Yo siempre he dicho que la televisión es la “ventana” de las nuevas tecnologías, independientemente del sistema televisivo que sea, porque se convierte en un interfaz entre el usuario y el aparato o equipo de que se trate; bien sea un televisor normal, o de una computadora, de un equipo de sonografía, o de unos juegos electrónicos, etcétera. Existen cuatro sistemas básicos de televisores en el mercado: el de tubo de rayos catódicos (CRT, por sus siglas en inglés), el de cristal líquido (LCD), el de proyección frontal o trasera, y el de plasma, que se emplea principalmente para los equipos de pantalla gigante.
Este resumen se basa en miles de horas pasadas por quien firma estas líneas, monitoreando canales de televisión en 17 países diferentes, (República Dominicana, Colombia, Perú, Argentina, Venezuela, Brasil, México, EEUU, España, Alemania, Italia, Holanda, Reino Unido, Francia, Portugal, Puerto Rico, y Japón), y está enriquecido con las conclusiones de numerosos autores.
Es preciso aclarar que hay cuatro métodos principales de transmisión: el broadcasting, o transmisión por el aire o “éter”, – como se decía antes- , y que se recibe por medio de una antena; la televisión por cable; y la transmisión directa desde el satélite hasta el aparato receptor, el cual recibe la señal por mediación de una parábola. Hay otro sistema que viene a ser un subtipo, y es una combinación de la satelital y la del cable.
Conviene saber que igualmente hay diferencias entre los sistemas del mundo, es decir, que los estándares son diferentes, para salvaguardar los propios intereses de fabricación y de comercialización. Es más, este es un tema muy politizado, por los mismos intereses nacionales y por el prestigio que eso acarrea. Por ejemplo, la televisión norteamericana tiene 525 líneas de píxels en la pantalla y la europea cuenta con 625; la estadounidense presenta 30 imágenes por segundo, y la de Europa 25, y así por el estilo. Probablemente el país que mejor emplea el medio televisivo sea el Reino Unido, o por lo menos, tiene fama de ello.
Si hacemos una comparación en cuanto a personalidades y medios se refiere, se le atribuye a Hitler en Alemania, el haber optimizado mejor el medio radial, para aglutinar a sus conciudadanos; y a Kennedy, en los EEUU, el haber sido el político que mejor empleó el recurso de la televisión como mass media.
En todo caso, y con cualquier sistema, los píxels (acrónimo de “picture elements”) de la pantalla, es decir, los puntos, ejercen un efecto mesmerizante o hipnótico sobre el televidente, por las pulsaciones que emite. Si se graba a cámara lenta el “ruido blanco” de la pantalla, también conocido como “scratch”, se podrán comprobar los latidos o pulsaciones que proyecta; por ese motivo, si a los niños no se les educa para mirar la tele a una cierta distancia, terminan viéndola a un palmo de la pantalla, con los efectos negativos que esa práctica acarrea, ya que acaban con miopía al cabo de pocos años.
Por su lado, a los adultos esas vibraciones pulsantes les pueden producir somnolencia, o bien, el efecto contrario de insomnio, dependiendo de la persona. En cualquier caso su influencia es notoria.
En los niños dominicanos los efectos pueden ser alineantes, y crearles problemas de identidad; sólo hay que observar los dibujos de los pequeños en los concursos que se celebran, que al tratar el tema de la Navidad, la interpretan con nieve, olvidándose de que viven en pleno trópico. En las mujeres, sucede lo mismo, en el sentido de que la inmensa mayoría de las mulatas y negras nuestras, no aceptan su pelo rizado y encrespado, y se lo alisan, por poner un ejemplo.
Es tal el poder que tiene la pantalla sobre nosotros que la gente cree más, o por lo menos considera como más importante y relevante, lo que contempla en el televisor que en la realidad. En un curso-taller sobre los efectos de la televisión, al que asistí hace mucho tiempo con el director de la Videoteca de Berlín, hicimos, – entre otros muchos -, un experimento inquietante: Sin decir nada o advertir nada, se presentó un sujeto hablando en la pantalla en una grabación; y al lado del monitor, estaba el mismo sujeto en persona, con la misma ropa, diciendo y haciendo lo mismo, y todo simultáneamente. Él repetía todo lo que salía en la tele. El público,- que éramos nosotros los cursillistas – , sin darnos cuenta, atendíamos más a la pantalla, que al actor que estaba allí en carne y hueso.
No es de extrañar pues, que algunos suicidas en países con mayor cobertura televisiva que el nuestro, dónde las cámaras de televisión, a veces, llegan antes que la policía, o los bomberos, al lugar de los hechos, esperan que lleguen los camarógrafos, antes de lanzarse al vacío desde el puente de turno.
