Creo con toda sinceridad que la humanidad ignora todavía, no ha alcanzado a comprender, la forma cruel como la marcaron los atentados del 11 de septiembre de 2001, que dividieron la historia entre antes y después de esa fecha. Estando la semana que recién finaliza de paso por la ciudad de Nueva York, por segunda vez después de los atentados me decidí de nuevo a visitar el sitio donde estuvieron las torres gemelas, ahora bautizada en la metrópolis como Zona Cero. La primera ocasión lo hice en 2003 y ahora, como aquella vez, observando la exposición gráfica-mural de los acontecimientos de aquel septiembre maldito, no pude menos que reflexionar sobre como el fundamentalismo fanático acabó en instantes con la vida de miles de inocentes, en nombre de Alá.
La cavidad profunda que puede observarse en el espacio que ocuparon aquellos rascacielos que desafiaban la gravedad y las alturas es el recuerdo de aquel hecho fatal sobre cuya programación, planificación y ejecución aún se tejen las más diversas teorías. La comercialización de la tragedia, traducida en la venta en el mismo lugar de la masacre y en los alrededores de souveniles, albúmes de fotos y todo cuanto pueda ser recuerdo de lo que ya no está, plasma en la mente aquello de “lo que pasó, pasó”, y refresca las teorías del consumismo como base y sostén del capitalismo que combatimos con entusiasmo inducido en nuestros años mozos.
Esta es la fecha, casi 6 años después de los atentados, que se ignora con certeza el número de víctimas que dejaron esos hechos, que para Nueva York y el mundo crearon un síndrome y dieron cancha a que se lanzara la llamada Guerra contra el Terrorismo, que tiene sus defensores y detractores.
Visitar la Zona Cero sobrecoge y entristece al más insensible. Las huellas de aquella temeraria y maldita osadía están ahí, a la vista de todos, y no hay forma alguna de entender como los hombres, fanatizados por el adoctrinamiento, pudieron emprender una aventura de esa naturaleza, que traumatizó a la sociedad toda. No puede haber mente sensata en el mundo que justifique los ataques de Al Qaeda de septiembre 2001 contra Estados Unidos, que más que contra los norteamericanos, victimaron una ciudad como Nueva York, que con todos sus vicios y problemas, no cesa de acoger emigrantes de todas las latitudes.
Estando allí, pensé y casi lo expresé en voz alta: ¡Que Alá maldiga mil veces a Bin Laden!.
El autor es periodista y consultor de comunicación
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