A Roberto Sosa, Poeta Hondureño, amigo entrañable, que estará presente en el Festival Internacional de Poesía “Clima de Eternidad”, en Santo Domingo, República Dominicana, del 26 al 29 de abril del 2007.
“En nuestra segunda inocencia hemos/ imaginado que alguien nos llama desde un lugar hermoso parecido al mar, y / que la voz viene de la garganta de esa mujer delgada/ que esperamos en vano; o que nos llama el amigo de infancia, aquel cuyo padre comía tinieblas en los días / difíciles.
Y cuántas veces al hablar de nuestra verdad hemos creído hablar de la verdad que interesa a las grandes mayorías, y nos hemos sentido emocionados por ello/ porque sabemos que el líquido de la verdad altera el pulso y/ envía una carga no acostumbrada al corazón, que puede/ convertirse de este modo en una suerte de Esfinge sin enigmas.
Y así creemos vivir aproximándonos a 1o/ perfecto.
En realidad sólo 1o que hace el hombre por enaltecer al hombre es trascendente”.
Roberto Sosa, Fragmento de un poema del libro “Un mundo para todos dividido”, Editorial Guaymuras, sexta edición 1984, p. 30
EPILOGO
“¿Sabía la renuncia de tres poetas que conforman el comité del festival?
Es sabido de dos, no de tres (Mármol se entera de la renuncia de León David por Clave). Para mi no es más que la expresión de la miseria espiritual del intelectual dominicano. Es una expresión de mediocridad de ciertos seudo intelectuales dominicanos. Porque las razones de algunos de ellos son irrelevantes, no es más que una expresión de una idolatría mediocre que pulula en el ambiente intelectual, y desteto de raíz. Respeto el que quisieran renunciar, todo el mundo es libre y a nadie se le impone. Pero, aquí todo el mundo quiere ser presidente de todo, hasta de la República y yo, particularmente, no creo que merezca ser el presidente ni pretendí serlo, ha sido una decisión del comité organizador y del Secretario de Cultura, que asumí a muy a mi pesar, pues bastantes compromisos tengo. Pero son cosas de la mediocridad, de la mediocracia que impera en el ambiente intelectual dominicano. Si te puedo decir algo, ignoraba de León David renunciara, ignoro las causas. Pero las que conozco de las anteriores son irrelevantes, aunque respete sus decisiones”. José Mármol.
Entrevista concedida a la Periodista Elvira Lora del periódico CLAVE DIGITAL, 17 de abril del 2007.
I.- HEROES E HISTORIA
El discurso historiográfico hispanoamericano de los siglos XVI y XVII constituye un relato de aventuras y desventuras, o bien, la sucesión de los naufragios e infortunios de los conquistadores europeos, y su peregrinación por las vastas tierras de las llamadas Indias Occidentales, merced al Imperio español.
Por lo contrario, el discurso de los siglos XVIII y XIX posee otro tipo de mixtura dominante: la búsqueda de los valores de la libertad, la hazaña del héroe, y las causas de la Independencia política de las colonias.
El escritor venezolano Arturo Uslar Pietri, en su obra Fachas, Fechas y Fichas, que es una compilación de breves ensayos, destaca que “de América surge el tercer mito (…) que no es el mito de la Edad de Oro en el pasado, sino el mito de la existencia y de la realidad histórica, de la posibilidad de realizar una sociedad que tenga todas esas virtudes que Colón creyó descubrir en el indio americano, cuando tuvo la primera visión de los habitantes de esta tierra desconocida”. Estas virtudes-al decir de Uslar Pietri son: 1. el derecho del hombre a la felicidad; y 2. el regreso del hombre al estado de la igualdad y de la libertad (“al estado en que nadie tenía que temer de nadie, y por lo tanto todos podían vivir en paz, en felicidad, y en tranquilidad creadora”).