Es más, ¡la televisión es hasta racista!, pero a la inversa, ya que favorece a las personas de piel negra. El primero en advertir ese fenómeno fue McLuhan, profesor de literatura de origen canadiense, y como comunicólogo, el más citado y más polémico, quien puso de moda la frase de “la aldea global”, en la década de 1960, y que se ha impuesto como expresión desde entonces. Él estaba en el lugar preciso, en el momento preciso, con la preparación precisa, y con las teorías precisas, y de ahí su gran influencia y repercusiones.
En un artículo de su autoría, titulado: La televisión: un abismo entre dos generaciones, McLuhan decía que con la televisión a color la imagen del negro, “con su fuerte línea sobresaliente” provocaba que la” imagen pictórica del blanco, de luz y sombra, parezca débil e insignificante”.
La televisión ha sido, sin lugar a dudas, uno de los grandes inventos del siglo XX, y en los cuatro últimos años se ha impuesto la pantalla plana, por encima del tubo de rayos catódicos. Sin embargo, como quiera que sea, la televisión es un medio audio-verbo-icónico-cinético. Lo de audio se comprende porque tiene sonidos, incluyendo ruidos, música, y voces. En cuanto a lo de verbo, debido a que posee textos escritos o leídos, que también se solapa con las voces. Es un medio icónico, ya que aparecen principalmente imágenes realistas, es decir, con figuraciones, de personas, animales y cosas; aparte de las simbólicas; y en mucha menor medida, imágenes abstractas, o sea, sin figuraciones, y así por el estilo.
Igualmente, es un medio con cinetismo, porque normalmente las imágenes tienen un movimiento aparente, aunque también pueden permanecer estáticas, en apariencia.
Esa ilusión de movilidad se basa en tres propiedades básicas de la visión humana: Por un lado está la llamada “persistencia retiniana”, o sea, que si al ojo humano se le presentan una sucesión de imágenes, cada una de ellas “permanece” en la retina unas fracciones de segundo, y por ese motivo, tenderá a sentir la sensación de que se están moviendo; y segundo, al “efecto PHI”, ya que si, por ejemplo, se encienden una luces en secuencia, la persona está propensa a creer que es la luz la que se mueve, y en realidad, son luces diferentes, pero que se encienden secuenciadas, es decir, una después de la otra. Y en tercer lugar, al efecto que produce la distancia, en el punto o píxel, cuando se contempla. Esto implica que al observar el punto a lo lejos, mientras más alejado esté quien examina el punto, más tienden a combinarse en la retina, los diferentes colores. Esto significa que si hay muchos puntos amarillos, entremezclados con puntos rojos, al mirarlos desde lejos, se verán de color naranja. Por ese motivo se ha dicho que la verdadera pantalla del televisor, es el propio cerebro humano, que es precisamente el que tiene que configurar todos los puntos que aparecen en la pantalla y reconocer las imágenes, si se tenía la experiencia previa con ellas.
En esto precisamente se basa la técnica del puntillismo en pintura, la cual es una derivación del llamado impresionismo. El máximo representante de la escuela puntillista, es precisamente un pintor francés llamado Seurat.
Pero lo bueno de la televisión son los efectos curiosos que provoca, además, de su poder semi-hipnótico y de sus efectos de punteado. Supongamos que un televidente mira el programa de Freddy Beras Goico todas las noches, o el de Nuria Piera los sábados; llega un momento en que sin pensárselo dos veces, esa persona se cree realmente que Freddy y Nuria son amigos de él; sin embargo, la realidad es que ni Freddy ni tampoco Nuria, lo han visto a él en sus respectivas vidas. No es un asunto de mala fe, sino, que el televidente escucha los comentarios y las opiniones, así como detalles de las vidas privadas, que proporcionan esos mismos personajes televisivos; y como Freddy y Nuria son importantes en los medios, y por consiguiente, son relevantes socialmente, el televidente tiende a recordar todos los detalles, se retroalimenta con ellos, y los actualiza permanentemente. A lo anterior hay que sumarle el efecto semi-hipnótico que mencionamos anteriormente, y que en muchos casos la tele se mira en la intimidad de la habitación.
Eso provoca que si ese televidente se encuentra algún día con Freddy o con Nuria, en persona, está propenso a saludarlos con mucho entusiasmo, como si los conociera de toda la vida y fueran sus amigos íntimos; y a todo esto, repito, ni Freddy ni Nuria lo habían visto a él en toda su existencia.
