SANTO DOMINGO.-En la República Dominicana hay más gente de la que uno se imagina que cree en brujerías. En estos momentos, algunos políticos medios están recurriendo a los brujos para que les concedan “buena suerte” a sus respectivos líderes, aspirantes a la Presidencia en las elecciones generales previstas para el año próximo. Esperan sacar su tajada del pastel si su candidato gana.
Se espera que este martes 13, Día de Brujería para algunos, los brujos no den a basto.
Las consultas a los “brujos” se han incrementado en zonas donde abundan, como por ejemplo en San Juan de la Maguana, Barahona y Las Matas de Farfán, en el llamado Sur Profundo, pero también en Samaná, Higuey y Miches, en el Este. En el Distrito Nacional, los brujos tienen gran demanda en los bateyes de Palavé y Bienvenido, donde son visitados por personajes que andan en lujosos autos y yipetas. Algunos van prácticamente disfrazados, con sobreros o cachuchas y lentes ahumados, para que no los reconozcan, pues han salido en los periódicos o la televisión.
En el país hay brujos, curanderos, “curiosos” y charlatanes, muchos de los cuales viven como príncipes a costa de la ignorancia de sus clientes, que procuran brebajes, ensalmos y amuletos para conquistar un amor, conseguir dinero, lograr un trabajo o hacer daño a un enemigo.
La clientela de los “brujos” abarca las diferentes clases sociales, pues tanto ricos como pobres acuden donde ellos para tratar los más variados asuntos. Incluso personas cultas, instruidas, apelan a los “brujos” cuando en el caso de enfermos les falla la medicina tradicional, o cuando todo le sale mal sin explicaciones lógicas.
Es difícil cuantificar con precisión cuántos brujos, siquiera aproximadamente, podría haber en el país. Sin embargo, las indagaciones apuntan que podrían ser algunos miles, incluidos los “curiosos” o “curanderos” que generalmente recetan brebajes para “curar enfermedades”, técnicas a menudo aprendidas de sus ancestros y que en innumerables ocasiones lo que han hecho es agravar el estado de los “pacientes”.
Los “brujos” abundan mayormente en los bateyes de los ingenios, aunque también los hay en zonas donde no hay caña, como por ejemplo en Samaná o San Juan de la Maguana. Los “brujos” de esas zonas son los más “famosos” del país, y son visitados incluso por dominicanos que viven en el extranjero.
En San Cristóbal también hay “brujos” famosos, con clientelas que van desde reconocidos empresarios y destacados educadores, hasta prestigiosos deportistas.
Hay uno de ellos, muy sobresaliente, que en una ocasión incluso puso un avión particular al servicio de su “bruja” favorita para que le visite en los Estados Unidos, donde mayormente reside.
La proliferación de “brujos” en los bateyes generalmente está asociada a la población haitiana, que en sus prácticas de hechicerías suele mezclar ritos de “vudú” con cánticos que contribuyen a un sincretismo en el que se entremezclan la cultura de Haití y la República Dominicana, aunque a muy bajo nivel.
Los brujos de los bateyes, tanto haitianos como dominicanos, realizan “trabajos” dizque para “abrir la buena suerte”, pero también para causar daño. Ellos se dividen entre los que “trabajan con Dios”—brujos blancos— y los que apelan a “espíritus malignos” –magia negra–, con visitas al cementerio en horas tardías de la noche para “invocar” espíritus errantes y supuestamente “capturarlos”, para entonces “echárselos encima” a la víctima escogida. En ese caso, la idea es “volverlo loco” o provocar que tenga algún accidente.
Hay mucho de porquería en esto, pues muchas veces los brujos de los bateyes hacen beber a sus clientes unas pócimas combinadas de ron, miel de abejas, especias y refrescos, algunas contentivas de un sapo o un pichón de culebra muertos. El ritual se practica siempre junto a una caja de muerto, con velas y todo. Hay quienes se toman los brebajes, convencidos de que lograrán el objetivo que se proponen.
En sus investigaciones para este artículo, el autor ha visto altares de brujos en cuyo rancho hay un ataúd, que los “brujos” dicen contiene “un espíritu”, a cuyo alrededor se hace girar la persona interesada expresando los deseos de lo que quiere lograr.