Indicando más adelante, Uslar Pietri que: “cuando en la América Latina se dicta la primera Declaración de los Derechos del Hombre por un Congreso americano, que es la que dicta el Congreso de Venezuela el 23 de julio de 1811, en una proclamación de los derechos del pueblo, los dos primeros artículos recogen” un eco de Montaigne y un eco de lo dicho por Rousseau, y un eco de la Carta de Colón de 1493, que recogen exactamente la misma visión europea: “El fin de la sociedad es la felicidad común y el gobierno se instituye para asegurarla (…) Consiste esta felicidad en el goce de la libertad, de la seguridad, de la propiedad, y de la igualdad de derechos ante ley”, para añadir yo que la felicidad de una sociedad descansa en los hombres que siembran y hacen crecer el árbol de la libertad como árbol de pensamiento, y en aquellos que hacen crecer el árbol de las injusticias sociales.
Es así como partiendo el hombre americano del mito de la Edad de Oro, que es el más remoto y nostálgico que conozcamos, que los latinoamericanos del siglo XIX construyeron el mito de la existencia y de la realidad histórica presente como “un hecho que está ocurriendo en el presente”. Este mito fue el que permitió a los hombres que estaban en sus afanes de hacer las guerras de la Independencia comprender que las naciones deben luchar cada vez más contra la crueldad de los opresores y contra la violencia injusta para cambiar la concepción del mundo ante el crimen, la miseria y las desigualdades.
II.- MORAZAN, PALABRA Y ESPADA
En la historia de Hispanoamérica hay un héroe poco conocido para los dominicanos. Me refiero al general hondureño Francisco Morazán, cuyas Memorias fueron impresas en París en 1869, y cuya biografía ha sido extensamente recreada por los historiadores hondureños Juan Valladares Rodríguez, Ramón Rosas y Víctor Cáceres Lora en su obra Gobernadores de Honduras en el siglo 19.
Morazán nació en Tegucigalpa (Honduras) en octubre de 1792. Murió asesinado por un pelotón de fusilamiento en San José de Costa Rica, aquel trágico 15 de septiembre de 1842, dejando sellada con su sangre los ideales de independencia, progreso social y unidad de los pueblos centroamericanos.
Sus Memorias son como el relato de un viaje, cuyo sentido no es el simple sentido del desplazamiento espacial y la trayectoria iniciada, sino que son el relato de una conciencia que interpreta y representa la legitimidad de un profundo sentimiento de justicia. Morazán unía para sí a la palabra y a la espada, ya que entendía la igual que Goethe que “la audacia entraña magia, poder y genio”, y que la luz de la historia era como un relámpago, en el cual convenía a los pueblos que apareciera un hombre extraordinario, capaz de oponerse a los estragos, y que pudiese llenar sus objetivos, no sólo por la elevación de sus ideas, sino también por las cualidades de su carácter.
Por la lectura de las Memorias de Morazán podemos ver que el héroe, que el conductor, que el creador, que el intelectual de un pueblo, es un individuo que debe comprender el sentido de los procesos de transformación, cuya señal y símbolo es saberse reponer a sentirse andar acosado y sometido a rigurosas pruebas, para logar el hallazgo del camino, y el encuentro con su hogar, que es entonces la verdad.
Otro texto morazámico como el Manifiesto de David nos permite entender que el héroe, o quien se erige en conductor de su pueblo, debe saber leer el sentido de los hechos vistos y vividos por su pueblo en el pasado como testimonio de la verdad histórica o prueba viviente de que la acción humana –en este caso, la acción de los intelectuales- necesita surgir de un hombre que tenga fe en sus hechos, y profunda convicción sobre sus capacidades intelectuales.
Por tanto, el Manifiesto de David se coloca dentro del discurso morazámico en un testimonio-confesión del héroe mismo, en una prueba jurídica, que hace un relato de los servicios brindados a su pueblo, y a la defensa de su causa. El sentido auténtico de este documento nos muestra, sin lugar a dudas, la dura lucha de los hombres de sobrevivir resistiendo la agresión de enconados adversarios, sin otro auxilio que el de la Providencia. Morazán tuvo en suerte la pluma de escritor que, al embrión de la funesto dio alma a sus discursos y al laberinto que lo rodeó para coronarse de gloria.
