“La grandeza de una nación no está simplemente en su riqueza, sino también y muy especialmente en la justa y equitativa distribución de ella” (Carta Pastoral del Episcopado Dominicano publicada en Julio del 1997, en Jarabacoa) El ciudadano presidente Dr. Leonel Fernández, en el discurso que pronunció ante la Asamblea Nacional con ocasión de la conmemoración del 163 aniversario de la Independencia Nacional, se auto otorgó una medalla de oro por participar en unas imaginarias olimpíadas realizadas en el 2006 y obtener un aumento del PIB (Producto Interno Bruto) de un 10.7% en la economía dominicana.
No obstante, resulta extraño que el Dr. Leonel Fernández se haya aventurado a recibir esa medalla de oro con tan pocos quilates, en virtud de que este aumento del PIB lo que más produjo fue resultados fallidos para la sociedad dominicana, como producto de la aplicación de una política económica notablemente desacertada. Además, el Presidente es un perfecto conocedor de que el aumento del PIB es ya un instrumento obsoleto para medir el desarrollo de un país en un período de un año. Desde el año 1997 el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) publica el informe correspondiente al Indice de Desarrollo Humano (IDH), el cual es considerado en la actualidad como la herramienta más justa y equilibrada para medir el nivel de desarrollo socio económico de las naciones del mundo.
El IDH no sólo se refiere al PIB (Producto Interno Bruto), sino que lo contiene como una de sus múltiples variables a considerar. Para establecer la clasificación del IDH el PNUD se basa en tres variables fundamentales: LONGEVIDAD, expresada mediante la esperanza de vida al nacer, y que está relacionada con la SALUD muy estrechamente. El NIVEL EDUCACIONAL, cuyas coordenadas son la alfabetización y la tasa bruta de matriculación. Y, el INGRESO AJUSTADO, que se mide con relación al PIB.
El manoseado PIB no es más que el conjunto de los bienes y servicios producidos en el territorio nacional, cualquiera que sea la nacionalidad de los productos, el cual fue aproximadamente de 34,000 millones de dólares en el año 2006. Para que un país se desarrolle es necesario pero no suficiente que exista un crecimiento del PIB durante un período largo de tiempo. El PIB es un componente importante del IDH. Es como el cemento en el hormigón simple. Si no se mezcla adicionalmente con agua y agregados no se obtiene el resultado deseado.
Eduardo Galeano, en un intento por graficar de forma audaz los desequilibrios irritantes producidos por el crecimiento del PIB de los países subdesarrollados como el nuestro, plantea en su obra “Patas Arribas, la escuela del mundo al revés”, lo siguiente: “desde el punto de vista de las estadísticas, si una persona recibe mil dólares y la otra no recibe nada, cada una de esas dos personas aparece recibiendo quinientos dólares en el cómputo del ingreso per cápita”. Lógicamente, este cálculo resulta muy simplista, y nos induce a pensar que se tendría que determinar a que estómagos llegaron los pollos, los huevos, los plátanos, la carne de cerdo, la habichuela roja y la leche mencionados por el Presidente en su discurso. Pues, no llegaron a los platos del conjunto del 27% de desnutridos (que se acuestan con hambre) de la población dominicana que señala la FAO en su informe correspondiente al 2006. Pero tampoco se posaron en las mesas de las decenas de miles de dominicanos y dominicanas, incluyendo a sus familias, que fueron despedidos de las empresas de zonas francas de Santiago, La Vega, San Pedro de Macorís y de otras localidades del país. Todo parece indicar que estos alimentos fueron consumidos por los turistas que nos visitaron en el 2006, o fueron transportados hacia Haití o, contribuyeron para aumentar de peso la cada vez más obesa clase gobernante.