Generalmente, al hacer sus ‘consultas” o “trabajos” esos brujos ‘se montan”, es decir, entran en un éxtasis o trance, con significativos cambios en el sonido de la voz, con un insaciable deseo de beber ron y fumar tabaco, supuestamente porque están “poseídos” por un espíritu que no es el suyo, sino el de un muerto. En tales condiciones, la voz extraña del brujo “aconseja” tales y cuales cosas al interesado, a fin de que consiga lo que aspira.
Hay gentes que se impresionan tanto que también caen en trance, incluso con contorsiones en el suelo, sin que posteriormente recuerden lo sucedido al volver a la realidad.
En ese proceso, la persona “poseída” por el espíritu, a la que se denomina “el caballo”, se expresa con frases inintilegibles que el escritor mexicano Octavio Paz describe como “hablar en lenguas”.
“El “hablar en lenguas—dice el Premio Nóbel 1990—ha sido considerado como un signo de la posesión divina o, alternativamente, de la demoníaca.”
La Edad Moderna ha bautizado al fenómeno con un nombre científico—glosolalia—y ha tratado de identificarlo como un trastorno fisiológico y psíquico: hipnosis, epilepsia, neurosis.
La antropóloga norteamericana Felicitas D. Goodman, en su obra Speaking in tongues. A crosscultural study of glosolalia, define la glosolalia como “una de las manifestaciones de ciertos estados alterados de la conciencia que se caracterizan por una excitación de varias funciones psíquicas y físicas, en este caso la actividad verbal.
En el caso de los “brujos que se montan”, esa disociación de la conciencia es un “trance”, o como dice Octavio Paz en Sombras de Obras “un verdadero tránsito, por naturaleza pasajero y que no afecta al sujeto en su conducta y actividades diarias”.
En efecto, después de que salen de su trance los brujos retornan a la conversación normal, a menudo con explicaciones de que era Tal o Cual espíritu, casi siempre bautizado con el nombre de alguno de los “luases” a quienes apelan: Ogún Balenyó, Belié Belcán, Anaísa o Candelo, etc., que no son más que correspondencias entre ellos y San Miguel, Santa Ana o , del santoral católico.
La interpretación sobre la funcionalidad de los luases otorga a Ogún Balenyó la cualidad de defensor de los combatientes, a Belié Belcán el carácter de abogado de los partos difíciles, mientras que Anaísa es la defensora de las mujeres con problemas vaginales. Candelo es el protector de los desvalidos, y así por el estilo.
Los orígenes de la hechicería europea y la negroafricana hay que buscarla en nuestra propia Historia como pueblo.
En su obra La Mala Vida. Delincuencia y picaresca en la colonia española en Santo Domingo, el escritor dominicano Carlos Esteban Deive dice que la hechicería europea y sus afines “llegaron a Las Indias con los descubridores.”
“Marineros, buscadores de fortuna, labriegos, clérigos de misa y olla y demás gente de varia condición trasplantaron a las nuevas tierras las creencias y prácticas mágicas de la época, fuertemente sincretizadas con el catolicismo popular”, dice Deive.
“Con el saber y la ciencia—añade—vinieron también, en Las mismas naos, los demonios, las supersticiones más groseras, los remedios caseros, los filtros amorosos, los encantamientos”.
El escritor amplía: “Más tarde, coco a codo con la magia europea, conviviría también en América la negroafricana. Los esclavos eran, mucho más que los blancos, expertos en hechizos eficaces. Los traficantes que recorrían las costas africanas solían contar, no sin cierto temor, extravagantes historias de brujos poderosos. Las artes goéticas del continente negro eran motivo de espanto y aprensión entre los españoles por el exotismo de sus ritos y conjuros”.
La mezcla de razas—decimos nosotros—fundió no solamente la sangre de españoles, indios y africanos, sino que también hizo posible la herencia de las supercherías, las creencias en brujos, los amuletos y los encantamientos.
Esta es quizás la explicación de que haya tantos dominicanos interesados en apelar a los brujos en las más variadas circunstancias, no importa lo que suceda ni lo que digan las Iglesias o las leyes.