Las megas construcciones en el mundo son diseñadas con un propósito bien definido, con una visión de futuro de gran alcance.
La meta principal es garantizarle a la ciudadanía un mecanismo útil de convivencia que vaya a la par con los avances tecnológicos y científicos del momento.
Las inmensas autopistas, autovías, edificios, túneles debajo del océano o de las torres gigantescas, los aeropuertos, puentes, presas, puertos marítimos, etc., se construyen respondiendo a las demandas de la población y a la expansión de espacios que hagan más llevadera la vida cotidiana.
Por ejemplo, el subway o tren subterráneo de Nueva York y de los demás estados norteamericanos se considera una hazaña extraordinaria de la ingeniería moderna. Miles de kilómetros de vías férreas sirven de plataforma para que los trenes se desplacen bajo tierra, como los topos, a una velocidad aproximada de 35 millas por hora, de extremo a extremo del condado de Manhattan atravesando por El Bronx, Brooklyn, Queens, Long Island e incluso New Jersey, pasando por debajo del caudaloso Río Hudson, sin ningún obstáculo, alimentándose de paso con cargas eléctricas concentradas en áreas estratégicas de los rieles.
Los planos para la construcción de estas megas estructuras son diseñados con mucho cuidado, bajo la estricta norma de seguridad y del secreto absoluto. Nadie tiene acceso a esos planos, pese a que el estado y las leyes estadounidenses, en algunas circunstancias, permite examinar otros tipos de documentos oficiales, a petición de terceros.
Por asuntos de seguridad pública, las autoridades que administran estos proyectos son muy celosas en eso de ofrecer informaciones sobre la mecánica de esas estructuras metálicas. Mucho menos ahora que pende sobre el universo la amenaza terrorista a partir de la destrucción de las Torres Gemelas de Nueva York. Esa situación se puede verificar en Francia, Inglaterra, Brasil, Venezuela, Italia, Alemania, Japón, y otras naciones donde opera este tipo de transporte.
República Dominicana no puede ser una excepción a esta regla. Ciertamente, existe la Ley 200-04 sobre el Libre Acceso a la Información Pública, un legado jurídico que faculta a la población a solicitar documentos de interés ante el Estado o el sector privado cuando haya razones que ameriten esa solicitud, pero no siempre se obtempera a esos requerimientos. Y las razones las sabemos.
Veo que hay mucha insistencia en conocer los documentos que involucran la construcción del Metro de Santo Domingo, no sé con qué propósito y me imagino que no son buenos. Fue muy atinada y prudente la recomendación de los abogados del Estado de resistirse a dar cumplimiento a la disposición legal que ordena la entrega de los documentos del Metro a particulares. Ciertamente, hubo desacato al no entregarse los documentos, pues aunque se recurriera la sentencia, había que ejecutarla, según lo establece el recurso de amparo pronunciado por el Tribunal Contencioso y Administrativo. Pero es preferible eso a que ocurra lo peor en el futuro inmediato, pues se trata de documentaciones muy delicadas que deben estar siempre bajo el control de las autoridades.
En ninguna parte del mundo se entregan documentos relacionados con los túneles. Y esa negativa no se puede interpretar como una violación a la ley, mucho menos como un acto de arbitrariedad. Insistir en eso no es recomendable.
¿Cuál es el propósito de insistir en ese reclamo? ¿Qué se persigue? Desde un principio se ha explicado el costo de la obra (el ingeniero Diandino Peña estima que se invertirán aproximadamente 23 mil millones de pesos). El meollo de todo esto surge cuando el geólogo Osiris de León comenzó a desinformar a la opinión pública con argumentos alarmistas de que se estaba construyendo el Metro en terrenos inadecuados lo que supondría poner en peligro muchas vidas a causa de posibles derrumbes. El Codia descartó esa posibilidad y ratificó su certificación de que todo estaba bien. Pero los argumentos del citado geólogo encontraron eco en los enemigos del metro, en los francotiradores adversos al gobierno, que desde entonces no han descansado en su desenfrenada tarea de desmeritar la obra. Aseguro que esos adversarios serán los primeros en utilizar el transporte del tren. Así somos, nos oponemos a todo y sólo por exhibir un protagonismo contraproducente y torpe.
En la intervención del miércoles en el programa El Día, de Huchi Lora, el ingeniero Diandino Peña puso las cosas en claro al expresar que la Secretaría de Obras Públicas tiene copias de los estudios que se hicieron para el Metro y resaltó que esa dependencia oficial no tiene que firmar ni autorizar los citados planos por tratarse de una obra estatal, igual a un puente, una carretera o una presa. Eso es correcto. Aún así, se persiste en el mismo tema.
Siempre he sospechado que a lo interno del geólogo Osiris de León hay un interés personal, más que patriótico, al insistir en sus ya desgastadas denuncias sobre supuestas irregularidades en la conducción de la obra. Se comenta con mucha insistencia que Osiris de León había presentado una oferta por doce millones de pesos en un concurso para la construcción del Metro de Santo Domingo, pero fue rechazada. El niega esos comentarios e incluso dice que el director de la OPRET miente en ese sentido. Da la impresión que De León tiene algo personal contra Diandino; sólo eso explica por qué su insistencia en batir el cofre.
En toda esta perogrullada veo la intención manifiesta de causar daños. Hay desinformación con el propósito de crear desconfianza en la población, tarea que considero perversa y poco ética. Detrás del telón están los partidos políticos de la oposición no alineados con el Gobierno soplando las llamas para mantener el fuego encendido. Es una tarea malintencionada de políticos atrincherados en los partidos, que no ocultan su miseria intelectual, su frustración, toda vez que se han dado cuenta que han perdido vigencia en el escenario de la sociedad.
Insisto en que hay desinformación, mucha mala fe, y lo demuestra el hecho de que algunos legisladores se han prestado al juego de ofrecer cifras inexactas sobre las inversiones del Metro. Deben cesar ya de esos intentos, por el bien del país. El Metro va comoquiera. Entonces, ¿por qué insistir?