VENTANA : En los seres humanos la lealtad es virtud admirable, que no tiene precio y que talvez por ello no abunde. Sin embargo, hay diferencia, aunque colindan, entre la lealtad y la sumisión. La primera enaltece, la última llega a humillar y hasta degrada.
Hará cosa de 3 a 4 años –no más- que mi amigo de antaño y colega Eulalio Almonte-Rubiera (Lalo) me regaló un cachorrito chow chow, al que etiqueté de inmediato con el nombre de Bacano, lo he alimentado con ternura y hasta le hice “su casa” en el patio de la mía, preocupándome por él en detalles siempre.
Lalo, que es periodista (y de los de verdad, que razona, no teme a los teclados ni escribe en manuscritos antes de ir a la computadora), ni se imagina –supongo- el aprecio que puse y tengo por ese obsequio.
Cuando me levanto, si está libre en el patio, Bacano me espera extendiéndome su extremidad delantera derecha en señal de saludo, gesto que siempre correspondo con mi diestra. Si está encadenado en “su casa” ladra reiteradamente al percatarse de mi presencia. De noche, cuando es liberado para que asuma su rol de vigilante, no titubea para acercarse esperando que le acaricie la cabeza antes de empezar su misión. En fin, mi perro conmigo es mantequilla en pan caliente, aunque es feroz ante los desconocidos.
En los seres humanos la lealtad es virtud admirable, que no tiene precio y que talvez por ello no abunde. Sin embargo, hay diferencia, aunque colindan, entre la lealtad y la sumisión. La primera enaltece, la última llega a humillar y hasta degrada, porque elimina la personalidad propia, la iniciativa y hasta el don de gente.
En mi adolescencia revolucionaria, motivada tras leer –entre otros- a Over, Vivir Como El, Economía Política de P. Nikitín y las Citas del camarada Mao, Aurelio Valdez y/o Mercedes (Juancito siempre para mí y los míos), ex hombre rana de los del 65, oriundo de Mata San Juan, cumplió la misión de protegerme de la caverna y la intolerancia, a cuya mira peligrosa me exponía por mi inexperiencia y entusiasmo desmedido de juventud, y todavía hoy nos profesamos una amistad incondicional recíproca.
Juancito es el mismo en dignidad y lealtad pese a los años. Ninguna fortuna material ha conseguido de mantener sus creencias y entregar su juventud a algunos de los principios que lo llevaron a Ciudad Nueva. Pragmático, confiesa tener sus decepciones y se enorgullece de haber levantado su familia con sacrificios indescriptibles.
Bacano y Juancito son, entre otros, casos diferentes de lealtades que han de servir de pócima nutriente en un mundo donde los antivalores tratan de imponerse por encima de la lógica y el sentido común.
leohernandez@indes.org
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