Antes de explicar los hechos y construir algunos elementos básicos del diagnóstico psiquiátrico sobre la conducta del ciudadano surcoreano, que resultó ser un homicida-suicida, una “personalidad extrema” o un caso del poder negativo de la cultura occidental, luego de ser demostrada su responsabilidad por la Agencia Federal de Investigación (FBI), es imprescindible que se establezca un marco contextual, situacional, para poder dar una respuesta al suceso trágico. Este tema nos acerca a la etnopsiquiatría, que es una rama singular (a veces llamada sociología psiquiátrica) que trata de los casos patológicos, en la medida en que una sociedad crea su propio sistema de normas, que pueden ser relativamente normales o relativamente patológicos. Esta área se ha enriquecido con la antropología (sociología) y existe un consenso sobre esa base de analizar los criterios del “espíritu sano”, del “loco”, del “normal” (del terrorista, que psiquiátricamente equivale al de “fanático”, de “adoctrinado”, entre otras categorías sociales) en la medida que “es la psiquiatría la que establece el por qué de la locura, pero es la sociedad la que designa a los enfermos que debe tratar”. Lo más próximo a la etnopsiquiatría es la psiquiatría legal, pero me temo que no vale la pena señalar el por qué no se ejercita esta área en la justicia dominicana. Hace falta un Cuerpo Médico-Legal. Pero, fuera de esta relatividad, no se puede evadir por más tiempo, la cuestión de lo normal y de lo patológico en los tribunales, siempre que ocurran casos como el que ahora nos motiva a escribir estas líneas.
Un punto de partida fundamental, es que la masacre de la Universidad del Tecnológico de Virginia, “prima facie”, es un acto exclusivo de la sociedad norteamericana, cuyo símbolo nacional es la libertad y la oportunidad. La cultura estadounidense tiene un esquema propio para que la anormalidad sea aceptada como algo relativo, como lo verdadero típico de los valores occidentales: en la psiquiatría occidental lo reconocen como histeria, paranoia y las psicosis. Recordemos que este país es una sociedad muy grande en territorio, y los valores culturales han tomado allí una singular tendencia. Y las anormalidades como en el caso de Virginia no pueden medirse como en escala, sino que reposan en “sustratos diferentes” (Roger Bastide, en Sociología de las enfermedades mentales, 1967).
La etnopsiquiatría se vale de la cultura para explicar determinados hechos patológicos. ¿Pero puede una conducta patológica ser normal en una determinada sociedad?, ¿pueden volverse locas las sociedades? La salud mental no solo se enfoca en los individuos, sino también en las sociedades. El delito puede ser perfectamente una patología, no de la sociedad, sino de valores como la libertad, los desafíos, la lucha por el prestigio y es esa misma cultura la que nos fuerza, es la que hace que el individuo se vuelva contra ella.
Todos los sociólogos occidentales han puesto como modelo a los Estados Unidos para explicar éste u otros tipos de fenómenos, por estar asociado a la cultura y la estructura social y a sus instituciones. La desviación tiene una enorme influencia en la conducta patología. Las revistas sociológicas norteamericanas son muy ilustrativas en este sentido y hay muchas quejas sobre esta singular estructura social, relacionada a los problemas morales, patológicos.
Usemos uno de sus términos de interés: el marginalismo (en inglés es “desviance”). Dice Talcott Parsons, que el peligro de ser marginado por la sociedad hace que el individuo se sienta impotente y repugnante de su propio Yo llegando a interiorizar ciertas reglas e incluso llega a conformar reglas sociales que lo sitúan el extremo (sic).
Chon-Seug-Hui, de 23 años de edad es un caso patológico. No es un enfermo, sino un anormal, porque la acción que ha cometido es abominada por la colectividad. Su comportamiento “anormal” es análogo de un paranoide, al momento de irrumpir en los hechos que cometió su Yo estaba mortificado, excitado, que es el tiempo en que estos sujetos cometen delitos con menos habilidad. Como se vio, no supo elegir los blancos, no planeó bien el crimen, hubo desorganización, debido a ello se incrementó la posibilidad de que los investigadores puedan descubrir el crimen, la policía podrá acusar con más facilidad, en caso de apelación quienes los defiendan tenderán que valerse del regateo, y con toda seguridad la sentencia tendría que especificar un tratamiento bajo custodia. Pero según sus cálculos era preferible ser un “homicida-suicida”. Igual todo está claro para la justicia: él quería ser visto y escuchado, quería comunicarse con la sociedad que no le prestó atención. No quería morir ni matar, solo que no pudo soportar la enorme presión de ser miembro de una sociedad disciplinaria.
La etnopsiquiatría no explica los hechos patológicos de un individuo según la raza (la religión o etnia es otra cosa), sino según la cultura, ya que también la religión, la practicada o la olvidada, puede influir erróneamente en la cultura. Ni la enfermedad mental puede, según las leyes de la salud, sino por las nociones de valores normales que pueden irse trasladando a valores anormales cada vez más. En su caso, el odio patológico, se convirtió en un valor inconsciente.
La etnopsiquiatría puede ser de gran ayuda, la sociedad norteamericana puede empezar una investigación sobre las admisiones de pacientes en hospitales, los que ahora están en libertad, y a otros que antes fueron sindicados para su internamiento. La moraleja para todos de esta tragedia es la de que hay que reservar un pequeño lugar a lo social en la etiología de las conductas anormales extremas, o patológicas. Nos unimos a las víctimas de la tragedia y les extendemos nuestras condolencias.