Para cualquiera que no conozca adecuadamente la cultura dominicana, debe resultar por lo menos curioso que dos de las principales producciones cinematográficas del país se identifiquen mediante una deformación del habla nacional.
Primero “Nueva Yol”, de Luisito Martí, y ahora “Yuniol”, de Alfonso Rodríguez, coinciden, talvez sin proponérselo en enfatizar una modalidad del lenguaje popular dominicano que solo representa un reducido segmento de la población iletrada del país, pero que no necesariamente identifica nuestra forma de hablar como pueblo.
Es cierto que en el lenguaje oral una pequeña capa de la población capitaleña cambia la terminación de las palabras que llevan “r” por la “l”, y que inclusive hasta a algunas figuras públicas se les zafa esa deficiencia, pero no creo que ese estilo de hablar sea lo suficientemente representativo como para mostrar la dominicanidad a través de dos obras importantes del cine nacional.
En el caso de “Nueva Yol”, que gira torno a las venturas y desventuras de Balbuena, un “tiguere” dominicano que logra llegar a la urbe norteamericana, podría entenderse el título. Así es justamente como Balbuena hablaría de Nueva York, igual que cualquier “palomo” analfabeto de los barrios capitaleños. Sin embargo, no me pareció aceptable esa justificación, porque si bien se podría justificar el uso de esa forma de lenguaje en la película, no había necesidad de consagrarla mediante el título, que tiene el valor de lo escrito y el poder de la trascendencia.
Pero en el caso de “Yuniol” definitivamente no le encuentro ningún asidero. Aunque responda a una peculiaridad de la historia en que se basa la película, la palabra deformada como título en sí no le agrega nada, aunque proyecta una vez más la idea de que así es como hablamos los dominicanos.
Claro, podría argüirse que el cine es libre y como tal tiene derecho hasta al disparate, pero yo no estoy planteando un problema formal, sino de elemental sentido de identidad, de nuestra imagen como país, de aprovechar la creación artística y cultural para enriquecer la idiosincrasia nacional, no para deformarla y empobrecerla.
Talvez sea demasiado pedir que el cine dominicano, en una etapa relativamente incipiente, se imponga límites de naturaleza cívica o cultural, pero no está demás recordar a nuestros productores cinematográficos que este arte constituye una simbología importante de lo que somos o queremos ser, y que por lo tanto sus obras contribuyen de una manera o de otra a construir una percepción del alma dominicana.
Termino diciendo que siento un profundo respeto por el esfuerzo de nuestros cineastas. Reconozco el trabajo de muchos años de Luisito y Alfonso. Mis observaciones no tienen nada que objetar a la calidad de sus obras, sino ofrecer un elemento puntual de reflexión para el futuro.
1 de mayo, 2007