La universalidad de Morazán se origina en la permanencia de su sensibilidad humana y social, puesto que la vida del héroe, del conductor, del creador, del intelectual de un pueblo, es como la de aquel hombre que abandona la vida cotidiana para afrontar una serie de peligros y sufrimientos que forjarán en él a un individuo apto para conocer y asumir el proceso que exige al héroe triunfar, e inmolar su persona en la historia.
Morazán asumió su existencia habitual como el navegar de un marinero por los grandes puertos del mundo, mientras se conduce a un paisaje distinto para caminar por las orillas de otras tierras. Todo héroe, todo creador, todo intelectual está siempre llamado por su pueblo a la lucha y a la ayuda, por lo cual después de su muerte su rol de conductor y ejecutor constituye un verdadero símbolo de inspiración y de tradición, porque sólo el héroe, el creador, el intelectual verdadero puede entregar sus dones a las generaciones futuras.
Fue así como Francisco Morazán en el siglo XIX buscó -a partir de la realidad histórica de nuestros pueblos- proyectar la necesidad de crear una sociedad de naciones hermanas, para plantear en términos universales la democracia, el derecho de los pueblos a organizarse y las concepciones de la libertad política, que sería el ejercicio de la soberanía de las nuevas repúblicas.
La idea de federación en Morazán fue concebida como una acción política unitaria, a través de un pacto de ayuda y cooperación entre los Estados, o mejor dicho, en sus propias palabras, como “una nueva forma de equilibrio fundado en el derecho y la justicia para asegurar la paz”. En este sentido él compartía las ideas de ese extraordinario precursor que fue Bolívar, quien planteaba un “equilibrio del universo”, que es lo que se continúa llamando, aún en el día de hoy, como un nuevo orden mundial.
Tanto Bolívar como Morazán no sobrevivieron a su generoso empeño ya que la historia de hispanoamericana no ha dejado de ser una historia de fragmentación, no de la unidad. Aunque la idea de federación de las repúblicas de Hispanoamérica fue la idea del genio, las naciones americanas prefirieron crear, y unirse, al concepto político de independencia. No en vano Germán Arciniegas, otro pensador latinoamericano ha expresado en su libro América en Europa que: “La Gran Enciclopedia, en que bebieron la ciencia de la revolución los hombres que iban a transformar la sociedad de fines del siglo XVIII, no le da ningún significado político a esta palabra. Tan solo la trata, y bastante hostilmente, desde un punto de vista filosófico y moral como “piedra filosofal del orgullo humano y la quimera tras de la cual corre ciego el amor propio”.
III.- INTELIGENCIAS INTELECTUALES
Es así como llegan los hispanoamericanos en el siglo XX al mito de la existencia y de la realidad histórica presente, y los intelectuales dominicanos en el sigo XXI a no comprender aún a qué archipiélago o confraternidad de naciones pertenecen, más aún cuando observamos lo que las inteligencias intelectuales plantean como “miseria espiritual del intelectual”.
Entendemos que ante este panorama nada alentador de ejercicio de humildad al emitir opiniones es, oportuno tener en cuenta la extraordinaria diversidad de opiniones en los sistemas de pensamiento del mundo civilizado, lo cual requiere un tratamiento abierto sin arbitrariedades o tergiversaciones, por lo que, la conducta ética de los intelectuales no puede ser particularmente incómoda y desajustada a los criterios de la racionalidad.
En el momento actual, en la República Dominicana, hay una competencia irracional entre intelectuales oficialistas y no oficialistas por obtener para sí el árbitro de la literatura, desarticulando la identidad física, política, social, cultural y humana del pueblo dominicano, sin prever los azares de la vida.
