Ni por asomo llega mi osadía (que en este caso pudiera ser más bien un atrevimiento –“agentamiento”, en buen dominicano-) a buscar comparación alguna con el poeta Neruda. Debo confesar que he vivido grandes satisfacciones durante mi existencia: personales, profesionales, económicas, etc., pero mi artículo de la semana pasada En un Tris…(a Goyito/in memoriam) me brindó especiales estadios de regocijo interior.
Sentí profundamente el deber cumplido –nunca terminal- con el amigo ido a destiempo de la(s) mano(s) aleve(s) y vil(es) de la intolerancia y la impunidad, pero sobretodo, me estremeció en el alma el eco de mis palabras en colegas y amigos de ayer, hoy, mañana y siempre.
Nunca antes, en casi 36 años de ejercicio periodístico, había rebotado lo que he escrito con tanta espontaneidad y nostalgia en quienes me dispensan el privilegio de leer las reflexiones que inspiran estas líneas. He aquí unos pocos ejemplos:
Santiago Estrella Veloz, veterano not retired de mayor data que yo en el periodismo, me escribió diciendo: “Hoy leí tu artículo sobre Goyito y te confieso que sentí nostalgia”. Petra Saviñón lo encontró “hermoso” (lo que me halaga), Manuel Miqui recuerda que estaba en la Duarte con Mercedes la noche fatídica del asesinato y sostiene que “ese periodismo de sentimiento y de honestidad, es historia”, Fausto Jáquez expresa su alegría “por el respeto con que recuerdas a tu maestro” y Francisco Pérez Encarnación dice que “habla muy bien de usted un gesto como éste”. Mi madre lloró al leerlo y Domingo Bautista se sobrecogió entristecido.
María E. García Caba (Tupper) comentó en mi blog (www.paginadelh.blogspot.com) que “tio Gregorio siempre fue una persona digna de alabanza. Yo lo recuerdo aunque estaba pequeña como una persona cariñosa y muy atenta. Gracias por su amabilidad y bonito recuerdo”, y Máximo Manuel Pérez, casi de mi misma generación en el oficio, hizo diana al señalarme:
“Te confieso, viejo amigo, que tu artículo de esta fecha sobre Goyito me causó mucha pena y al igual que tú, cuando yo estudiaba en el IDP, siempre fue receptivo y abierto a mis inquietudes. No tuve el honor de trabajar con él; porque don Rafael me cautivó primero, pero en verdad, creo que a pesar de que ambos se han ido, fuimos afortunados. Cuánta solidaridad había entonces. Y a propósito, ¿es igual ahora?”.
Ricardo Rojas León, compadre, hermano y colega, salió de su cueva ejecutiva motivándome mediante e-mail y llamada telefónica a “hacer un esfuerzo por revivir judicialmente el caso” y buscar ganar “una batalla moral”.
Bien se ve que llegó el mensaje. No puedo estar más satisfecho. Confieso que he vivido.