No se trata de disquisiciones teóricas, ni de reportajitos sobre las penurias sufridas por los ilegales haitianos llegados al país, ni sobre si los dominicanos son o no racistas. No. Se trata de una cuestión de soberanía, de defensa de un territorio cada día más erosionado por la presencia ilegal de haitianos, que precisamente por ser seres humanos necesitan de ayuda. Pero de una ayuda que se fundamente en el respeto a las leyes dominicanas, comenzando por registrarse como extranjeros, exigencia que se le quiere negar al Gobierno por vía de sus organismos competentes, como si sus legítimas acciones para poner coto al desorden migratorio fuera cosa del otro mundo.
No es cierto, como dicen algunos turiferarios de la pluma, incapaces de clavar una espada de honor como guardián de su tienda solitaria, que es ahora cuando se exigen requisitos para la permanencia entre nosotros de los ilegales haitianos. En la Era de Trujillo—y así lo admiten los propios haitianos afectados con las propuestas medidas que ahora pretenden buscar una salida a su problema—a los trabajadores que venían al corte de la caña se les proporcionaba un carné de identidad, donde claramente se consignaba que eran haitianos. Una vez terminada la zafra, tenían que volver a su país. Pero llegó la anhelada democracia y los gobiernos posteriores se hicieron de la vista gorda, mientras muchos empresarios agrícolas y los industriales privados que surgieron luego, se aprovechaban y aún lo hacen, de la mano de obra barata de haitianos ilegales y sus descendientes, tengan o no cédula dominicana. Esto es independientemente de que la Constitución de Haití establece que son haitianos todos aquellos que nacieron como tales, aunque fuese en China o hubiesen adquirido otra nacionalidad.
Es una cuestión de lógica preguntar: ¿Cuál es la razón que tienen los haitianos ilegales, sus descendientes y sus defensores para oponerse a que sean registrados en un Libro de Extranjería? ¿Es que creen que eso facilitaría su localización para deportarlos en el futuro? No juegue, Magino, que si ese fuera el propósito, hace tiempo que tal cosa habría ocurrido sin la necesidad del dicho registro.
El Presidente Leonel Fernández, que es un hombre inteligente, debe saber que ni las asociaciones pro-haitianas, ni los organismos internacionales, ni los extranjeros eligen gobiernos en esta tierra dominicana. En nuestro caso, al presidente y su gobierno lo eligen los dominicanos, por encima de todas las presiones. Si es que esas presiones son auspiciadas por “fuerzas poderosas superiores”, entonces el presidente debe denunciarlas ante la opinión pública, nacional e internacional, con toda la contundencia de que sea capaz. No tengo la menor duda de que el pueblo le apoyará, como pienso lo hará el año que viene si es ratificado como candidato por su Partido. Pero antes debería darse una vuelta por los pequeños negocios que están al grito por las altas facturaciones de la energía eléctrica y la disminución de las ventas por falta de dinero circulante, según alegan. Y no solo que vaya y vea, sino que resuelva. El presidente tiene que hablar con los pequeños artesanos para que compruebe su irritación por la exigencia de los Recibos de Comprobante Fiscal, irritación que es casi seguro se convertirá en votos en contra porque a causa de eso han perdido muchos trabajos.
Sin embargo, no debemos dejarnos impresionar por la explotación de ese problema, ni por lo muchos otros, por una propaganda que deja de lado la defensa de nuestra nacionalidad. Sabemos, por experiencia, que todo el que no haga coro a lo que digan los amanuenses de los haitianos ilegales, incluyendo a dominicanos que desconocen el patriotismo, la decencia, el decoro y la vergüenza, por ser financiados por instituciones internacionales que pagan así las traiciones a la Patria, será acusado de xenófobo, racista e inhumano. Eso nos tiene sin cuidado, pues el que apela a esos argumentos para atacar a quienes defendemos la nacionalidad, es que no tienen ninguno para justificar con lógica sus propias posiciones.
¡Cuanta razón tenía nuestro Padre Fundador, Juan Pablo Duarte, al decir que “mientras no se escarmiente como se debe a los traidores, los buenos y verdaderos dominicanos seguiremos siendo víctimas de sus maquinaciones”.
El mismo Duarte siempre vio como enemigo a todo aquel que intentara “menoscabar en lo más mínimo nuestra Independencia Nacional y a cercenar nuestro territorio o cualquiera de los derechos del pueblo Dominicano”.
E artículo 8 de la Constitución de 1844, votada en noviembre, consignaba textualmente: “La nación dominicana es libre e independiente, y no es ni puede ser jamás parte integrante de ninguna otra potencia, ni el patrimonio de familia ni persona alguna propia ni mucho menos extraña”. No se trata de un asunto sin importancia, pues si las cosas siguen así llegará el día no lejano en que los haitianos se apoderarán, legalmente, de los principales cargos públicos y electivos, para legislar a su gusto e incluso catapultar a un Presidente de la República a su imagen y semejanza. El que haya leído mi novela Solo falta que llueva sabe lo que digo.
Los enemigos de nuestra nacionalidad deben saber claramente que todavía en nuestro país existen hombres y mujeres que están dispuestos a jugarse el todo por el todo en defensa de los mejores intereses de la República Dominicana. No nos vengan con cuentos chinos, ni con vulgares copias de cosas que han dicho otros “iluminados”, para que no les pase como a un presidente norteamericano y a otro cubano, que expresan como suyas frases como “El que no está con nosotros, está contra nosotros”, o “La historia me absolverá”, cuando esas expresiones son originales de Josef Goebels, el siniestro ministro de Propaganda alemán en los tiempos de Hitler.
Si alguien tiene ideas contrarias que exponer, que lo haga con fundamento sin apelar a insultos. No importa que en su afán de no parecer racistas, tales ideas sean paridas tomándose un trago de whisky etiqueta negra, comiendo caviar junto a una hermosa negrita de grandes traseros y escuchando las canciones del grupo Negros o de Los Ángeles Negros.