Se incurre en esa acción porque el arte dominicano tiene escasa significación y cotización en los mercados internacionales del arte. Cotización que corre muy por debajo del arte cubano, puertorriqueño y haitiano cuyos maestros se mueven entre cifras altísimas.
Parece que se cumple con el deseo que nuestros maestros abrigaron en vida. Ellos abogaron porque se le prestara atención a su trabajo y se invirtiera dinero en darles a conocer internacionalmente. Y sin embargo, la gran mayoría de esos pintores nacionales vivieron y murieron en la indigencia. La presencia del arte dominicano en los museos internacionales es exigua, y cuando se habla de arte latinoamericano apenas se nos menciona.
El problema fundamental de la loable tarea que llevan a cabo nuestras instituciones es que los artistas fallecidos no pueden defender su obra. Alguien tiene que ocuparse en defenderla por ellos. Y eso ya no tiene la misma credibilidad, repercusión ni arrastre. Es triste y lamentable decir que el arte de los artistas fallecidos llegó a donde pudo haber llegado. Porque el ágil mundo del arte se mueve y se promueve a través de los medios de comunicación. Y esta es una realidad contra la cual no podríamos hacer nada, sin importar lo enjundioso que fuese el capital invertido.
Los artistas vivos sí pueden y deben defender su obra. Asistir a entrevistas de prensa, a otras exposiciones, conversar en directo con las personas claves de la sociedad en que se presentan sus obras y allí refuerzar alianzas con los círculos económicos y de poder.
Nuestro país consta con maestros vivos y sumamente capaces de servir como promotores de sus y nuestros valores culturales. Ellos deberían ser la punta de lanza utilizada para abrirnos camino en el mercado internacional del arte. Bastaría mencionar nombres como los de Ada Balcácer, Domingo Liz, Fernando Peña Defilló, José Rincón Mora, Ramón Oviedo y otros entre los cuales me incluyo. Maestros como Guillo Pérez y Cándido Bidó han promovido su obra internacionalmente con recursos propios y sin ayuda oficial alguna.
Cada año, la República Dominicana debería invertir en promover internacionalmente uno de sus valores nacionales. Deberían realizarse exposiciones individuales o retrospectivas bien curadas. Las exposiciones colectivas, lamentablemente, no funcionan en la memoria colectiva. La diversidad visual hace que se pierda el impacto. Así como no se pueden poner a sonar simultáneamente y en la misma sala de conciertos a Mozart, Bethoven y a Gluck, así no se deben hacer esas exposiciones colectivas que son un muestrario flojo, una especie de arroz con mango.
Se debe elegir un tipo de imagen, un carácter, una personalidad e insistir en esa durante todo un año y en capitales claves del mundo. Al año siguiente el maestro sería otro. Estas exposiciones pueden ser auspiciadas de manera conjunta por instituciones como la Secretaría de Estado de Cultura, la Secretaría de Estado de Relaciones Exteriores, las cámaras dominicanas de comercio y sus contrapartes en el exterior. Como es preciso que participen las instituciones dominicanas en el exterior, se deben incluir las asociaciones dominicanas de comerciantes y de profesionales de los países huéspedes. Ellos formarían la base de esta acción internacional.
El gobierno debería publicar anualmente un libro consistente y pleno de imágenes de uno de sus artistas principales. ¿Cómo se explica que nuestra bibliografía pictórica sea tan pobre? ¿Cómo se justifica que el estado haya invertido tan poco en la publicación de libros de arte?
Debemos ser humildes y reconocer que el nuestro es un caso muy distinto al de los países que ya desde hace siglos tienen una importante plaza asegurada en el mercado internacional del arte y cuyos museos proclaman continuamente la importancia de sus pintores fallecidos.
El punto final es que no debemos esperar a que nuestros pintores y maestros se mueran para empezar a promoverlos en el exterior. Eso es una estupidez, es inútil y no funciona. Que el estado y las instituciones culturales nacionales no pierdan un minuto más, que asuman su papel, se ocupen e inviertan en promover el arte de los maestros dominicanos vivos. Porque esos maestros son los que pueden abrir el camino para las generaciones venideras.
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