irrito para cumplir los compromisos bancarios, hasta que fue desalojado violentamente de su residencia por no poder pagar una hipoteca de poco mas de un millón de pesos, invertidos para la campaña presidencial de Peña Gómez en 1994. La casa valía alrededor de veinte millones de pesos. El dueño del banco, que hoy afronta un largo proceso por quiebra, le había prometido a Dimargo que no le embargarían la casa, promesa de banquero.
Diógenes, el mismo hombre que llegó a firmar un cheque por 4.5 millones de dólares para restaurar el hostal Nicolás de Ovando, está hoy en la miseria, pese a que la Suprema Corte de Justicia dictó fallo definitivo a su favor, que insólitamente posteriormente revocó alegando “un error material”. Por eso nunca ha podido recuperar el Hostal Nicolás de Ovando, ni cobrar US$15.000.000 (quince millones de dólares) que le ofrecieron en el gobierno de Hipólito Mejía como compensación a las inversiones hechas en el recinto hotelero.
Como escritor, consideré que la biografía de Diógenes, incluida toda la historia de sus vicisitudes, era un buen tema. Pues bien, tras casi dos años de entrevistas e investigaciones, el libro ha sido concluido. Pronto la opinión pública confirmará cómo es que se manejan las cosas en nuestro país, donde la envidia personal y empresarial, además de la política, se juntan para obligar a un hombre a quedar prácticamente en la miseria, al punto de haberse visto precisado a dormir en el lobby de hoteles, patios de funerarias y ahora en la clínica Cruz Jiminián, donde le han pedido—a pesar de estar enfermo—que abandone el sitio pues necesitan remodelar el edificio.
Este libro, sin modestia alguna, ha sido escrito con pasión, pues el patético caso de Diógenes debe ser narrado, para que todo el mundo se entere de la verdad. Suponemos que, a esta hora, algunos empresarios turísticos—enterados de la pronta aparición del libro—estarán temblando, junto a los políticos que le hicieron coro para arruinar a Dimargo.