Todo el mundo conoce televidentes que saben con “certeza” “las vidas y milagros” de los personajes de la televisión; incluso, se enteran hasta de detalles íntimos y chismes de sus vidas privadas, reales o ficticios: “que a fulanita le regalaron una yipeta (vehículo todoterreno)”, o que la otra “le es infiel al marido con…”, o que zutano “tiene cáncer y se está muriendo”, “que…se va del canal X para el Y”, “que mengano es gay y lo encontraron con…”, y así en ese tenor. Este tipo de información gusta tanto, que hay programas y articulistas que viven de esa clase de comentarios.
Debido a los intereses involucrados, tanto económicos así como también sociales, e incluso políticos, temas similares del mundo reciben tratamientos marcadamente diferentes. Todo el mundo recuerda el caso del “balserito” cubano Elián, a quien se le dio una cobertura inusual, llegando hasta la transmisión en vivo del avión en que su padre lo fue a recoger a los EEUU. Fue un auténtico “reality show”. Lamentablemente, a otros niños en la misma situación, no se les ha dado ni por asomo una atención parecida.
Es tal el poder de la televisión que no se permite mostrar los soldados estadounidenses muertos de la Guerra de Irak, para evitar el efecto de las imágenes de los caídos en la de Vietnam. Esas instantáneas impactaron y lograron movilizar, como nunca antes, a la sociedad norteamericana, en las décadas del 60 y del 70; y de ahí se aprendió la lección.
Existe un detalle importante en cuanto a la televisión como medio se refiere, aunque parezca una perogrullada, y es que el televidente sólo reconoce a quien conoce; o sea, a quien está ya posicionado. Claro está que si no lo conoce, no está en capacidad de saber de quién se trata, eso es evidente. Esto implica que los figurantes ocasionales tienen un largo trecho por recorrer, antes de poder ser reconocidos como figuras.
El mundo es tan variado que para un camarógrafo resulta comparativamente fácil, encontrar evidencias icónicas para “demostrar”, o apoyar lo que sea. Por ejemplo, supongamos que se quiere reforzar la idea de que la ciudad de Santo Domingo, es una ciudad limpia; entonces, basta con grabar en un hotel de lujo del Malecón. Si por el contrario, se desea señalar que la capital tiene mucha basura, sólo hay que ir a un barrio periférico. Esto implica que se puede resaltar lo bello y agradable, o lo feo y desagradable. Todo depende de la intención del reportaje, de la ideología de los responsables del trabajo, de sus intenciones políticas, o de su psicología, etcétera.
Otra variante de lo anterior, resulta cuando el medio televisivo se hace cómplice de burdas mentiras con tal de entretener a su audiencia, como es el caso de los supuestos avistamientos de OVNIS, de los reportajes acerca del Chupacabras, o de el monstruo del Lago Ness, o bien, de Big Foot, y así por el estilo. En esta categoría se incluyen los informes acerca de las diferentes conspiraciones para asesinar políticos, o para envenenar estrellas de cine…
A la audiencia le suele ocurrir que confunden el rol del personaje, o del actor de la telenovela de turno, con lo que sucede en la vida real; así si usted se encuentra con el “malo” que le fue infiel a la protagonista de turno, o que le dio la paliza en la tele, no vayan a pensar mal de él. Son todas exigencias del guión.
También hay presentadores o entrevistadores, que ríen a mandíbula batiente, o lloran desconsoladamente, y se trata de carcajadas o de lágrimas totalmente falsas, o sea, de profesionales; porque ellos saben que eso “vende” y le gusta a la audiencia, según el tema.
A pesar de que el medio televisivo, es también otro “reality constructor”, carece de ciertas variables importantes, empezando por el tamaño de la imagen en un televisor típico de 21 pulgadas. Tampoco produce sensaciones olfativas que se correspondan con la realidad; sí tiene su olor, pero no tiene nada que ver con el entorno real. La sensación táctil del aparato, no se parece en absoluto a la verdadera; ni mucho menos la temperatura del televisor, o la imagen “pixelada” de la pantalla. Y así sucesivamente.
A propósito de dimensiones, el televisor promedio no es capaz de mostrar con cierto grado de fidelidad, aquellos espacios del mundo, que por su tamaño, precisarían de otro medio. Nos referimos a lugares como la Avenida 9 de Julio de Buenos Aires, con sus 450 pies de ancho; las pirámides de Egipto, o las de Teotihuacan, en México; la Plaza de la Concordia de París; la Plaza Roja de Moscú; la entrada del puerto de Sydney, en Australia; o la misma desembocadura del río Amazonas, en Brasil, y así por el estilo. La televisión es incapaz de hacerle justicia a esos atractivos turísticos de grandes dimensiones.
