RÍO DE JANEIRO, mar (Tierramérica) – Brasil quiere producir etanol para sustituir 10 por ciento de la gasolina consumida en todo el mundo dentro de 18 años. Eso exigirá multiplicar por 12 su actual producción de 17.300 millones de litros anuales, sin sacrificar bosques, áreas protegidas o la siembra de alimentos.
El gobierno encargó a un grupo de expertos estudiar posibilidades e impactos de un fuerte incremento productivo del alcohol carburante extraído de la caña de azúcar.
El grupo encabezado por el Núcleo Interdisciplinario de Planificación Energética de la Universidad de Campinas y coordinado por el físico Rogério Cerqueira Leite, concluyó que Brasil podrá producir 205.000 millones de litros de etanol en 2025. Un volumen similar será producido por los demás países, prevén los expertos.
Para entonces, la demanda mundial de gasolina alcanzará 1,7 billones de litros al año, previéndose un aumento de 48 por ciento en dos décadas. Además de 10 por ciento de ese volumen, Brasil tendrá que producir etanol para su creciente mercado interno. El país ya tiene 2,6 millones de vehículos impulsados a alcohol, a los cuales se agregan dos tercios de los nuevos automóviles de fabricación nacional, que superan los dos millones al año.
El aumento de la productividad es esencial en el proyecto. El informe de los expertos fijó en 40 por ciento el incremento de producción por hectárea de caña que aportará una nueva tecnología, la hidrólisis, en cuyo desarrollo acordaron cooperar Brasil y Estados Unidos durante la visita del presidente George W. Bush a São Paulo el 8 y 9 de marzo.
Potencialmente, la hidrólisis, que permite aprovechar cualquier material celulósico, podría duplicar la productividad, pero se decidió fijar un aumento de 40 por ciento en base a las posibilidades tecnológicas conocidas y porque parte de los residuos de la caña (bagazo y paja) se usa para generar electricidad, explicó a Tierramérica Carlos Rossell, un investigador del grupo.
Esa tecnología enfrenta desafíos complejos, como romper estructuras vegetales muy resistentes, lo que exige mucho esfuerzo futuro para hacerla viable a escala industrial, observó.
Científicos de Estados Unidos y Europa están más avanzados en esta investigación y cuentan con muchas más inversiones, pero Brasil tiene la ventaja de disponer del bagazo en la planta, listo para ser procesado. Los demás tendrán que recoger en el campo la paja y otros residuos, sobre todo de maíz, con costos adicionales, indicó.
Por la misma razón, el conocimiento que pueda ofrecer Estados Unidos, cuya producción de etanol se basa en el maíz, no resuelve el problema brasileño. Las materias primas son distintas, observó Rossell.
Brasil y Estados Unidos, los dos mayores productores mundiales de biocombustibles, acordaron cooperar también en el desarrollo de un mercado internacional de estos productos, aunque viviendo situaciones opuestas.
El primero se apresta a convertir en abultadas exportaciones su experiencia pionera de 32 años en el programa del alcohol carburante, mientras el segundo tendrá que importar mucho para alcanzar la meta de reducir 20 por ciento su consumo de gasolina hasta 2017.
De momento, Estados Unidos produce un poco más de etanol que Brasil, pero con costos 40 por ciento superiores, según productores brasileños. La barrera arancelaria estadounidense de 54 centavos de dólar por galón (3,8 litros) no impidió importar 1.600 millones de litros de alcohol brasileño el año pasado, cuando el crecimiento de la demanda elevó mucho el precio del maíz.
Además de desequilibrar el mercado internacional, encareciendo el maíz y su reemplazante en la alimentación animal, la soja, el etanol estadounidense tiene escasa eficiencia ambiental. Cada unidad energética usada en su producción genera solamente 1,3 a 1,8 unidades de energía renovable, mientras la caña de azúcar alcanza 8,3 como mínimo. Así aporta poco a la atenuación del cambio climático, el factor por el que se promueven los biocombustibles junto con la carestía petrolera.
En Brasil el alcohol también enfrenta restricciones. Los movimientos campesinos y muchos activistas sociales condenan la expansión de la agroenergía en desmedro de la alimentación. Ambientalistas temen nuevas presiones deforestadoras, por la expansión agrícola y el encarecimiento de la tierra.
La producción alcoholera tiene "impactos ambientales, sociales y económicos negativos para las comunidades", genera pocos empleos y "consume muchos recursos naturales; cada litro de etanol exige 30 de agua", criticó Temístocles Marcelos, director de la Central Única de Trabajadores para cuestiones ambientales. En la meridional localidad de Ribeirao Preto, capital del azúcar y el alcohol, hay hoy más presos que trabajadores rurales, dijo a Tierramérica.
El estudio de los expertos apunta, sin embargo, a la creación de cinco millones de nuevos empleos si se concreta el plan.
La experiencia brasileña preocupa "por la mala gestión; el gobierno no actúa para contener daños de los monocultivos, los municipios autorizan proyectos inadecuados por interés inmediato y los órganos oficiales no están capacitados para regular la actividad", dijo a Tierramérica Délcio Rodrigues, especialista en energía de la organización ambientalista Vitae Civilis.
En el estado de São Paulo, que concentra más de la mitad de la producción nacional, 60 por ciento de los cañaverales son incendiados para facilitar el corte, contaminando el aire y provocando varias enfermedades. También se acusa a los empresarios cañeros de someter a los cortadores de caña a condiciones insalubres y agotadoras que, según denuncias, provocaron incluso muertes.
Las relaciones de trabajo obedecen a las leyes, y los sindicatos operan libremente, dijo a Tierramérica Fernando Moreira Ribeiro, secretario general de la Unión de la Industria Cañera de São Paulo.
Las "quemas" también son legales y se abolirán en 2020, acotó. La solución se acelerará si avanza la producción de etanol de celulosa, lo que valorizará las hojas de la caña.
Además, el etanol beneficia a toda la humanidad, reduciendo la contaminación. Su incorporación a la matriz energética nacional y su comercialización internacional, que debe ser libre como la del petróleo, "solamente dependen de la voluntad política", sostuvo Ribeiro.
* El autor es corresponsal de IPS. Este artículo fue publicado originalmente el 24 de marzo por la red latinoamericana de diarios de Tierramérica. (FIN/2007)