Nuestra clase dirigente (como gustan que se diga en los entretelones intelectualoides de la “sociedad civil”) tiene la gran responsabilidad de asumir los retos y desafíos del presente para que el porvenir sea más halagador, o por lo menos para dar esa esperanza. Con mucha frecuencia suelo bromear con mis hijos mayores graficándoles la plasticidad de divas y megadivas de la televisión y el espectáculo con el señalamiento de que cerca de estas no se puede encender un fósforo porque se consumirían derretidas.
Extendida a otras áreas del quehacer humano, debo ampliar mi advertencia porque también hay plasticidad en la política, con el agravante de que en el caso de las divas y megadivas éstas son así en pretensión de más lucidez y garbo para el entretenimiento colectivo, mientras en el de los políticos hay que darle otro enfoque.
Coinciden en propósitos estas beldades (a veces pretendidas) y los políticos en cuanto y tanto el ejercicio de la plasticidad se lleva a cabo con la intención de satisfacer el ego, procurar sobresalir y a veces llenar lagunas de comportamiento en aras de trepar socialmente.
La plasticidad política se evidencia en la conducta que exhiben aquellos que en la exposición pública de “sus ideas” (si las tuvieran) cambian hasta el tono de la voz y gesticulan procurando poses que en ocasiones se tornan en muecas ridículas. También, queda claro que son plásticos los presuntos “líderes” cuya ascendencia no trasciende los espacios de algunos medios benévolos donde a veces hasta “para salir de ellos” les son publicadas fotos y reseñas.
En su afán de estar en todas, estos personajes se hacen denominar “dirigentes” aunque no dirigen nada y ni siquiera ocupan posiciones dirigenciales en las organizaciones donde medran. Muchos lucen exponentes fieles de lo que he dado en calificar como “el mangansonismo” político, espacio reservado a los tantos bobalicones que la cotidianidad política ofrenda a la Nación, aunque en la búsqueda de ventajas, prebendas y canonjías no son tales. Ahí sí es que son hábiles …y por demás dichosos, porque amparados en el lambonismo consiguen con facilidad lo que otros, renuentes a “tumbar-polvo”, no alcanzan.
Nuestra clase dirigente (como gustan que se diga en los entretelones intelectualoides de la “sociedad civil”) tiene la gran responsabilidad de asumir los retos y desafíos del presente para que el porvenir sea más halagador, o por lo menos para dar esa esperanza.
Por esa, entre otras razones, los dirigentes o líderes deben mantener ciertas formas, no para el entretenimiento general sino en procura del convencimiento de quienes ellos buscan sean sus gobernados (tomando en cuenta que la finalidad de todo el que se abraza al oficio de la política es ejercer el poder).