Algunos aspirantes gustan mucho de tomar referencias en candidatos exitosos que han actuado rompiendo los paradigmas que se ha formado la sociedad de quienes pretenden dirigirla. Todos los teóricos y tratadistas de la comunicación política coinciden en dar una muy especial importancia, un rol de primerísimo orden en toda campaña, a la estrategia, parte sin la cual sostienen que no camina ninguna candidatura, por carismática y/o mesiánica que esta pretenda ser.
Y ocurre que la estrategia es –ciertamente- parte importante del tinglado. Pero no lo es todo en sí y por sí, aunque su aplicación y seguimiento viene resultando –eso sí- en uno de los componentes más valiosos y caros al mismo tiempo de toda campaña en procura de alcanzar un cargo de elección popular.
Es por esa, entre otras razones, que ahora hay tantos estrategas de campaña, asesores y consultores que van de un confín a otro del planeta, llenando sus curriculums de ítems, presentando propuestas motivadas con lenguaje florido, facturando muy pero muy bien (¡claro está!) y dejando tras de sí una estela de fama.
El consultor cuyas herramientas y consejos hacen posible el triunfo de su asesorado se da el postín, como diríamos por aquí, de autocalificarse como “asesor de candidatos triunfadores” y su aritmética va sumando las victorias aunque generalmente jamás comenta ni agrega las derrotas.
Algunos aspirantes gustan mucho de tomar referencias en candidatos exitosos que han actuado rompiendo los paradigmas que se ha formado la sociedad de quienes pretenden dirigirla. Y como a veces esos parámetros rotos les han dado resultado, tienen asesores por tenerlos pero solamente escuchan y prestan atención a lo que ellos quieren, no a lo que aconseja la estrategia. Es el caso típico (o atípico) del candidato inasesorable o que todo lo sabe. A ese, por más éxitos que le hayan acompañado en otros quehaceres cotidianos alejados de la política, nada bueno se le puede augurar en una campaña.
Esto no quiere decir en modo alguno que toda la verdad y razón esté en poder de los asesores, consultores o estrategas formados y reputados como tales, pero en su beneficio hay que señalar que de los errores surge la experiencia, lo que da ventaja a un estratega con camino recorrido frente a uno que comienza a recorrerlo, o más bien frente a bobalicones, amanuenses o mangansones que por asistir a cualquier seminario o taller de técnicas de campaña ya se sienten magíster en estrategias sin serlo.
En el diseño de toda estrategia de campaña han de tomarse en cuenta numerosos factores, pero básicamente ya en el mundo de hoy hay que partir de investigaciones que arrojen luz a los vericuetos del difícil camino de convencer a la gente, para que el consultor convenza a su vez al candidato sobre lo que debe o no debe hacer. Y si el candidato es asesorable, entonces habrá esperanza.