Orlando Martínez Howley, brillante periodista y militante revolucionario ejemplar fue asesinado el 17 de marzo de 1975, aproximadamente a las 7:00pm.
Se trató de un crimen político con características de asesinato de Estado, planeado y ejecutado (en un periodo de ejercicio del terror político), desde las altas esferas policiales-militares del régimen balaguerista de los doce años (1966-1978)
El grupo del poder que lo asesinó fue denunciado a tiempo y un persistente esfuerzo de acusación logró mantener abierto el proceso de sanción judicial, pero solo en el año 1997 pudo ponerse en marcha el expediente y apresarse a una parte de sus asesinos.
La impunidad total prevaleció durante 22 años. La acción judicial en los años posteriores ha sido lenta, parcial y tortuosa; limitada a los autores directos, materiales, del crimen.
Los autores intelectuales siguen fuera del expediente, a pesar del constante reclamo popular para que se les encause.
Ahora el proceso está en otra Corte de Apelación, la de San Pedro e Macorís, después que la Suprema Corte de Justicia anulara la sentencia amañada de la Corte de Apelación de Santo Domingo, a través de la cual se intentó reducirle la condena de 30 años de prisión dictada en primera instancia.
El próximo 11 de abril otra vez se debatirá el fondo de la acusación y me toca de nuevo comparecer como testigo. He aquí la síntesis de lo que he venido exponiendo a todo lo largo de este prolongado, pero trascendente proceso.
Un Asesinato de estado
Todos ustedes saben de mis vínculos de camaradería, hermandad y amistad con Orlando Martínez Howley. Las grandes afinidades morales, político-teóricas y humanas que nos unieron para siempre, desde nuestra militancia común en el movimiento estudiantil de izquierda “Fragua” y en el seno del Partido Comunista Dominicano, son muy conocidas
Orlando fue un estudiante, un militante revolucionario, un ser humano y un comunicador social, verdaderamente ejemplar. De un gran talento e inmensa bondad.
Su militancia revolucionaria, sus valiosos escritos y su ejercicio periodístico, los dedicó a enfrentar -con un despliegue de valor admirable- la represión, las torturas, las injusticias sociales, el saqueo de las corporaciones extranjeras, la perversidad política, el entreguismo al poder imperialista de los EEUU, el terrorismo de Estado aquí y mas allá de nuestras fronteras; defendiendo siempre a los (as) explotados (as), desposeídos (as), excluidos (as), reprimidos (as) y discriminados.
Sus enemigos eran, en consecuencia fácilmente inidentificables, y quienes dentro de ellos se propusieron matarlo, tampoco resultaron difíciles de detectar: estaban ubicados en la cúpula del poder militar, policial y político, en estrecha relación con los sectores, poderosos, con las corporaciones transnacionales y con los enclaves de inteligencia y asesoría militar de los EEUU (Estación Dominicana de la CIA, Cuerpo de Asesores Militares-MAAG, Embajada de los EEUU en el país).
Se trataba de los mismos que dirigieron la maquinaria de terror en los días de la post-guerra de abril y durante los doce años del régimen de Balaguer.
Orlando lo sindicó como los “generales de horca y cuchillo”, refiriéndose sobre todo al grupo que encabezaba el entonces general Enrique Pérez y Pérez junto a los generales Salvador Lluberes Montás, Ramón Emilio Jiménez hijo y otros jerarcas militares; todos vinculados a la CIA, al MAAG y a los grupos terroristas de la mafia cubano-americana de Miami; todos cavernariamente anticomunistas.
A ese grupo pertenecieron también el Coronel Ernesto Cruz Brea, encargado de inteligencia, el mayor Pou Castro, jefe de operaciones de grupos de acción y el coronel Isidoro Martínez (conocido cómo “La Caja”) ya fallecido.
Utilizaban para sus fechorías a otros miembros activos de la Policía Nacional, el Ejército, la Marina, la Fuerza Aérea y sus órganos de seguridad, como también a miembros civiles de las tristemente célebre Banda Reeleccionista y Anticomunista (organismo para-militar)
A Cruz Brea, en su columna Microscopio, el propio Orlando Martínez se refirió como el oficial encargado de coleccionar sus escritos y de darle seguimiento para estimular el crimen. Incluso señaló que si algo le pasara, si era asesinado, solicitaba que ese coronel fuera investigado; siempre estableciendo los vínculos de este señor con el grupo de Pérez y Pérez.
Y justamente la primera amenaza escrita recibida por Orlando, fue a raíz de su valiente denuncia sobre las circunstancias rodeaban al asesinato del periodista Gregorio García Castro y el proceso de investigación del mismo. Ese crimen precisamente se produjo en 1973 siendo Cruz Brea Jefe de la Policía Nacional y lo ejecutaron agentes del Servicio Secreto a su servicio.
Gregorio García Castro tenía vínculos de amistad con el general Neit Nivas Seijas, quien encabezaba un grupo muy corrupto, pero enfrentado el grupo de Pérez y Pérez.
