Definitivamente, las mujeres somos seres especiales: audaces, inteligentes, valientes, perseverantes, insustituibles; como lo muestra la historia de la humanidad.
Sin Eva, Adán nunca se hubiera comida la manzana; Helena armó la de Troya por sus amoríos con París; la Grecia de Pericles no hubiera sido dorada de no ser por la sabiduría de Aspasia y Julio César y Marco Antonio tienen su lugar en la historia porque Cleopatra los pasó primero por la suya.
María Antonieta revolucionó al mundo al demostrar que la dignidad está por encima de la guillotina y Napoleón sin Josefina no hubiera tenido tanto poder. Madame Curie asombró a los científicos con el descubrimiento de la radio y la reina Victoria reinó durante 64 meses para convencer a los ingleses que allá quienes mejor mandan son las mujeres; o si no que lo diga Margaret Thatcher.
Sin Golda Meir no se hubiera convertido un desierto en una huerta productiva; Indira y Sor Teresa le mostraron al mundo que la India no es sólo un rebaño de elefantes y Eva Perón y Mafalda les enseñaron a los argentinos a querer más a su país. La señora Aquino no dudó un instante en poner su corazón al servicio de sus filipinos y ni hablar de la señora Gorbachov en la Perestroika.
Esos son sólo unos cuantos ejemplos, pero suficientes para preguntar ¿se atreve alguien a negar la grandeza de las mujeres?