La acción intelectual no puede minimizar los medios pacíficos y armoniosos de la convivencia, y aproximarse en su papel al egoísmo ilustrado del siglo XVIII. Es extremamente necesario que los intelectuales comprendan con suficiente claridad la infinita diversidad y magnitud de los intereses nacionales de los países pobres como el nuestro, puesto que la defensa de las democracias, de los estados nacionales y del pensamiento se justifica, y es compatible, cuando los actores –en este caso, los intelectuales-, asumen el compromiso y la defensa de las causas de los más necesitados, y no se ponen al lado y al servicio de la clase económicamente gobernante a través del maquillaje del poder y del legalismo político.
Quizás exista un código absoluto de normas éticas o una ley natural de los imperativos absolutos para que prevalezca en una comunidad –en la esfera de las responsabilidades históricas de la acción intelectual- la elección de construir una convivencia entre los seres humanos y un futuro menos hostil y agresivo.
Quizás –los dominicanos- debemos reconstruir nuestra subjetividad como nación ante la apremiante necesidad de una nueva imagen del intelectual; tal vez este segundo milenio abre el paso a los dominicanos a otra utopía para contemplar un mundo que sobrevive fragmentado por la desesperanza; sin embargo, siempre existirá una primavera o un verano para amar la libertad, el pensamiento y el derecho a disentir con dignidad.
IV.- MAYORIAS Y MINORIAS
Es indiscutible que algunas mentalidades intelectuales de nuestra nación, con las precisiones mutuas de su comportamiento, no valoran la especificidad institucional en cualquier tipo de interacción social.
Los intelectuales dominicanos deberían tener como agenda pendiente debatir la situación de las clases empobrecidas por el modelo neoliberal, así como su adhesión a las estructuras de los partidos como agencias para el ascenso social de los “intelectuales”; la renovación del liderazgo político mesiánico y sus dinámicas de cambio.
Los intelectuales- creo, quizás esté totalmente equivocada- deben conocer, analizar y debatir el pensamiento político y social de las clases dominantes (la minoría) y dominadas (la mayoría), sus premisas en el orden filosófico, empírico o pragmático, sus preocupaciones y argumentos, así como el funcionamiento opresor del sistema de Estado capitalista, en fin, los problemas básicos de nuestra sociedad, trayendo en sus carpetas de trabajo, además de buena voluntad, prudencia y tolerancia, y una agenda de puntos relevantes para la discusión que requiere la atención nacional para este período histórico de una crisis con características muy complejas.
En el debate que sugiero –y me perdonan, por favor, que me atreva a sugerir- se hace necesario que los intelectuales dominicanos propongan y den respuestas sustanciales a la participación real de las mayorías empobrecidas, marginadas, y excluidas por las elites dominantes para la conformación de una democracia más participativa (¡no de cliché!), donde se preste atención a la recapitulación de hechos y acontecimientos específicos nacionales que han caracterizado el devenir de las dos últimas décadas de la formación social dominicana, su origen, sus factores y las dificultadas inherentes.
Una segunda lectura de los temas a tratar por los intelectuales conviene que se enfoque en visualizar y comprender la realidad política actual de la República Dominicana, los equilibrios parciales del sistema, el universo político (con sus variables mensurables) insertado en el universo social, la filosofía valorativa del cambio, el sociologismo como intento para la total objetividad, sin omitir los pensamientos metafóricos a través de la palabra de aquellos que se creen dueños de la verdad absoluta o representantes de las élites dominantes.
En fin creo que, los intelectuales deben aceptar, sin reservas, el relevo generacional, que sin lugar a dudas requiere aún más de una sociedad pluralista y categóricamente disciplinada, cuya alcance mayor sea la justicia social, para abolir las continuas ambivalencias de este concepto y la constante discriminación a la libertad y al pensamiento como virtud para la felicidad de cualquier comunidad