A raíz de ese hecho, Orlando denunció con todos sus detalles el encontronazo entre Nivas Seijas y Cruz Brea en el Palacio Nacional y dio pistas sobre sus verdugos, lo que determinó la referida amenaza de muerte en su contra; la cual como es lógico movió diversos reacciones de solidaridad y protección, y detuvo temporal a los sicarios de Pérez y Pérez y Cruz Brea.
La intención de todas maneras se mantuvo viva y fue más tarde, a raíz de aquel artículo titulado “¿Por qué no doctor Balaguer?”, publicado en El Nacional de Ahora el 25 de febrero de 1975, cuando se reactivó persistentemente el operativo para matarlo.
En ese artículo, lleno de indignación por el atropello de que había sido víctima el gran pintor revolucionario Silvano Lora en ocasión de su deportación en el Aeropuerto las Américas, Orlando exhortó a Balaguer a subirse en un avión y largarse del país, junto todos sus funcionarios corruptos, calieses y asesinos.
El mismo fue usado de inmediato como punto de partida para el nuevo operativo criminal. El coronel Cruz Brea, además de distribuirlo entre los “generales de horca y cuchillo”, se lo llevó personalmente a Balaguer planteándole que ya eso “no se podía permitir”. Y Balaguer no lo detuvo, lo que se tradujo en luz verde para el atentado. (Esta información nos la suministró el señor Ortega Oller, cuñado del general Ramón Emilio Jiménez hijo.)
La reunión del Estado mayor con esos fines no tardó en producirse: el 8 de marzo de 1975 se encontraron en la Secretaria de las Fuerzas Armadas los generales Jiménez, Pérez y Pérez, Lluberes Montás y Logroño Contín (fallecido), el primero Secretario de Estado de las Fuerzas Armadas y los otros jefes de Estado Mayor del Ejército, la Fuerza Aérea y la Marina de Guerra respectivamente.
El encargado de dar las instrucciones a Pou Castro para que montara el equipo criminal, junto al coronel Isidoro Martínez de la FAD, fue el general Lluberes Montás. Así lo ha confesado Pou Castro en los interrogatorios publicados.
En vista de la necesidad de reforzar el operativo y específicamente de incorporar a ese Staff a Mariano Cabrera Durán, experto tirador, se le solicitó al general Jiménez hijo que instruyera al jefe del J2 de las FFAA, coronel Abreu Rodríguez, para esa selección, dado que este sicario estaba asignado a ese organismo. Esa instrucción también fue dada personalmente por el general Ramón Emilio Jiménez hijo y eso consta en uno de los interrogatorios a Pou Castro.
Esos hechos y esas confesiones dejan bien claro que se trató de un asesinato de Estado, consultado con el presidente de la República, decidido en Estado Mayor de las FFAA y ejecutado por dos grupos: uno de contención dirigido por el coronel Isidoro Martínez y otro encargado de la acción directa, de la ejecución del crimen, comandado por el entonces Mayor, hoy general retirado, Joaquín Pou Castro (alias Ñoño).
El día escogido fue el 17 de marzo de 1975 y los detalles del seguimiento y de la operación constan en el expediente acusatorio. En la labor de rastreo participó el coronel Sánchez Guzmán, asignado a la escolta del canciller Víctor Gómez Bergés. Sánchez Guzmán murió posteriormente en un extraño y sospechoso accidente automovilístico.
Sobre todo esto debo decir lo siguiente:
• Orlando Martínez me informó previamente que el entonces canciller Víctor Gómez Bergés, vecino de él y compañero de partido de una de sus primas (la que posibilitó la relación con Gómez Bergés), le había presentado y ponderado positivamente un oficial que prestaba servicio en la Cancillería. No tengo claro si se trató de Sánchez Guzmán o de Pou Castro, quien también estaba asignado a la Cancillería
Orlando y quien esto escribe desconocíamos entonces la trayectoria criminal de esos dos oficiales
• Días ante del asesinato, Orlando me comunicó confidencialmente que Víctor Gómez Bergés lo había llamado para informarles que ya estaba montando un operativo militar para asesinarlo y que la única forma en que podía salvarse era si abandonaba el país, a lo que él se resistía con toda razón, dado que en su caso implicaba aceptar la autocensura, dejar su trabajo y separarse de su familia, especialmente de su madre que no estaba bien de salud.
En esa oportunidad yo le insistí en dos cosas:
1- Denunciar la trama.
2- Exigirle a Gómez Bergés que le dijera de donde procedía el plan y quienes participaban, para poder prevenirlo.
Orlando me pidió uno días para hacer la denuncia, alegando que ese hecho afectaría mucho la salud su madre (por lo que debía prepararla) y que le ocasionaría serios problemas con la familia de su novia.
Gómez Bergés se negó a dar detalles.
Y los días pasaron sin que se pudiera obstruir la operación.
