Aunque el viaje del presidente George W. Bush a Brasil, México, Guatemala, Colombia y Uruguay pretende demostrar un renovado compromiso de Washington con la región, es poco probable que determine un cambio en las relaciones de la Casa Blanca con América Latina. El continente seguirá estando en un segundo plano, en un momento en el que los problemas en Irak y el Medio Oriente acaparan la atención de Estados Unidos.
Si bien durante la gira de Bush se tocarán los temas de comercio, drogas, y migración, en el marco general de las relaciones entre Estados Unidos y la región, se trata de movimientos casi irrelevantes a la hora de marcar una agenda a largo plazo por parte de Washington hacia sus vecinos latinoamericanos. Los eventuales logros de esta gira no pasarán de ser gestos de buena voluntad.
Es que, principalmente, el viaje del presidente estadounidense se explica por razones fundamentalmente domésticas. Está concebido como una ofensiva diplomática y marca una plataforma política para el partido republicano, de cara a las elecciones del 2008. La carrera electoral ya se ha iniciado y Bush está consciente de que tiene que dejarle a su partido una base política hacia América Latina.
De la misma manera, el interés de Bush es demostrar su compromiso hacia América Latina ahora que el Congreso de mayoría demócrata puede ponerle trabas a políticas como el aumento de ayuda en la lucha contra las drogas y la aprobación de tratados de libre comercio. Precisamente en julio se le termina al mandatario estadounidense la capacidad de negociar este tipo de acuerdos de manera rápida.
En este contexto es poco probable que en lo que resta de la administración Bush América Latina se convierta en una prioridad, cuando los intereses estratégicos de Estados Unidos están en otras latitudes, no en el hemisferio occidental.
Si Bush quiere verdaderamente expresar su compromiso hacia una región, donde tiene escasa popularidad (24 por ciento de acuerdo a la encuesta Iberobarómetro) y donde es posible lo reciban con grandes protestas, como las realizadas durante la visita de Nixon a América Latina en los años sesenta – debería sumar a estas visitas un trabajo serio en las siguientes áreas:
* Mantener una relación cordial con Chávez y sus aliados, evitando la confrontación. Es incorrecto asumir que el próximo viaje del presidente Bush está motivado para contrarrestar la influencia de Hugo Chávez en el hemisferio, como opinan algunos. Sin embargo, en los meses que le restan al mandatario estadounidense sí es importante establecer lazos pragmáticos con países como Bolivia, y Ecuador.
* Buscar el apoyo del Congreso para prorrogar las preferencias arancelarias contempladas para Bolivia y Ecuador dentro del ATPDEA que se vencen en julio de 2007. No hacerlo tendría consecuencias profundamente negativas para la economía de los dos países, al tiempo que avivaría aun más el antiamericanismo.
* Seguir apoyando la democracia en el hemisferio, a través de programas de apoyo a la sociedad civil, y de capacitación y fortalecimiento institucional.
* Mantener el apoyo al Plan Colombia pero cambiando el énfasis militar en la lucha contra las drogas, e insistiendo en la protección de los derechos humanos.
* La estrategia concebida actualmente con la Iniciativa Andina ha logrado pobres resultados en reducir el flujo de drogas a los Estados Unidos. La Casa Blanca debe examinar la política antidrogas hacia la región y considerar un cambio de enfoque por uno más flexible.
* Brindar ayuda a los países más pobres del hemisferio a través del Millenium Challenge Account, con el objetivo de trabajar conjuntamente en el desarrollo de una agenda social que les permita aliviar la precaria situación de pobreza.
* Continuar trabajando en una campaña para lograr la aprobación de una reforma comprehensiva migratoria. Este asunto es vital no solo en las relaciones de Estados Unidos y México, sino de toda la región.