Observando con indignación las declaraciones de uno de los “sufridos” jueces de la Junta Central Electoral en las cuales desgranaba un quejumbroso clamor porque sus labores allí le impedían agenciarse entradas extras, o sea, debía dedicarse con carácter de exclusividad a conformarse con su “paupérrimo” sueldo, he llegado a la conclusión de que debe ser muy doloroso trabajar tanto, máxime si de tal forma nos inmolamos por los demás.
Resulta que el dichoso sueldito asciende a la suma de 225 Mil Pesos, los cuales convertidos a la tasa actual equivalen a unos 7 Mil Dólares al mes y, es obvio, con esa “chilata” no puede sostenerse la familia de ningún “superdotado” político criollo que tenga entre sus manos el futuro de nuestra nación.
Se hace urgente que los responsables de mejorar los emolumentos de estos servidores públicos revisen con seriedad tal monto, pues es indudable que requieren otros beneficios marginales que puedan redondear sus apetencias mercuriales para no mantenerse como unos menesterosos.
Está claro que ganar alrededor de 80 salarios mínimos no satisface las ambiciones económicas de ciertos sacrificados que soportamos por estos predios y que merecen los honremos no sólo con monumentos sino con las mayores pleitesías que imaginemos para no quedar cortos ante tanta abnegación y apego por los fondos estatales… perdón, por el bienestar de todos.
Me detengo a pensar entonces si personas así han dedicado siquiera cinco minutos de su conciencia para escenificar cómo puede sobrevivir la inmensa mayoría de los dominicanos que no tienen el privilegio de quejarse por los míseros ciento y pico de dólares que perciben cada mes como sueldo mínimo. Y ni hablar de los marginados del empleo, aquellos que se dedican a diversos picoteos para diligenciar su sustento diario.
Imagino que los pobres deben vivir felices revolcándose en los andrajos de la miseria, malcomiendo y sobreviviendo por obra y gracia de Dios. Supongo que esa es la idea que tiene un buen grupo de la cima en torno a lo que significa combatir la pobreza: la ley del embudo.
Entonces pienso que todo el mundo, excepto los quejosos, quisiera “sacrificarse” de la misma manera y tener la oportunidad de maldecir el momento en que aceptó una desgracia de tal magnitud en desmedro de las “posibilidades” de riqueza por otra vía, cosa tan improbable como risible y aventurera. A no ser que se dedicara el tiempo a negociaciones no muy cristalinas.
Si tanto duele recibir unos vergonzosos 7 Mil Dólares al mes, ¿por qué diablos no presentar renuncia? ¿Es que los extorsionan u obligan a mantenerse en tales cargos?
¿No es más elegante y honorable renunciar a pretender defender unos incentivos que muchos dignos ciudadanos han calificado como un fraude a la ley?
Lo curioso es que después los vemos por ahí ofreciendo declaraciones con la cara dura como si realmente fueran los más idóneos para criticar u ofrecer fórmulas mágicas desde sus respectivas posiciones, dizque procurando austeridad o defendiendo los intereses del país. Y, peor aún, una considerable parte del pueblo creyéndoles, aunque otros ciudadanos, un porcentaje peligrosamente en aumento, prefieren no ceñirse a legalizar mediante el voto a ciertos “representantes” que nos defraudan tras cada certamen electoral.
Cualquiera quisiera un carguito así para derrotar la prángana, pues la abrumadora mayoría de los dominicanos hacemos malabares para mantener en pie nuestra familia, sin estar manchados por el dinero acumulado en el erario público, mismo administrado por quienes deberían hacer gala de un manejo decoroso de tales fondos, pero parece que es soñar demasiado.
¿El trasfondo de despreciar una cantidad similar es condicionar un aumento injustificado, que ya no incentivo? El tiempo, el juez más imparcial que existe, lo dirá.
Aunque deba eximirse al máximo de privilegios irritantes aseguro que cualquiera se acomodaría sin queja alguna al sueldo que por ley se disponga. No necesitaría más para cumplir con sus compromisos ciudadanos y mantener a sus hijos. Es más, creo que hasta sobrarían algunos pesitos para compartirlos con aquellos amigos y familiares cuyo sueldo tampoco le alcanza, como al referido juez.
