La República Dominicana vive momentos en extremo difíciles, no sólo por la crisis económica y la descomposición ética y moral, sino por la indefinición y la falta de coherencia política en el manejo de la cosa pública por parte las presentes autoridades.
Por segunda ocasión, Leonel Fernández encabeza un gobierno francamente malo, caracterizado por la incompetencia y la arrogancia de quienes se declararon genios de la política, la economía y demás ciencias sociales. Y no pegan una. Otra vez el Presidente y su gente andan dando tumbos, perdidos en el espacio infinito de sus cabezas sin saber qué rumbo tomar, si el de la democracia o el del autoritarismo, si la paz o la guerra, si la globalización imperial de Bush o la regionalización que proclaman Chávez y Fidel, si libre mercado o restricciones a la inversión privada.
Ni las leyes ni las reglas del juego democrático parecen estar claros en el Gobierno, que no sabe qué representa, cuáles son las clases o los sectores de clase para los cuales gobierna. Lo único claro es el interés de cada funcionario, es su parcela, su negocio. Eso sí que está más claro que el agua. Es decir, cada quien tiene claro cuáles son sus intereses, cada quien sabe lo que quiere y cómo obtenerlo.
Las únicas prioridades claramente definidas en el gobierno son las personales, las de cada funcionario, incluyendo la del Presidente, que es mantenerse en el poder más allá del 2008.
La percepción popular reflejada en las encuestas de que la corrupción es cada vez mayor en el gobierno, no está alejada de la verdad. El 98 por cierto de la población considera que hoy hay más corrupción en el gobierno que ayer, es decir, que en gobiernos anteriores. Y es verdad, sólo hay que ver las fortunas acumuladas por los que llegaron en chancletas, que no sabían hacer un nudo de corbata, que no sabían qué era una cuenta corriente de un banco, que se sabían todas las rutas de las guaguas públicas y de los carros del concho porque no tenían otro medio de transporte. Sólo hay que verlos ahora.
Pequeña burguesía, arribista y trepadora que asaltó el Estado, que regaló el patrimonio del pueblo, sus empresas, entre ellas la Corporación Dominicana de Electricidad, durante un proceso de privatización totalmente corrompido.
Este segundo mandato ha sido más de lo mismo. Un clon. El mismo presidente y los mismos funcionarios, incluyendo a los acusados del caso Peme, el mayor escándalo de corrupción de los últimos 40 años, que involucró casi mil 500 millones de pesos.
Los empresarios que apostaron al cambio, al pupilo de Villa Juana, al partido de Coquito, ahora están con el grito al Cielo porque sus negocios han entrado en crisis, incluyendo a los tradicionales grupos de poder, los que ponen y quitan gobiernos, los dueños verdaderos del país. Esos grupos, perseguidos y acosados, cometieron un error gravísimo. Se pusieron a inventar. Conspiraron contra el PRD y el presidente Mejía, a quien prácticamente le dieron un golpe de Estado financiero. Les salió el tornillo por el queso.
No había en el gobierno pasado persecución contra el empresariado, ni voracidad fiscal asfixiante. Hubo problemas entre Gobierno y empresariado, es cierto, pero siempre los hay.
Con Hipólito Mejía es fácil discutir, pero también es fácil ponerse de acuerdo. Con Hipólito todo el mundo sabe a qué se atiene. Cuando el presidente Mejía decía sí, era sí; cuando decía no, era no. Ahora, lo dicen los propios empresarios, sí es no. Y viceversa. Ahora nadie sabe en qué pie está parado.
El Presidente un día dijo que no estaba de acuerdo con el Tratado de Libre Comercio, pero luego, cuando ya es tarde, cuando los gringos le halan las orejas, dice que lo apoya incondicionalmente. Un día dice que el modelo de zonas francas está agotado, que se marchen para Haití, luego cambia, cuando ya se han perdido miles de empleos directos e indirectos, y dice que hará grandes inversiones para que se mantengan en nuestro país.
Encima de todas esas indefiniciones, de la falta de carácter en el manejo de la cosa pública, están los engaños y la demagogia. En el Gobierno todos mienten. El discurso del presidente ante la Asamblea Nacional el pasado 27 de febrero es una antología de mentiras. Una cosa es cierta, nadie sabe hacía dónde va el país. El Gobierno dice que es hacia delante. El país marcha, dice el Presidente en todos sus discursos. También lo dicen las bocinas, que cada vez son más, pero, ¿hacía dónde va el país?
Si les hacemos esa pregunta a los empresarios, de seguro dirán que hacia el caos.
Si le preguntáramos a los que han perdido sus empleos, a los chiriperos, a los empleados públicos y privados, a los profesionales, dirán que no lo saben. O dirán que el país marcha hacia lo desconocido, hacia el vacío, dirán que el país, de tanto caminar, por no detenerse, está al borde del precipicio, que no puede dar un paso más en la dirección por donde lo lleva el presidente Fernández, porque es el camino de la inseguridad ciudadana, el camino de la pobreza extrema, el camino de la corrupción, de la incapacidad y la insensibilidad social, es el camino del fracaso de la nación.