La avenida Paseo de los Beisbolistas, mejor conocida por su viejo nombre de carretera de Manoguayabo, se ha convertido en un escenario de robos permanentes sin que autoridad alguna intervenga. Una especie de territorio apache, como eran denominados los lugares peligrosos donde vivían los indios norteamericanos de esa etnia, quienes con el filo de un hacha les arrancaban el cuero cabelludo a todo extraño que invadiera sus predios, principalmente para robarles.
Es raro el día en que no se reporte un robo nocturno o un atraco diurno en la avenida a Manoguayabo, de menos de cuatro kilómetros, que desde el norte une a la autopista Duarte con la prolongación de la avenida 25 de febrero, hacia el suroeste.
Los más afectados por los robos son los dueños de colmados, pero también de farmacias, cafeterías, salones de belleza, bancas de apuestas y recintos familiares.
El pasado domingo en la noche o en horas de la madrugada del lunes, un grupo de ladrones penetró en un pequeño colmado que era propiedad de mi hijo Julio César, pero que tuvo que salir de él por las altas e insoportables facturaciones eléctricas. Mi hijo había dejado una nevera en la parte frontal del negocio, con fines de venderla. Pero aunque el sitio está protegido por una verja de hierro, los ladrones rompieron el gran candado de la puerta y se la llevaron, para lo cual habrían tenido que utilizar un vehículo de gran tamaño. No fue sino si no el lunes cuando nos explicamos por qué nadie intervino para evitar el robo: el servicio de patrulla policial no existe o no funciona, pero además los ladrones provocaron un intenso festival de tiros al aire para que nadie osara impedirles su fechoría.
No está demás decir que, con anterioridad, posiblemente los mismos ladrones habían robado numerosas sillas del negocio de mi hijo, pero que se encontraban en la marquesina de nuestra casa, situada al lado. Parece que adormecieron al perro, porque después del robo el animal se pasó todo el día como si hubiese sido anestesiado con algún tipo de comida que pudieron haberle tirado por sobre la pared.
La policía sabe de toda esta ola de robos, incluido uno reciente donde mataron al infeliz dependiente de una cafetería, para robarle una simple cadenita de oro barato. Pero a las patrullas en vehículos solo se les ve los viernes o los sábados, cuando suelen visitar puntualmente a los comerciantes para que les den dinero.
Soy testigo de eso, pero no me pidan pruebas, pues esos corruptos no otorgan recibos cuando se les da dinero o mercancías dizque “para a un compañero que se quedó pies en Manoguayabo porque se le acabó la gasolina”, o porque “la cosa está dura y hoy no hay comida en mi casa”.
Como simple ciudadano me da vergüenza ver cómo un agente policial deshonra su uniforme solicitando dádivas a cambio de una “protección” inexistente, ni siquiera comparable a la que otorgan las mafias callejeras en ciudades como Nueva York, que defienden a los comerciantes de las pandillas rivales.
Los comerciantes de la avenida Paseo de los Beisbolistas no se atreven a denunciar a esos policías corruptos, al parecer cómplices de los ladrones, como lo evidencia un reciente caso ocurrido en el sector, donde un infeliz agente policial que regresaba de su servicio, en horas de la madrugada, se topó con un grupo de ladrones que forzaba la puerta metálica de un colmado. Cuando intentó intervenir, según se cuenta en el barrio El Caliche, uno de los ladrones le dijo que se fuera tranquilo, que ellos eran policías y estaban realizando “un allanamiento en busca de drogas”. ¡Un allanamiento a las cuatro de la mañana, vaya usted a ver qué falsedad! El agente, ante la superioridad numérica del grupo y quizás por temor a crearse problemas, se fue a dormir.
Sería interesante que el jefe de la Policía, teniente general Bernardo Santana Páez, de a conocer alguna estadística que explique cuántos de los robos reportados en el destacamento policial de Las Caobas han sido resueltos. Si el saldo es a favor de la Policía, entonces el equivocado soy yo, y los robos me los he inventado, como escritor de cuentos que soy. Pero ahí están las victimas, que son los mejores testigos.
Hay que admitir que la Policía hace grandes esfuerzos por depurar su personal, una tarea difícil, sin duda alguna. Hay que admitir también que la Policía no puede poner un agente al frente de casa o negocio para protegerlo de los delincuentes. Pero por lo menos sí puede intensificar la vigilancia en ese Territorio Apache en que se ha convertido hoy la avenida Paseo de los Beisbolistas, alias carretera de Manoguayabo, donde parece que sus moradores tendrán que buscar la forma de hacerse justicia por sus propios medios, algo que de verdad es horroroso.