La falta de sensibilidad se manifiesta cuando se tiene por prioridad enriquecerse a costa de la indigencia de una población que con total ingenuidad ha confiado en personas que continuamente la han desencantado. No en vano uno de dichos jueces declaró, con desvergüenza indignante, que no llegó a la Junta Central Electoral a empobrecerse.
Todos quisieran un cargo, aunque no sea un superdotado, pues total aquí cualquiera puede llegar incluso a presidirnos, algo que se ha verificado en más de una ocasión y que no dudo pueda repetirse considerando el ejercicio de amnesia y fanatismo permanente que padece una enorme y decisiva porción de nuestros compatriotas.
Entonces se pasaría de pobre a multimillonario y se pasearía por ahí muy campante con su nueva condición sin atisbos de arrepentimiento ni ataques impiadosos de una conciencia que para la ocasión mandaría al exilio y que, dado el esquema reproducido, le importaría un carajo porque aparecerá un grupito de feligreses aplaudiéndole sus iniciativas y hasta puede que tome muy en serio iniciar un proyecto particular con miras a lograr que la miopía o completa ceguera popular se equivoque otra vez y le otorgue su preferencia para posar sus fondillos en la polémica y siempre apetecida silla de alfileres. Todo es posible, pues aquí se hartan de timarnos y volvemos a votar por politicuchos sin fundamento.
No ando diligenciando cargo alguno y odiaría que se interpretara este asunto como un arranque de envidia, desesperación o el funeral de mi coherencia, sino que hay que tener coj…¡agallas! para minimizar un “sueldito” como el que detentan estos señores en pro de justificar ingresos marginales en nada diáfanos y que no contribuyen a sanear las instituciones por las que se supone deberían velar sin pausa.
Pero tengan la seguridad de que si me tocara un “carguito” así no tendría que aferrarme a ningún proceder confuso o no muy cristiano porque, les doy mi palabra desde ya, sabré acomodarme a esa “insignificante” suma para tratar de vivir tranquilo en términos económicos. Prometo que “miñinguearía” y regatearía por aquí y por allá para poder suplir todas mis necesidades familiares y personales, además de que me alcance algo para el ahorro con miras al futuro, entiéndase para las mentas, los chiclets y los cacaítos, por si acaso.
Quizás con esa “migaja” no pueda irme a un resort de Juan Dolio, Puerto Plata o La Romana todos los fines de semana con mi familia, porque es “muy poco dinero” y estoy “consciente” de que necesitaría gastar todo el sueldo en un capricho como ese, pero estén seguros de que podría cubrir un chapuzón en Boca Chica, La Toma o La Presa de Baiguate, irme a comer unos helados a Manresa o visitar el Acuario Nacional disfrutando las olas del mar estrellándose con furia entre las rocas.
Lamentablemente, ese magro salario tal vez me impida ir de compras a Panamá, volar con mi prole a Disney World o vacacionar en Río de Janeiro, pero pueden anotar desde ahora que mis compras las seguiré realizando en las tiendas donde compramos todos los dominicanos que no poseemos apellidos sonoros ni cuentas bancarias en bancos europeos.
Ah, descarten que afirme por ahí que no voy al cargo a empobrecerme, pues no me hiere ni me avergüenza la pobreza, sino todo lo contrario. Lo que sí debería causar tales preocupaciones sería acceder al puesto para salir luego cabizbajo y cuestionado por todos debido a prácticas inescrupulosas.
Apuesten a que seguiría siendo auténtico a pesar del cargo. Pero, en verdad, si tal nombramiento desemboca en la pérdida de mi humildad, mi honestidad o mi propia identidad como dominicano, prefiero que Dios me libre por siempre de una maldición como esa.
Definitivamente, deberíamos preferir obtener un cargo para empobrecernos y no cambiar nuestra credibilidad por el vil dinero, en especial si con eso contribuimos a pisotear a un pueblo que ya de por sí está saturado de burlas y abusos.