Da pena y vergüenza cómo en nuestro país se chupan el dinero aglomerado en el erario con el mayor descaro y, peor aún, que quienes están llamados a defender las arcas estatales se hagan de la vista gorda, ya con un silencio cómplice o con estrategia de Poncio Pilatos para no asumir su responsabilidad.
Es triste la realidad dominicana, pues estamos desamparados, sin nadie que ampare los valores de justicia y equidad que deben imperar en una nación que se defina realmente democrática.
El sufrido pueblo siempre deposita sus esperanzas en un conglomerado de personas que se aglutinan en un partido, máxime si se funda bajo el criterio de “servir”, no de “servirse” al detentar una posición en el engranaje gubernamental, el ministerio público, los ayuntamientos o alguna de las cámaras legislativas.
Hay que estar vivo para ver y creer las cosas que con toda impunidad suceden en nuestra querida Quisqueya, pero, sobre todo, tener fuerzas suficientes para no estallar de impotencia ante tanto abuso y desfachatez.
Nuestra gente, dando una loable demostración de humildad y confianza en el sistema que nos gastamos, entrega su representación política en personas que, por desgracia, en incontables casos, cambian por frustraciones los anhelos populares de progreso.
Cuánto daríamos porque cada institución sea dirigida por individuos revestidos de nobleza, desprendimiento, responsabilidad, idoneidad, honestidad, templanza, sacrificio y pundonor. Pero no, eso parece que es mucho pedir o una eterna utopía.
Hay muchas formas de despilfarrar el erario público, pues ya no basta con llevárselo todo al término de la gestión, sino que la moda es agenciarse la legalidad para honorarios paralelos, compensaciones vergonzosas o pensiones que son un bochorno para los sueldos de miseria que recibe la población dominicana.
La moda es llegar a un cargo para casi de inmediato beneficiar a sus acólitos o, en su defecto, a descendientes de sus enllaves del partido. Eso, sin menoscabo del nepotismo que pulula por algunas dependencias estatales.
Lastima saber que senadores, diputados, síndicos, jueces y otros funcionarios se encargan de chuparse una tremenda porción del presupuesto nacional en sueldos y otras menudencias superiores al salario que normalmente deben recibir.
Aclaro que no me opongo a que los servidores públicos sean bien pagados, pues eso es garantía de combate a la corrupción administrativa, pero no que se apliquen preferencias que laceran la capacidad de indignación de los dominicanos, a quienes se nos pretende tratar como a sobrevivientes del exterminio indígena que protagonizaron los degenerados que nos descubrieron hace ya más de cinco siglos.
Asusta ver que el doctor Octavio Lister ponga su cargo a disposición de sus superiores porque se siente desprotegido en su lucha contra la corrupción, como una golondrina que no puede hacer verano. Y asusta mucho más que en lugar de disponerse una investigación seria sobre este asunto, lo que se destapa es una conminación a que este funcionario presente pruebas sobre sus alegatos. O sea, que la culpabilidad de las sentencias alegres o no recae sobre el Llanero Solitario porque la honorabilidad de ciertos jueces es incuestionable y Lister, por lo visto, no hace falta en el engranaje judicial, sale sobrando, pues nadie lo ha respaldado con contundencia.
El lío del contrato a la carrera entre el Ayuntamiento de Boca Chica y una empresa recolectora que apenas tenía unos pocos días de fundada, ¿se quedará en el aire desde ya?
El caso de la doctora Aura Celeste Fernández, cuyo proceder es digno de elogios y de imitar, por ende, termina por desenmascarar para lo que dan algunos “honorables”, pues por tratar de justificar lo injustificable lo que se desprende de tales conductas es que ella es la única dispuesta a renunciar a los 60 mil pesos porque no desea cuestionamientos a su admirable trayectoria. Ella merece que todos le rindamos un sincero homenaje por su desprendimiento y su valiente denuncia. Los demás deberían revisarse profundamente y no perder de vista que el pueblo se mantiene observándolos.
Duele, y mucho, que mientras muchos de nuestros compatriotas se debaten entre penurias y carencias de toda índole, los privilegios de los referidos funcionarios se estrellan en las caras de todos nosotros como una invitación a darlo todo por encampanarse a las alturas del poder político o morir en la miseria. Los menos afortunados que se desvíen hacia la ilegalidad, a esos señores parece importarle un comino una situación que debe preocupar bastante, si queremos un mejor país para todos.
Todavía estamos a tiempo para que las cosas se mantengan en buena lid, sin zaherir los sentimientos patrióticos y sin colocar verjas al deseo de superación de los de abajo, los que no se cansan de esperar por el Mesías que saque del saco de los sueños sus reivindicaciones para convertirlas en maravillosas realizaciones que favorezcan a cada ciudadano, pero en especial a los desposeídos de la fortuna.
En un arranque de insatisfacción popular el pueblo podría volcar su simpatía hacia un emergente de insospechadas intenciones, que podría sorprendernos en cualquier momento, y entonces será muy tarde para recapacitar. Mientras tanto, ojalá se detenga ese cacería desatada contra los fondos públicos y quienes están en el ojo del huracán hagan un ejercicio de conciencia patriótica y humana antes de seguir percibiendo un dinero que debería servir para solucionar muchos problemas y hacerle más llevadera la vida a quienes tanto sufren precisamente porque no consiguen dinero ni siquiera para comer adecuadamente.