No es que lo mande la constitución y las leyes de la República, es algo que debemos sentir, y respetar, por lo menos los que si somos dominicanos, los que nos duele y amamos la patria de nue stros mayores, la más bella y sagrada heredad.
Decir, o hacer que un papel diga que somos dominicanos, o de otra nacionalidad, no nos hace hijos de Duarte o de Bolivar, hijos de la patria grande, bienamada, de la patria dulce, de la que nos duele como si fuera carne de nuestra cerne, y sangre de nuestra sangre.
No son dominicanos los que adan por esos suelos extraños poniendo en tela de juicio el accionar de las autoridades nacionales, o la forma en que hemos tenido que cargar, dolorosamente muchas veces, con la miseria de otros, mientras los que pueden y deben les han dado la espalda siempre, y no es de dominicanos cerrarnos aq no ver que como país no estamos en condiciones, lamenta-blemente de ser generosos con nadie, y que es suficiente lo que hemos hecho y venimos hacien do apesar de haber sido nosotros los ofendidos y los maltratados, los que tuvimos que indepndiza-rnos, los únicos de nuestra América, de nuestro vecino.
El amor a la patria, el respeto, y la entraga a este pedazo adorado de tierra que nos legaron, y que debemos preservar para nuestros nietos, y los hijos de los hijos de nuestros bisnietos, tiene que estar por encima de cualquier consideración o sentimiento, y el que hace, o el apoya con su voz y con su pluma semejante traición, no deben ser llamados ni considerados dominicanos.
Y eso no se negocia, ni se reconsidera, ni se acepta, es amor por la patria, o renuncia a ella antes de que su malas acciones la perjudiquen hoy, como en el pasado.