Lo que sí puede hacer la televisión es “enlatar” el tiempo y el espacio, a base de las grabaciones; lo que significa que se pueden manipular esas variables, y jugar con el ahora-después, y con el aquí-allá, combinando las trasmisiones en vivo (lo que ocurre en ese mismo momento), con las emisiones en directo (lo que se grabó en vivo anteriormente). Por ejemplo, si se está entrevistando a una persona en vivo, con la entrevista es posible intercalar otras imágenes en directo de temas relacionados; o bien, presentar, entremezclando, grabaciones en directo de lo que hizo esa persona en otro momento y en diferente sitio o espacio.
Otro efecto curioso, consiste en la repercusión que tiene la tele en las apreciaciones de las distancias físicas. Si un extranjero que nunca ha venido al país observa un reportaje repetidas veces de la ciudad de Santo Domingo, en el que aparece el Palacio Nacional y a continuación sale el Faro a Colón, tenderá a creerse sin apenas darse cuenta, de que el Palacio y el Faro están muy cerca el uno del otro.
Otra engañifa del medio televisivo ocurre debido a la edición de las imágenes que producen “saltos narrativos”, lo cual se conoce técnicamente como el efecto de elipsis. Pongamos el caso de que una persona nunca ha visto en su vida una corrida de toros, o haya asistido a un partido de béisbol, y nadie le hubiese contado nada. Entonces, al ver las imágenes del reportaje televisivo, tenderá a pensar que en el toreo, todos son pases y capotazos elegantes, y concesión de orejas a los diestros, por las buenas faenas; y en el caso del deporte de la pelota, estará propenso a creer que sólo se trata de jugadas espectaculares y de batear de hit o conectar cuandrangulares. Estos efectos se producen, porque en los reportajes, prácticamente, sólo se resalta lo mejor y lo más destacable, de la corrida en el primer caso, y del pasatiempo beisbolero en el segundo.
De lo que no cabe ninguna duda es que la televisión, y en especial la del sistema de cable y la satelital, son instrumentos ancilares de la llamada globalización; y ese rol que le ha tocado a ese medio por sus características, al igual que al Internet, ha convertido en personalidades de alcance e influencia mundial, a muchos presentadores de noticias, a ciertos reporteros y a algunos anfitriones de programas; ya que a cualquier sitio que uno vaya se encuentra con los mismos rostros, siempre y cuando estén conectados a las redes internacionales.
Por esos motivos, a la “estrella” del noticiario de los canales estadounidenses le llaman “anchorman”, es decir “el hombre ancla”. Este detalle expresa la sensación de continuidad, y de seguridad psicológica que produce una cara conocida y “amiga” en la teleaudiencia. Esta impresión positiva se nota aún más, cuando uno viaja y se encuentra fuera de su tierra.
Esa misma difusión tan rápida de noticias, con CNN como pionera, ha provocado que mucha gente tenga el pálpito de que “el mundo se está acabando”; y lo que sucede es que se está mucho mejor informado, o desinformado, de lo que ocurre a nivel universal. El hecho es que hace 50 años, las personas se enteraban de pocos acontecimientos mundiales, y ahora es prácticamente en vivo la posibilidad de sintonía.
¿Pero qué sucede?, que nosotros los que estamos en la periferia del imperio no podemos dar nuestra versión de los hechos, o les enviamos muy poca información a los desarrollados; por el contrario, ellos nos inundan con sus noticias, prejuicios, problemas, modas, etcétera, ya que los periféricos no somos dueños de los satélites, ni tampoco de las grandes cadenas de televisión.
Eso provoca que estemos mejor informados de una tormenta de nieve en los estados norteños, que de una inundación en nuestro propio “patio trasero”.
Si queremos estar al día con la información, y comparamos la televisión con su sensación de movimiento, con una imagen fotográfica fija, comprobaremos que ambas tienen sus ventajas y sus limitaciones; ya que si lo que se desea es comprobar qué líder político tiene el mal de Parkinson, es mucho mejor la tele, para apreciar los temblores; en cambio, si se quiere analizar en qué preciso instante se disparó un arma homicida, es más práctica la imagen estática.
La televisión influye en nuestras vidas permanentemente, y mucha veces sin apenas percatarnos, y ahora con su maridaje con la computadora, su influencia, aunque compartida, es y será mayor.
De todas formas y en cualquier circunstancia, Pierre Bourdieu decía que: “ser, es ser visto en la televisión”, ya lo saben para la próxima entrevista…Y aquellos que decían que la tele era una “caja boba”, demostraron que los bobos eran ellos, y no la televisión.