La figura de Jeremías Bentham constituye todo un sistema filosófico de pensamiento y todo un sistema político altamente divulgado en Europa, en el siglo XVIII, por la universalidad de sus ideas, y por ser el máximo representante del utilitarismo. No hay un solo teórico de su tiempo que no haya aceptado sus concepciones, básicamente sobre la cuestión constitucional y sobre el sistema penal que le tocó vivir. Pero su vasto saber tocó casi todas las áreas del conocimiento: la economía (fue contemporáneo con Adam Smith), las ciencias jurídicas (creó un sistema de investigación criminal) y sobre todo en la investigación social.
Con la publicación de sus Tratados de legislación penal y civil, Bentham fue reconocido en toda Europa como la principal autoridad científica de las ciencias jurídicas. Esa autoridad moral y científica se vio reforzada cuando el filósofo resumió en su “Llamamiento para la Constitución” (1803) sus propuestas para la Carta Magna de Inglaterra, un país cuyo símbolo nacional lo son históricamente el orden y la tradición.
Al escribir este ensayo no queremos insinuar que hacen faltas los lineamientos de Jeremías Bentham para la reforma constitucional nuestra que está en curso. No vale la pena, porque no es una reforma social sino política y en esa materia no tenemos mucha experiencia. Este trabajo la hacemos con el interés de hacer una merecida apología de Jeremías Bentham y sus postulados del Utilitarismo, una corriente de pensamiento muy singular, inseparable de su nombre, pues él es su fundador.
El Utilitarismo, tal como lo enseña Bentham, encierra toda una ética del más desarrollado positivismo de la época, cuya raíz común sirvió para que éste se convirtiera en una sus principales doctrinas sociales.
Jeremías Bentham nació el 15 de febrero de 1748 en el barrio londinense de Houndstich. Hasta 1760 la educación recibida por su padre –un jurista judío de regios principios morales– hizo rápido progresos del latín y del griego. Alumno brillante, desde muy temprana edad refleja un agudo interés por la historia del derecho y de la filosofía. Estudió en Oxford, donde obtuvo honores académicos.
Por influencia de su padre, Bentham planea dedicarse al estudio del derecho, pero en dicha época empiezan sus vinculaciones con el partido de Whig. A partir de ese momento, el filósofo inglés tendrá un peso considerable en la política inglesa y especialmente en la vida parlamentaria. El gobierno acepta las propuestas de Bentham referidas a las reformas jurídicas, la mejora de las cárceles (ver el Panópticum), la reforma de leyes penales y procesales, entre otras.
Se destacó por sus reflexiones acerca de los usos jurídicos, de los sistemas jurídicos, utilizando algunas nociones de la economía política de Adam Smith, y tras un período de observación e investigación en varios países europeos y especialmente en Rusia, Bentham redactó su Tratado de la Usura. Poco después, el prolífico escritor escribe y publica una importante introducción de la Mora y la legislación. De esta época data su Panópticum (1791), confirmando el importante papel que juega Bentham en la vida política y cultural inglesa.
Las ideas reformistas de Bentham, en el ámbito del utilitarismo, se combinan en las teorías de las penas y de las recompensas. Junto con Stuart Mills, uno de sus principales discípulos, funda la Westmsiter Review, destinada a defender las tesis del utilitarismo. Rápidamente la revista adquiere una considerable influencia en la vida académica de la época. Entonces, Bentham escribe El libro de las Falacias, un resumen amplio y agudo contra las ideas conservadores. Muere tras una enfermedad, el 6 de junio de 1834. Dos años más tarde aparece su Deontología, obra en la que había trabajado en sus últimos años y que viene a complementar el cuerpo doctrinario de su sistema de pensamiento.
