Por aquí, que siempre estamos entretenidos en otras cosas, apenas nos dimos cuenta de un acontecimiento, con excepción de El Nacional, que debió llamar la atención: la revisión de las cifras de crecimiento de la economía de Estados Unidos en el 2006. Más, cuando el promedio jamás se ha manejado con ningún otro propósito que no sea reflejar el comportamiento de los bienes y servicios en la economía estadounidense.
Si bien siempre han existido reservas sobre los astronómicos crecimientos económicos que suelen exhibir las actuales autoridades, después de decisiones como la de Estados Unidos, las estadísticas locales, que el año pasado habrían alcanzado un 10.7, una de las dos o tres más altas del mundo, quedan más bajo lupa. Máxime cuando el crecimiento es asociado con el bienestar general de la población, que fuera de los libros por aquí no se ha visto.
Ahora, lo que habría que determinar es si la alteración detectada en las cifras de crecimiento fue deliberada, con el propósito de ganar méritos o capital político, o simple error de cálculo. Con los riesgos que suponen las mentiras y las maniobras fraudulentas en Estados Unidos cuesta pensar, aunque nada se puede descartar, que se trate de una manipulación adrede.
El incremento alcanzó apenas 2,2 por ciento a ritmo anual en el último trimestre, pero las primeras estimaciones habían señalado un 3,5. La corrección deja la principal economía del mundo con un crecimiento de 3,3 en el 2006 y no 3,4 como se había informado. La diferencia puede parecer insignificante, pero tratándose de una nación tan poderoso se trata de jícara de coco.
Factores que no concordaban, como la relación entre inventarios e inversión fueron la causa principal de la corrección de la cifra de crecimiento. Se determinó que las empresas han guardado menos existencias de mercaderías que lo previsto y que sus inversiones, en lo que constituye la baja más marcada desde comienzo de la guerra en Irak, en marzo de 2003, retrocedieron un 2,4.
La revisión induce a reflexionar sobre las contradicciones que caracterizan las cifras con que las autoridades se colman de autobombo. Si guardan, por ejemplo, un incremento de la pobreza a niveles tan dramáticos como expuso el Programa de las Naciones Unidas para la Alimentación, según la cual el 27 por ciento de la población pasa hambre, y el abultado crecimiento de la economía que exhiben las autoridades. Pero además si esas cifras no contrastan con el colapso de sectores como las zonas francas, pequeños negocios y la salida de empresas emblemáticas.
Si antes había dudas, ahora hay más razones para al menos tener los números bajo vigilancia. Hay cifras sospechosas. Después que en Estados Unidos se ha visto que la revisión de las estadísticas no es ningún pecado, habría que determina por aquí si cualquier error de cálculo ha sido adrede o para engatusar a la población. El engaño deliberado, como suele temerse con las cifras que por estos litorales amplifican las autoridades, sí sería un pecado, digno de castigarse.