El cuestionamiento a los incentivos que se cobran en la Junta Central Electoral y el debate que a lo interno del organismo generó ese proceso, acaba de mostrar al país, las dos caras de la moral. Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es Dios, respondió Jesús al fariseo que intentó provocarlo mostrándole una moneda del antiguo imperio romano, según recoge el Nuevo Testamento en Marcos. 12:17.
La moral no es buena ni es mala, sencillamente es una conducta humana. Puede ser al revés y por ello se habla de doble moral y de las acciones o conductas de las personas con respecto al bien y al mal. Es algo que està de moda en República, de la misma manera que el narcisismo, la copia y el bufeo en los medios de comunicación.
Hay conducta que engrandecen a los seres humanos y otras que los rebajan, y en la JCE, también se acaba de develar ese fenómeno, cuando su presidente, Julio César Castaños Guzmán, como esperaban los sectores moralmente sanos de la sociedad, anuncia que decidió renunciar a tales incentivos al entender que el país entero los rechaza.
Castaños Guzmán se une de esa manera a Aura Celeste Fernández y Mariano Rodríguez, integrante del pleno y presidente de la Càmara Contenciosa, respectivamente, quienes habían dado los primeros pasos al frente.
La segunda cara, escudada con el otro lado como el que no quiere que se le identifique, la mostrò otro grupo de jueces, al frente de los cuales se destaca el presidente de la Càmara Administrativa, Roberto Rosario.
Rosario es el único juez que repite amparándose en su condición de peledeìsta, partido al que llegó a mediados de los años 90, desde la llamada izquierda revolucionaria.
Rosario no ha vuelto a hablar (y es aconsejable que no lo haga), desde sus desafortunadas declaraciones cuando consideró la postura de Aura Celeste en la JCE como un ejemplo de inversión de valores. Con ello de forma torpe y en vano Rosario trataba de ajustar cuenta con la dama, ya que ella habìa custionado su permanecia en la Junta, debido a su complicidad con la administraciòn pasada.
Con la ocasión, Rosario convocó a una rueda prensa para anunciar el sometimiento a los tribunales de unas 50 personas, entre funcionarios y empleados cancelados de ese organismo, por su presunta participación en la falsificación de cédulas y otras documentaciones a través de las oficialìas del Estado Civil, un mal al parecer viejo que se acrecentó durante las dos pasadas admnistraciones.
Y aprovechó el evento para declarar de manera airada, dolida y sin reparo que el individualismo se ha puesto por encima de la institucionalidad de la JCE, con la conducta de algunos jueces de manejar el asunto de los sobresueldos en los medios de comunicación.
A juicio de Rosario, posturas como la asumida por Aura Celeste, quien fue la que responsablemente llevó el tema a la palestra, “habla mucho de hasta dónde ha llegado la inversión de valores en el país”.
Dicen que los jueces hablan por sentencias, pero en el caso de Roberto Rosario, lo hizo por la boca, y peor aún, como el que escupe para arriba.
Primero, porque usa el poder mediático que él mismo critica para tratar de desmeritar a los otros, y luego, porque si de inversión de valores se trata, y de doble moral, no hay mejor ejemplo que lo que ha venido ocurriendo en ese tribunal, donde fueron cambiados sus miembros porque la sociedad no confiaba en los anteriores, de cuyo pleno él Rosario formó parte destacable.
Por presiones de la sociedad se hizo la sustitución bajo el principio de que los nuevos jueces iban a hacer una limpieza y actuarían con transparencia de cara a una población que está harta y hastiada de corrupción, mentiras y engaños.
Al margen de Aura Celeste, que es a quien Rosario lanzó sus dardos, la mea-culpa de Mariano Rodríguez que con ello se reivindicó, y la ahora postura engrandecedora de Castaños Guzmán, el resto de los jueces ha justificado los privilegios irritantes, señalando que eso prevalece allí desde gestiones anteriores, en lugar de decir, que todo comenzó cuando la JCE pasó a ser dirigida por Manuel Ramón Morel Cerda, quien prácticamente fue echado de la instituciòn al intentar convertirla en un feudo personal de prepotencia y nepotismo.
Algunos de los actuales jueces, tal vez avergonzados y/o por temor de que su rostros terminen achicharrados ante la conciencia y la condena de la población, no han vuelto a tocar el tema de los incentivos. Tal es el caso del gordito César Francisco Feliz y Feliz.
En medio de este proceso, no puede olvidarse la conducta asumida por los flamantes jueces de la Càmara de Cuentas, cuando se le apoderó del caso para que como organismo fiscalizador de carácter moral y legal, emitiera su opinión al respecto.
Y ya se sabe que el pleno de ésta, al parecer tratando también de no quemarse temprano y ser arrastrado por la avalancha moral de una sociedad al acecho, se declaró incompetente. ¡Hurra!
Lo de la Càmara de Cuentas ha sido considerada una salida, no como la del Rey Salomón, cuando neutralizó a las dos mujeres que se disputaban al niño, sino como una treta, una conducta moralmente engañosa, debido a que ellos gozan de privilegios todavía más irritantes que hablan de sueldos de 125 mil pesos y sobre sueldos que casi doblan esa cantidad. Y no debe extrañar a nadie, que tampoco, por concepto del último monto, esos jueces paguen nada al fisco.
Lo que se debate hoy al interior de estas instituciones, JCE, Càmara de Cuentas, etc., nos habla de los trapos sucios que embarran a algunas “honorables investiduras” dominicanas, vale decir, de los traslapos, urdimbres y tramas propias de las conspiraciones, que por años se han mantenido y se mantienen ocultas y que sólo gracias a la valentía de Aura Celeste Fernández, en el caso de la JCE, ahora salen a la luz pública, a flote.
El pecado de Aura Celeste que no le perdona Roberto Rosario, es haber destapado una caja de Pandora que a la vez ha servido para alertar al país sobre la forma engañosa y fraudulenta con que se comportan ciertas investiduras representadas nada más y nada menos que por “magistrados”, que más que con caras duras e indolentes, actúan con descaros, que es una mezcla de insolencia, desparpajo, desfachatez y desvergüenza.
No ha de dudarse que iguales situaciones estén ocurriendo en otras instituciones ya no tan solemnes y honorables y en el caso de la Càmara de Cuentas lo correcto seria, que tras el escándalo que tan beneficioso desenlace produjo para la sociedad moral del país, se diga si procede o no que sus jueces cobren unos incentivos tan exorbitantes.
¿Acaso no es la ley igual para todos y los primeros que deben cumplirla y procurar que los otros la acaten, son precisamente los que desempeñan funciones de jueces?
¿No está el país en medio de un estado de austeridad, decretado por el gobierno y aprobada por ley por el Congreso para todas las instituciones estatales? ¿Quién audita a quién? ¿Quién le sigue poniendo el cascabel al gato? ¡Quién responde estas interrogantes?
Mientras tanto, hay que poner a cada quien en su lugar y Julio Cesar Castaños Guzmán, con responsabilidad y con una actitud autocrítica, ha asumido el suyo, el que todos esperábamos de él, tal cual lo hicieron precedentemente Mariano Rodríguez y Aura Celeste, y como ya antes lo habían hecho con vocación de servicio y con honor Cesar Estrella Sadhalla y Juan Sully Bonelly.