La población haitiana en República Dominicana es tan numerosa, alrededor del 10 por ciento de la población, que plantea no solo conflictos demográficos y sanitarios, sino de tipo laboral y otra índole. Nadie en su sano juicio puede negarlo, sin faltar a la verdad, aunque las raíces del problema sean tan profundas que haya que verlas en toda su dimensión, sin exclusión de ningún factor.
Con frecuencia se hace más hincapié en la vulnerabilidad de la frontera, muy permeable por cierto, que en las reales condiciones que determinan el masivo éxodo de haitianos hacia esta parte de la isla. La frontera es un aspecto, pero ni remotamente uno de los factores por los cuales República Dominicana esté anegada de inmigrantes legales e ilegales.
Al margen de las duras condiciones de vida, la espantosa pobreza y la inestabilidad política que ha truncado el desarrollo de la vecina República, elementos nacionales, que nada tienen que ver con el atractivo crecimiento económico ni la prosperidad, estimulan la emigración haitiana a este parte de la isla: Los haitianos tienen empleo seguro, ya sea en la construcción o en actividades agrícolas.
Emigrar a una nación en que se les superexplota, discrimina y desprecia debe ser un trago amargo, pero más amargo es el drama que sufren en su empobrecido y desértico territorio.
Pero resulta que esos haitianos son los únicos que pueden hacer ciertos trabajos que, por mal remunerados, el dominicano ha abandonado. Se trata de esos mismos trabajos que miles de compatriotas prefieren realizar en Estados Unidos y España, países a los que hoy intentan llegar de cualquier modo. Como el dominicano en el exterior, el haitiano aqui es trabajador y sumiso.
La diferencia está en que quienes fomentan la emigración a través del acopio de una mano de obra barata son los mismos que se quejan, por medio de sus voceros sociales y políticos, de la "amenaza" para la integridad de la presencia haitiana. En lugar de ponderar sus aportes al bienestar y la riqueza, se pide perseguir a los pobres inmigrantes como si éstos no fueran víctimas por partida doble de una desgarrante realidad. Para más, cuando es mínimo el pocertanje de haitianos involucrados en actos delictivos o en conflictos legales.
El desorden migratorio plantea muchos problemas que nadie osaría negar. Pero a esos seres humanos, tan carnales y espirituales como los arios, no les importa ser explotados ni haitianizados con tal de sobrevivir a esa miseria cruel en la que nacen con los días contados. A veces sin crecer.
Por aquí hay mucha hipocresía con el drama haitiano. Y esa hipocresía, que se expresa de diferentes formas y conforme a determinadas circunstancias, es una de las variables que más ha contribuido con las acusaciones, en ocasiones exageradas, que se han formulado en el exterior contra República Dominicana. Tan engreídos nos hemos puesto, que ser negro y pobre en este país es una desgracia; pero ser negro, pobre y haitiano es peor todavía. El drama de la inmigración haitiana tiene que ser visto en su conjunto, sin la hipocresía que lo caracteriza.