No bien es condenado a la pena máxima el asesino de una niña de seis años en Santiago, cuando otro hombre estrangula y entierra en el patio de su casa en La Caleta, a otra criaturita de apenas de 36 meses de nacida.
Como muchos padres las tenemos y nos enternecemos por ellas, era una niña que hablaba, soñaba, sonreía y posiblemente fuera a la escuela.
Todos fuimos presas de horror y consternación al ver su cuerpecito con su ropita embadurnado de tierra al ser extraído del hoyo donde la depositó su asesino.
Otro niño resultó asesinado de más de 30 puñaladas supuestamente por un haitiano en una zona suburbana del Distrito Nacional y otro de seis recibió unas siete estocadas todas mortales por necesidad, de parte de su propio padre en San Cristóbal que de paso asesino a la suegra, supuestamente cegado por los celos hacia su mujer que no encontraba.
Otro hombre le prende fuego a la vivienda donde creía dormían una madre con sus cuatro hijos pequeños y otro sujeto secuestra, viola y estrangula a una prima cuyo cadáver apareció en estado de putrefacción en las afueras de Santo Domingo.
Se especula que detrás de esos hechos horrendos ocurridos en menos de 24 horas, andan las bajas pasiones y la droga.
A un psicólogo, (no a un psiquiatra) se le ocurrió hablar de frustración social.
Y nosotros que no somos especialistas en conductas humanas, sino, buscadores y facilitadores de noticias, creemos que en lugar de ello, hay que hablar de locura y de falta de fe. Asociada al vicio, la descomposición moral y otras conductas aberrantes, una cosa pueda que sea la continuación de la otra, y cuando ambas se combinan generan consecuencias que rompen totalmente con todo tipo de código, sensibilidad humana y racionalidad.
¿Qué ocurre realmente en el país? Hay quienes consideran, a propósito de los muertos en Irak y otras zonas en conflictos por el mundo, que la sociedad dominicana vive su propia guerra y caba su propia tumba.
Mientras lo políticos siguen en campaña, ofreciendo villas y castillas, los muertos y las víctimas como secuela de la violencia y la falta de protección familiar y ciudadana, siguen rompiendo records y ampliando las estadísticas. De la crónica roja estamos llegando a la crónica negra, ya no sólo a las cifras de tales dimensiones que se nos ocultan (más que por un asunto de seguridad del Estado), por temor a que se conozca toda la verdad.
Una vez que este periódico publico una historia parcial sobre los hechos de violencia y criminalidad que se suscitan hoy en la sociedad dominicana, bajo el título "La calle está dura" y alguien, al parecer pagado, escribió desde los Estados Unidos de Norteamérica, acusándonos de estarle haciendo un irreparable daño al país.
¿Decir la verdad es malo aún cuando sea dura?
¿No es peor decir mentiras o callarlas?
Ya lo dice el proverbio: "Conoceréis la verdad y la verdad os hará libre".
Y la verdad es que más que inseguridad jurídica como reiterara la embajadora de España, lo que sufrimos dominicanos es inseguridad de vida, siendo las principales víctimas, las mujeres indefensas, los niños, las niñas y las familias que quieren vivir en paz.
¿En dónde estamos y a dónde vamos a llegar de continuar la espiral violenta y delictiva que ataca por doquier? ¡Qué roba y que mata sin contemplación! ¡Qué no discrimina! ¡Que se le importa atentar contra una anciana lo mismo que contra una niña!
¿Cuál será la próxima víctima? ¿A que humilde hogar dominicano le tocará padecer la consecuencia de una locura que parece no tener fin ni control?
Ante tantas preguntas obligadas y sin respuestas, lo recomendable es que cada dominicano y dominicana, cada padre y cada madre, asumamos nuestra propia defensa, vale decir, la sobreprotección familiar y de nuestros hijos, algo así como un modus operandi del que nos hablan nuestros criminalistas, para evitar que el horror, la sangre y el luto nos conviertan en sus próximas víctimas.