El INFORME NACIONAL DE DESARROLLO HUMANO República Dominicana 2005, en su parte I.1 (pág. 15) establece lo siguiente: “La economía dominicana ha registrado en los últimos 50 años una tasa de crecimiento del PIB promedio ejemplar, por encima del 5% anual. Sin embargo, la ausencia de políticas deliberadas para convertir el crecimiento económico en bienestar social determinó que el nivel de vida de la población no mejorará en la magnitud del crecimiento económico, y los avances registrados impactaron de manera desigual según las regiones, el género y los estratos de ingreso de las personas que habitan en República Dominicana”. Mas adelante expresa: “La equivocación está en suponer que el crecimiento económico es condición necesaria y suficiente para mejorar el nivel de vida de las personas, o que el crecimiento a través de los mecanismos del mercado genera un derrame automático que beneficia a la población. La generación de riqueza es un medio, no el fin’’. En el párrafo siguiente el informe de la ONU indica:”El error está en no entender que las políticas que fijan la atención en el crecimiento económico y en el derrame son incompletas porque no tienen forma de vincular el crecimiento económico con el progreso humano”
Como se ha observado, el simple crecimiento del PIB ha pasado a ser una variable que algunos gobiernos de América Latina utilizan como herramienta de manipulación al momento de mostrar logros en sus gestiones. Pues, puede suceder que en un determinado período crezca el PIB en un país, pero que también aumente el desempleo y hasta se incremente la pobreza de la mayoría de sus habitantes, como sucedió en República Dominicana en el 2006, donde se alcanzó un PIB de 10.7%, según lo expresa el Banco Central, pero con decenas de miles de empleos menos en Zona Franca y con un aumento de la desnutrición infantil, según la FAO.
El Papa Pablo VI, en su Encíclica Populorum Progressio, planteó que “el desarrollo no se reduce al simple crecimiento. Para ser verdaderamente auténtico, ha de ser integral, es decir, promover a todo hombre y todo el hombre”.
La historia demuestra que si los recursos resultantes del crecimiento económico no son distribuidos racionalmente, la pobreza de la mayoría de un pueblo puede aumentar en vez de disminuir. Veamos: España malgastó el oro que se llevó de este país y de otros de América, lo cual contribuyó para aumentar su PIB en esa época, en inútiles guerras europeas. Venezuela, por concepto de la factura petrolera tuvo un crecimiento del PIB de los más altos del mundo entre los años setenta y los noventa (durante 20 años). Ese país recibió la impresionante suma de doscientos cincuenta mil millones de dólares en ese período. Y qué sucedió con ese torrente de abundancia en manos de gobiernos que afirmaban estar actuando en beneficio de los pobres y trabajando a favor del progreso? El ilustre novelista venezolano Arturo Uslar Pietri dio la más certera de las respuestas: “El Estado se comió la Nación”. Lo que es equivalente a afirmar que el populismo, el simplismo gerencial y la élite de políticos corruptos convirtieron en piñata esos recursos.
En el año 2006 todos los países de latinoamericanos presentaron un crecimiento económico. El más bajo fue el de Brasil, el cual resultó con un incremento del PIB sólo de 2.8 %. No obstante, habría que preguntarse: Fueron distribuidos racional y equitativamente los recursos derivados de ese crecimiento de manera que garantizaran un aumento de la calidad de vida, expresado como la sumatoria del bienestar social de cada uno de los habitantes de estos países? O, sólo benefició a una élite empresarial o política?. En efecto, es más saludable para una nación un aumento del PIB de un 3.3%, como aconteció en los EEUU en el 2006, pero con una distribución más justa y racional, y no de un 10% echado en un barril sin fondo.
En el caso de la República Dominicano es evidente que el crecimiento del año anterior no fue afortunado. Pues, el 2006 se caracterizó en nuestro país por la más baja inversión en América Latina (o en todo caso una de las más bajas) en el importante sector de la educación con relación al PIB, la cual fue de 2.3%, según la UNESCO. Además, por el aumento de cargas impositivas que disminuyeron substancialmente el poder adquisitivo de los pobres y de la clase media. También, por un aumento de la corrupción, según la agencia alemana Transparency International en su publicación anual “Indice de Percepción de la Corrupción 2006”. Así también, por el incremento del gasto corriente de baja calidad, por la concentración desproporcionada de la inversión pública en un metro que le costará al pueblo dominicano más de 40,000 millones de pesos, el cual no estuvo contemplado en el programa de gobierno del partido oficial, pero que tampoco su candidato prometió en la campaña presidencial del 2004 y, que el pueblo nunca pidió. Esto ocurre mientras cientos de comunidades observan con impotencia y marcada irritación sus obras paralizadas durante años o, sin iniciarse.
