Y eso lo aprendemos desde pequeños cuando damos nuestros primeros pasos.
Para aprender a caminar, uno tiene que tropezarse, golpearse, levantarse, caerse varias veces, levantarse y otra vez volver a caer; pero sobre todo vencer el miedo, vencer el círculo de temores que antecede a la primera caída…
Con el amor sucede algo parecido, uno tiene necesariamente que equivocarse, y a veces perseverar en el error, sin escuchar a nada, ni a nadie. Y entonces uno se descubre como en la primera infancia, cayéndose una y otra vez, golpeándose con la misma piedra, venciendo los más grandes temores, pero sobre todo, aprendiendo…
El mundo nos ha enseñado con razones justificadas a desconfiar, a tener miedo de todo lo que brilla en medio de la oscuridad, a mirar con malicia y cierto prejuicio a la mano que se extiende en la desgracia.
La frase "nadie hace nada a cambio de algo" está colgada sobre nuestras cabezas como una Espada de Damocles y nos hace retroceder ante lo nuevo, por más que éste de visos claros de sinceridad y honestidad moral, la cultura de la desconfianza nos hace estar siempre a la defensiva en todos los aspectos.
Sandro Venturo, el joven sociólogo peruano, afirma que esa es la tendencia de los jóvenes de hoy: la de no arriesgar nunca el más mínimo de sus intereses a menos que estén totalmente seguros de algo. El problema es que esto tiene como consecuencia que nunca se lance la moneda por miedo a fracasar nuevamente, por miedo al error y a las críticas de la sociedad.
Como resultado de esta represión, muchos se sumen en una profunda miseria, aumentando paradójicamente esa frustración que tanto se quería evitar. La cultura del éxito nos inhibe, porque tenemos miedo de equivocarnos y al "que dirán", por eso mejor callamos o nos quedamos inmóviles para no tener que asumir las culpas. Es decir, voto en blanco.
Armando Robles Godoy afirma con razón que si el ser humano no se equivocara y no perseverara en el error, simplemente no sería humano y también señala que es imposible que los hombres se liberen de este lastre por ser inherente a su esencia, pero deja un consuelo muy grande al exclamar: "¡Lo posible es una caca. Lo verdaderamente valioso y admirable es lo imposible!".
Yo suscribo totalmente lo manifestado por Robles Godoy. Hay que vencer los miedos, aunque la lucha sea larga y tediosa; hay que buscar dentro de nosotros esa fuerza que nos obliga a empezar de nuevo, que hace abramos nuestros ojos, nuestras palabras, nuestro corazón, así cada vez que caigamos, levantémonos y repitamos tal como se leía en una Graffiti de la revuelta francesa de Mayo del 68: "¡Seamos realistas, pidamos lo imposible!".