El juicio del caso Baninter acaba de cumplir su primer año. ¡Felicidades! ¡Que cumpla muchos más! Son los más sinceros deseos de sus amigos y allegados del Palacio Nacional y del sistema judicial. Como no fue un cumpleaños de pobres, no hubo bizcocho barato y refresco rojo, sino finas bebidas, golosinas inglesas, quesos y embutidos de Italia y Francia, como en los mejores tiempos del despilfarro y de cenas en lujosos restaurantes de la Florida, en Estados Unidos. El avión siempre estaba listo para hacer el viaje de ida y vuelta la misma noche.
Al ritmo que va, el caso alcanzará la mayoría de edad en los tribunales. Cuando cumpla los 20 años, estará a cargo de los hijos de los jueces. Los abogados de la defensa serán los nietos o biznietos del doctor Castillo. En el banquillo de los acusados estarán los hijos‑herederos de los implicados. Con una sola diferencia: En los demás países donde se produjeron fraudes tan grandes los responsables terminaron en la cárcel.
Con el caso Baninter pasará casi como en el asesinato del periodista Orlando Martínez. El asesinado sigue como alma en pena esperando que el proceso adquiera el carácter de la cosa irrevocablemente juzgada. Pero los culpables de tan horrendo crimen algún día pagarán por haber asesinado a un hombre bueno y útil como no lo serán nunca sus asesinos. El pueblo seguirá reclamando justicia, no importa que pasen 50 o 100 años. ¡Habrá justicia!
Lo mismo sucederá con los culpables de los fraudes bancarios que llevaron al país casi a la quiebra total.
Al igual que en el caso Peme, las pruebas son irrebatibles. Hasta los abogados de la defensa han reconocido la culpabilidad de los acusados. Con las pruebas del fraude se puede llenar el Palacio Nacional y el Banco Central. Y faltaría espacio. Basta con leer las auditorías, con ver los documentos del panel de expertos de los organismos crediticios internacionales, leer el informe del español Aristóbulo Juan; basta con ver toda la documentación del comprobado fraude.
Y a pesar de la montaña de documentos, de las declaraciones de los abogados del Estado y de los inculpados, a pesar de todo, no hay una sentencia. Y probablemente no la haya nunca. Los que dilapidaron más de cien mil millones de pesos, ellos, los verdaderos dueños del país, los que durante más de un siglo han gobernado este país, los que han hecho las leyes y nombrado jueces, incluso los de la Suprema Corte de Justicia, no serán condenados, a menos que se produzca una situación política que barra con el actual estado de cosas.
Los responsables de la quiebra del Baninter han recibido el respaldo total y absoluto del Presidente de la República, quien nunca se ha referido al caso, nunca ha mencionado la palabra fraude. La protección es tal que el abogado de la defensa es secretario de Estado, con su despacho bien cerca del presidente Fernández, quien se proclamó vinchista.
El Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional, el Banco Interamericano de Desarrollo, Francia, España, Canadá, Alemania y Estados Unidos han exigido que el caso Baninter sea esclarecido y que los responsables paguen sus culpas. Pero el gobierno mantiene la protección. Los acusados siguen en sus villas en Casa de Campo, con sus autos de lujo y sus millones, y todos los demás privilegios.
Han pasado más de 30 años del asesinato de Orlando Martínez. Recién se produjo la sentencia condenatoria que ahora irá a la Suprema Corte de Justicia. Los condenados perdieron la protección del Estado. Por eso habrá justicia.
El juicio del caso Baninter apenas cumple un año. Faltan cientos de testigos por declarar, miles de páginas por leer lenta y cuidadosamente para que nadie salte una coma. Esa lectura durará diez años. Otros cinco años durarán los testigos hablando lentamente para que no haya confusión.
Faltan 50 incidentes que retrasen el conocimiento del juicio.
Cuando la esposa de uno de los jueces esté embarazada otra vez, habrá suspensión. El juicio se pospondrá una y mil veces. Espero estar vivo cuando cumpla 20 años en los tribunales.
Mientras tanto, felicidades por el cumplimiento del primer año. De todo corazón: ¡Felicidades!
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