O nos están tomando el pelo o este es un país de pendejos, pero algo pasa, porque no puede ser que aquí no haya gente suficiente para reconocer, con méritos ascendentes y hechos loables. Y es que son las mismas gentes, los mismos hombres y las mismas mujeres, las que reciben las distinciones. Gente de sonoros apellidos, gente con brillo mediático, gente con acciones de pocas luces, gente, en fin, que no alcanza el cenit de la grandeza en el sentido amplio de la palabra.
Y he pensado, ¿será que a esta sociedad definitivamente le están faltando hombres y mujeres, que le hace falta gente?
Los mismos nombres circulan entre las grandes distinciones, las mismas fotos en los periódicos, los mismos personajes de la vida cotidiana. O falta gente o no queremos más gentes en el escaparate social.
Parece que no cuentan los cruzados de la vida cotidiana, hombres y mujeres de brazo partido que mueven el día con sus afanes. Y ahora eligen a los “mejores” por Internet.
La mujer del año, la esposa de un prestigioso banquero cibaeño; hombre del año, el nadador persistente que ha extendido sus brazos en mares locales y lejanos. Deportistas, trabajadores, empresarios del año, las mismas figuras.
A Noly, mi barbero, no he ha bastado entregar sus tres hijos como ciudadanos sanos, a un país que lo necesita grandemente. Cortar pelo de nueve de la mañana a nueve de la noche, no le basta. Ni tomar un carro público, con su mujer a rastro, con la penumbra de la noche y la inseguridad ciudadana, tampoco.
A doña Yaya, que fríe en la Duarte cueritos que saben a gloria, tampoco le ha valido subir sus cinco muchachos, dos de los cuales son prestigiosos profesionales y no he hacen daño a nadie. Eso no vale nada.
Son sólo dos ejemplos de los miles regados en esta tierra tropical, donde conseguir el pan diario da tanta brega como llegar a la luna en burro.
Es decir, los hombres y mujeres que día a día salen con el sol a buscar la vida sanamente, a sortear peligros de ciudades inseguras, a ganarse la vida en buena lid, no valen para nada en un país en que las fotos de los ministros colman las páginas de los periódicos, al lado de gente linda, bien cuidada y rosadita.
Parece que aquí no vale el esfuerzo menudo y consistente.
Esta es una reflexión pendeja para un país que se hace todos los días más pendejo.