Estaba un día sentada en una esquina, irredenta, dormida, pisoteada, y llegó un hombre y la sedujo. Le dijo que lo acompañara, que iba a hacerla libre y que iba a poner una sonrisa en su tristeza y un lucero en su amanecer. Ella se fue con él, peregrina de la noche, y caminó sin tiempo y sin lugar. Al cabo de muchos sueños perdidos aquel hombre que la sedujo y la invitó al futuro, la hizo libre. Fue libre, pero andando de mano en mano su vida fue un calvario, una cruz sin Cirineo. Muchas veces la golpearon, la ultrajaron, la violaron y la mancillaron, pero ella siguió viva porque, a fin de cuentas, ella lleva la vida entre sus manos. Tantos años que ha cumplido y todavía no ha cumplido su destino, tanto tiempo que ha pasado y todavía sigue siendo una muchacha parada en la esquina regalando por las tardes las flores de su primavera.
Una vez una muchacha dieciochoañera le bordó un vestido a tres colores. Le tejió una cruz con el color de sus anhelos, dos bandas rojas con el color de su sangre y dos bandas azules con el color de su cielo. Ella lo guardó para usarlo el día de su gran fiesta.
En su largo peregrinar hubo una vez un tipo que la tomó a la fuerza y la maltrató hasta la humillación. Treinta años de dolores y una eternidad de desconsuelo. Después vinieron otros que la siguieron mancillando, la ensuciaron de sangre y la obligaron a vestir de luto su sonrisa. Dos veces le robaron su destino, pero ella, llena de integridad, siempre terminó imponiendo su sonrisa. Por más esfuerzo que hayan hecho, nadie nunca ha podido arrodillarla.
Un día llegó un coronel, se quitó el sombrero y la llenó de gloria. Años atrás hubo otro hombre que luchó por ella con tanto arrojo, que se vistió de verde y le entregó su vida bajo los pinos del norte, un día que ella quiso ejercer su libertad y se lo impidieron. También hubo tres hermanas que en su amor por ella se hicieron fuertes y hermosas, y entraron en noviembre en su eternidad.
Tiene tantos hijos como sueños pendientes. Ha sido santa y ha sido puta, ha sido reina y también mendiga. Ella nace cada día de entre sus dolores y cada día vence el despecho de las malquerencias. Nace en la sonrisa invencible de los niños, en los campos sembrados de ternura, en la paz inimitable de los montes, en el santuario señero donde nacen los ríos, en la anciana que mira el asombro de los tiempos a la orilla del camino. Ella siempre está de cumpleaños y cuando empieza a encanecer es cuando más joven está dispuesta a ser.
El día que nació -27 de febrero-, entre dolores y esperanzas, entre gritos y trabucazos, nació con ella una voluntad, la misma que la ha ayudado a vivir en los momentos difíciles. Hoy está de cumpleaños, y como siempre, hoy de nuevo está naciendo a la vida, y las flores que le marchitaron están empezando a renacer. Aquel hombre que la sedujo, que le puso una sonrisa en su tristeza y un lucero en su amanecer, se llamaba Duarte, y a ella le dicen Patria. Lleva la música en la sangre y tiene el nombre más hermoso que puede llevar una mujer: República Dominicana.
Febrero 2005