El acto de apoyo a la reelección presidencial celebrado en el club Mauricio Báez con el patrocinio de funcionarios del Gobierno que hace algunos años abandonaron al Partido Reformista y que luego fueron expulsados, sirvió para poner de manifiesto la podredumbre. Había que ver a los personajes que rodeaban al presidente de la República, algunos con expedientes de corrupción que nunca han sido debidamente aclarados por los tribunales.
Tránsfugas y oportunistas, pordioseros y pedigüeños, sin dos dedos de frente, empujando, dando codazos para abrirse un espacio en el escenario y colocarse donde puedan ser vistos para en la televisión y en los periódicos muy cerca del jefe.
Todos en busca de lo suyo; un cargo grande o pequeño, una contrata grande o pequeña, un consulado o una embajada, una secretaría o subsecretaría de Estado, con cartera o sin cartera, pero donde se pique más que un mosquito o más que el sol de mediodía en la frontera.
Las pirañas de la política que dejan en el hueso al Estado en un tiempo récord.
El acto del Mauricio Báez es una vergüenza.
Mientras el poder corrompido se levantaba como baluarte en un barrio pobre, afuera, bien cerca, un grupo de reformistas trataban en vano de recoger todo el estiércol dejado a su paso por su propia historia.
El club Mauricio Báez amurallado, protegido con guardias y policías armados, como dice la gente, hasta los dientes, con órdenes precisas de evitar que los reformistas de la luz llegaran hasta donde estaban los reformistas de la sombra cubriendo con su manto al presidente de la República.
Joaquín Balaguer le regaló el poder a Leonel Fernández para evitar el ascenso del doctor Peña Gómez al gobierno. No tuvo tiempo suficiente para arrepentirse de lo que constituyó el mayor error de su dilatada carrera política. Tan pronto llegó al poder, Fernández inició una desenfrenada carrera para destruir al PRSC, lo cual ha logrado en gran medida. El PLD ha crecido a expensas del PRSC.
La compra de dirigentes, militantes y simpatizantes se ha realizado en pública subasta.
Durante la campaña electoral congresual y municipal del año pasado, muchos fueron comprados.
Ahora no es, ni será distinto. El presidente se juega el todo por el todo. Está dispuesto a unirse a quien sea en aras de mantenerse en el poder. El acto del Club Mauricio Báez es sólo una pequeña muestra. Vendrán cosas peores. Ya lo veremos.
Lo que no entiendo es cómo alguien que está ganado, que se impondrá tan fácil en la convención, luzca tan desesperado y abrumado. Si es verdad que le ganará a Danilo 90 a 10, ¿por qué tanto atropello? ¿Por qué alguien que no tiene contrincante en el partido, que barrerá en todas las mesas, se nota tan asustado? ¿Por qué correr tantos riesgos patrocinando el acto de apoyo a la reelección de los ex reformistas que están en la nómina pública? ¿O hay algunos que no cobren en el Estado?
En verdad no entiendo la lógica triunfalista del presidente de la República y su equipo de funcionarios. A menos que el propósito sea propinarle una derrota electoral y moral a su ex amigo, ex hermano y ex compañero Danilo Medina para que no vuelva a levantar la cabeza, para que se marche del PLD, para que abandone la actividad política.
Es la escuela trujillista‑balaguerista. Recordemos lo que ocurrió con todos los que se les interpusieron en el camino. Los que no terminaron en el cementerio, fueron condenados al olvido y el silencio.
Ahora bien, el presidente y sus gentes creen que con los recursos que tienen podrán comprar la voluntad popular. Y se equivocan. A casi tres años de gestión, el presidente no puede exhibir ninguna obra trascendental. En la mayoría de los pueblos no se ha construido ni una letrina. El costo de la vida aumenta todos los días, al igual que el pasaje. Este país no está ardiendo por las cuatro esquinas porque no hay oposición, porque nadie quiere hacer lo que hay que hacer.
Este pueblo no va a reelegir la incompetencia y la corrupción.
Como dijo Hipólito Mejía hace algunos meses, si las cosas siguen como van, hasta Chochueca le ganará a Leonel Fernández. ¡Hasta Chochueca!