Bentham llamó Utilitarismo a su doctrina (que también recibió el nombre de “Radicalismo filosófico” porque razonó que útil es sinónimo de valioso y equivalente de la felicidad. Él escribió: “La naturaleza nos ha colocado bajo el dominio de dos amos soberanos: el placer y el dolor”. Con ello retoma una tradición filosófica que nace del hedonismo de Aristio de Cirene y se prolonga en el francés Claude Adrien Helvetius. La vida del hombre está dominada por dos impulsos: el deseo de felicidad y la voluntad de evitar el dolor. Bentham sostiene que el papel de la sociedad consiste en no sólo tener en cuenta de ‘tolerar’ esos impulsos básicos del ser humano, sino en regirse estrictamente por ellos.
Su concepto de felicidad aparece por primera vez en la obra Fragmento sobre el Gobierno como sinónimo de lo deseable, como instrumento para conseguir la felicidad general de la humanidad. Bentham afirma que, “al sujetarse a los principios del utilitarismo, la sociedad dispone de una norma según la cual decidir qué es justo y lo injusto, lo correcto o incorrecto”. Continúa diciendo: “Aprueba o desaprueba cualquier acción, teniendo en cuenta si tiende a aumentar o a disminuir la felicidad de aquel cuyo interés está en juego”.
Por “utilidad”, Bentham entiende “la suma total de los placeres y los dolores”. Para este filósofo, la felicidad y el dolor son la misma cosa, y evitar el dolor y promover la felicidad constituyen las dos reglas básicas de todo buen gobierno en un país civilizado.
Jeremías Bentham comprueba sin dificultades que, a lo largo de de la historia, el hombre se ha regido por sus intereses, es decir, por una encarnizada búsqueda del placer. Por supuesto, este intento puede entrar en conflicto con la misma apetencia de otros hombres. De allí que el principio utilitarista no pueda ser confinado al ámbito de la individualidad: para alcanzar su verdadero despliegue, el utilitarismo tiene que ser establecido por la sociedad en su conjunto. Aquí Bentham aplica la consigna de Helvetius: “La mayor felicidad para el mayor número de hombres”.
En Fragmento sobre el Gobierno, Bentham se muestra como un reformador político, pero en realidad es un filósofo: le importa establecer una teoría de la sociedad que promueva la reforma constitucional, que defienda la libertad de opinión y que mejore el sistema penal vigente en Inglaterra. Cargado de sentido común, de posibilísimo político, nuestro autor no renuncia, sin embargo, a enunciar esa radical postura, según la cual en el utilitarismo constituye la primera ley de la ética: “decir lo que es bueno es decir lo útil”.
El utilitarismo constituye en buena medida una nueva fundamentación ética del positivismo, en un momento en que Inglaterra asistía a la consolidación y expansión del pensamiento económico clásico, cuyos principales representantes fueron David Ricardo (1772-1823) y Adam Smith (1723-1790). Esta eclosión del pensamiento filosófico y científico tiene como telón de fondo, un hecho histórico destinado a modificar profundamente las relaciones entre los hombres y los países: el primer impulso de la revolución industrial.
Tras la muerte de Jeremías Bentham, la tarea de propagar el pensamiento utilitarista quedó en manos de John Stuart Mills (1806-1874), “quien pagó con sucesivas crisis de nervios el hecho de haber sido criado desde la infancia en los duros principios del utilitarismo”. La obra creada por Stuart Mills, introducida en la doctrina utilitarista alcanzó una importante distinción que permanece siempre en la naturaleza del placer, pues hay placeres nobles y placeres bajos. La influencia posterior de Bentham en Europa logró por un tiempo apropiarse de los valores cristianos. Otra tendencia se extendió hasta Herbert Spencer (1820-1903), para quien el utilitarismo conduciría a los hombres y a las naciones a la felicidad por la misma ley de la revolución.
La teoría de Jeremías Bentham tiene una raíz común en las nuevas economías de hoy, que de alguna manera originaron de los fundadores clásicos citados más arriba, pero el utilitarismo no ha dejado de dar nuevos frutos a la sociedad. Aunque sabemos que hoy por hoy, el utilitarismo sigue concitando gran interés en múltiples áreas de conocimiento social.