Adicionalmente, el año que acaba de pasar fue notorio por los despidos de decenas de miles de trabajadores de las zonas francas, empresas que se han sumergido en un estado crisis alarmante, mientras aumentaron las exportaciones de textiles en el 2006 en Nicaragua, Costa Rica, Honduras y Guatemala. Además, por la aplastante victoria del derroche ante las fallidas promesas de austeridad. También, el año anterior fue caracterizado por el gasto de más de 5,000 millones de pesos en una campaña electoral congresual y municipal, según lo ha establecido la Fundación Economía y Desarrollo y un conjunto de notables economistas. Además, en el 2006 se acentuó el deterioro de la salud, el déficit del sector energético y el aumento de la delincuencia a niveles muy preocupantes.
Para la mejor comprensión de los amigos lectores, muestro íntegramente el contenido del párrafo tercero del documento “¿AUSTERIDAD O MAS IMPUESTOS?”, publicado el 8 de noviembre pasado en los principales diarios nacionales por el Consejo Nacional de la Empresa Privada, Inc. (CONEP), la Asociación de Comerciantes e Industriales de Santiago, Inc. (ACIS), la Asociación de Industrias de la Región Norte, Inc. (AIREN), y otras 23 renombradas instituciones representativas del comercio y de importantes sectores productivos del país. Cito:
“A manera de ilustración, el gasto corriente del Gobierno a septiembre del 2006 con respecto al mismo período del año anterior ha crecido en un 25%. El gasto en sueldos ha crecido en un 19.9 %, los servicios no personales en un 83.7% y en materiales y suministros en un 39.8%. La publicidad de las instituciones y dependencias del Estado ha crecido en más de un 130% y los viáticos en más de un 80%, las dietas y gastos de representación en más de un 25% y la compra de combustible en más de un 100%. Estos aumentos, con una inflación que apenas supera el 7% en lo que va de año.”
Sin dudas, esta manera injusta e irresponsable en la aplicación de la distribución de los ingresos que capta el Estado por concepto de los impuestos que el pueblo paga, acentuó la pobreza de las grandes mayorías de la República Dominicana en el 2006. Lo que quiere decir que la medalla que el Dr. Leonel Fernández se auto otorgó por el aumento del PIB no es de oro auténtico, es de pirita, un mineral compuesto por los elementos hierro y sulfuro, de color dorado brillante, de bajo precio y que generalmente es confundido con el oro. Por lo que se le denomina también oro de tontos.
Es importante que este particular momento, donde la esperanza del pueblo dominicano vuela a ras de tierra sobre el inmenso valle del clientelismo, la gerencia inepta, la falta de autoridad y la impunidad, sea visto como un espacio para la reflexión profunda y como una excelente oportunidad para que los hombres y mujeres de buena voluntad orienten su visión hacia la búsqueda de un liderazgo centrado en principios, con dimensión ética, que sea honesto, humilde, austero, responsable, con amplia vocación democrática y con espíritu cristiano. Un liderazgo que pise con firmeza el suelo de su país para que conecte su discurso con la praxis. Que no se deslumbre con el brillo del oro y la fortuna, y que en vez de presentar reformas fiscales para sacarle el dinero del bolsillo a los pobres, promueva en la sociedad dominicana una reforma moral. Además, que piense en las futuras generaciones y no en las próximas elecciones. Que sea insumergible en el océano de la corrupción. En fin, que dignifique el ejercicio de la política y de las funciones públicas, y que nos estimule a todos a asumir el sagrado compromiso, sin distingos de preferencias políticas, de trabajar unidos en el desarrollo de un Plan de Nación que nos sitúe en el escenario de una patria más justa para todos.
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