Si la Historia dominicana está escrita, puede que le falte difusión para suprimir mitos de héroes y batallas que parecen adornarla. No se trata de la fábula del Santo Cerro, sino que luce, como los tiempos presentes, una historia de buenos y malos, sin ponderar, cuesta creer que por falta de rigor científico, las circunstancias que determinan acciones incluso cuestionables.
Nuestro gran acontecimiento es la guerra de la restauración, ese levantamiento del pueblo dominicano en 1863 no se sabe si propiamente contra la anexión a España o por las atrocidades de los colonos. Sobre la epopeya hay quienes plantean que es dudoso si el pueblo habría opuesto o no una resuelta resistencia al proyecto, de haber tenido la oportunidad de hacerlo antes de verse frente al hecho consumado, en marzo de 1861.
Esto así, porque la extenuante lucha de 17 años que siguieron a la Independencia, la permanente amenaza de invasión haitiana, el exilio continuo de los líderes liberales, que sacó de escenas a aquéllos cuyas voces habían despertado en el pueblo la aspiración de realizar sus primeros ideales, todo había contribuido a una decadencia gradual de la devoción inicial del concepto de libertad.
Figuras como Sumner Welles reconocen que para la época la historia estaba repleta de extrañas inconsistencias y veleidades, que es probable que se hayan mantenido como una constante hasta nuestros días. Se apoya en la escasa repercusión que tuvieron las protestas de los trinitarios Ramón Matías Mella y Francisco del Rosario Sánchez contra el protectorado español.
Es irónico que el Mella que lanzó la voz de alarma ante los rumores que corrían sobre la anexión había sido el mismo que Santana utilizó como emisario con instrucciones de transmitir a la Corte española, "el cariño y el respeto del pueblo dominicano hacia España". Sabía el trinitario que "la protección de la independencia" era uno de los anhelos de Santana.
Sánchez estaba exiliado en San Thomas, desde donde envió amonestaciones que invitaban a defender la libertad conculcada a través de la anexión. Pero dice Welles que la larga identificación de Sánchez con los intereses de Buenaventura Báez, personaje siniestro, pero astuto e inteligente, hacía poco probable que su grito incitara la rebeldía popular. Especialmente -explica- por el hecho de que Sánchez, por una de esas inconsistencias de la que está repleta la historia dominicana, estaba procurando al principio, con alguna seguridad de éxito, la ayuda del presidente de Haití Fabre Geffard, para instalar a Báez en el poder.
Sánchez y Mella pudieron haberse reivindicado, pero queda el vacío sobre sus servicios a dictadores que, por las razones que fueren, nunca confiaron en la capacidad del pueblo para ser libre, soberano e independiente.
Prima la interrogante sobre la anexión, una decisión que no surgió de la noche a la mañana, que Santana ponderó como un regalo de inmenso valor por haber entregado un pueblo "sin periodistas y desprovisto de abogados". Pero es sólo un eslabón de la cadena.