De mi parte deduzco que la llamada que recibió Orlando antes de salir de las oficinas de Publicación ¡Ahora!, situada en la ave. San Martín, el día de su asesinato; llamada que lo condujo a los predios de la UASD, fue posiblemente hecha por uno de ellos, citando a Orlando Martínez para darle una información confidencial en su condición de periodista.
Víctor Gómez, por demás, aun después de la muerte de Orlando, se resistió a dar las informaciones por él conocidas sobre este caso. Y es claro que esa actitud implicó encubrimiento de los autores del asesinato, pese al gesto loable de alertarlo sobre la conjura en marcha.
Autoría intelectual y material y encubrimiento de los asesinos
La autoría intelectual, todavía no incluida en el expediente, ha sido precisada:
Joaquín Balaguer Ricardo, Enrique Pérez y Pérez, Salvador Lluberes Montás, Ramón Jiménez hijo y Ernesto Cruz Brea.
De estos solo Lluberes Montás fue incluido inicialmente en el expediente, para luego ser desglosado por una supuesta gravedad, que ya se ha evidenciado como un gran teatro.
No procesarlos sería dejar sin sanción al componente principal del crimen, garantizarles a los que decidieron el hecho criminal, a los que dieron las órdenes y autorizaron ejecutarla (abiertamente o veladamente).
Los principales autores directos, materiales, están incluidos en este proceso.
De ellos la principal responsabilidad recae sobre Joaquín Pou Castro, jefe del grupo encargado de disparar contra Orlando Martínez.
Tanto Cabrera Durán como Freddy Lluberes, hicieron las veces de instrumentos del crimen, de matadores directos. De le Rosa actuó como cómplice-acompañante.
El expediente tiene demasiados datos que prueban esos roles en la operación criminal.
Balaguer, mas allá de la responsabilidad descrita, se auto-inculpó cuando escribió la famosa “Pagina en Blanco” de las “Memorias de un Cortesano de la Era de Trujillo”. Se auto-incriminó como encubridor del crimen al confesar que sabía quienes eran sus autores, pero que lo daría a conocer después de su muerte.
Con ello intentaba salirse del paquete de autores intelectuales, al tiempo de proteger bajo amenaza a los demás autores del asesinato.
El carácter de crimen de Estado es lo que explica el largo periodo de impunidad total que protegió a sus autores, así como el proceso mediatizado circunscrito a los autores directos materiales, el cual se inicio en el año 1997, cuando el juez de instrucción Castillo Pantaleón pudo tener acceso a los interrogatorios, cuidadosamente ocultados, desde noviembre de 1975 hasta esa fecha.
Esto además nos remite al encubrimiento institucional y a sus responsables.
La Jefatura de la Policía Nacional, a cargo del General Guzmán Acosta, actuó como encubridora de los autores del crimen cuando intentó desviar la investigación, acusando falsamente del hecho a dirigentes del PLD. Ese comisión investigadora fue encabezada por el general Brea Garó.
Balaguer detuvo el proceso de investigación llevado a cabo posteriormente por Neit Nivar Seijas (nuevo jefe de la Policía Nacional), después de conocer los interrogatorios de Pou Castro y asociados y de tener constancia de la posibilidad de que los generales mencionados, en especial Ramón Emilio Jiménez hijo, alegaran la “obediencia debida” a “órdenes superiores”.
Con ello Balaguer evidenció su complicidad, a pesar del gesto previo designando a Nivas Seijas, adversario de Pérez y Pérez, Jefe de la Policía y encargado de la nueva investigación que posibilitó esos nuevos interrogatorios y las valiosas informaciones que contienen. El proceso quedó de nuevo bloqueado.
En otro orden, el Dr. Ramón Pina Acevedo, hábil abogado de las peores causas, actuó como encubridor de Pou Castro al prestarse a dar la coartada de que éste se encontraba en su casa, donde tenía lugar un festejo, a la hora de cometerse el asesinato.
Está claro, pues, que hay hechos y personas que sancionar: responsables intelectuales, autores materiales, cómplices y encubridores. Con nombres, apellidos y funciones.
Hay confesiones y hechos comprometedores insoslayables, si se quisiera hacer justicia de verdad a nivel institucional. Evidencias y pruebas mayores no faltan
Hay culpables mayores y menores, y el pueblo lo sabe y los ha juzgado y condenado a todos sin exclusiones. Solo falta que lo tribunales de la república se atrevan a sancionarlos más allá del descrédito que los arropa.
Este juicio es emblemático. Mantenerlo vivo y actual ha sido un formidable ejemplo de persistencia y firmeza, desafiando a todos los riesgos de lugar.
La heroína de este esfuerzo fue Doña Adriana, madre de Orlando.
El héroe Don Luís Mariano, padre.
La sociedad espera que por fin se sancione drásticamente a todos estos asesinos; responsables de toda una era de terrorismo de Estado, responsables no solo de los asesinatos de Orlando Martínez y de su hermano Edmundo, sino de innumerables y valiosos luchadores (as) por la libertad.
Amén
NARCISO ISA CONDE
17 de marzo 2007, treinta y dos años después, REPÚBLICA DOMINICANA