Si el señor Paul Wolfowitz hubiese sido dominicano, estuviera recibiendo reconocimientos por su acto de haberle aumentado el salario a su novia que era funcionaria del Banco Mundial el cual presidía. En la cultura corrompida dominicana, la acción de Wolfowitz hubiese sido un ejemplo de hombría, de hombre galante con su amada novia.
De seguro que si Wolfowitz conociera del último episodio de desfachatez nacional, el de la Cámara de Cuentas, se lamentaría de no haber nacido en Republica Dominicana.
Porque aquí le hubiese bastado una rueda de prensa, una declaración publica, con una explicación justificadora de su decisión y ya. Luego gestionaba que alguna entidad de sociedad civil le entregara una placa de reconocimiento, y p’alante.
Aquí, Wolfowitz hubiese dicho que su decisión era legal, que tenía la potestad para aumentarle el salario a su novia y que había decidido echar hacia atrás la medida por el enojo de la opinión publica, no porque legítima y moralmente era inaceptable.
No fue que Wolfowitz no quiso seguir en el puesto luego de su desaguisado, lo ha intentado, pero no solo los accionistas del Banco Mundial, sino sus empleados rechazaron su continuación en el cargo.
Con que moral el Banco Mundial iba a seguir su campaña en contra de la corrupción de gobiernos en instituciones en el mundo.
Lo que se deduce de esto es lo siguiente; a propósito del escándalo de la Cámara de Cuentas. Sus nueve integrantes, obviamente como Wolfowitz en el Banco Mundial, no están en ánimos de abandonar sus cargos. Pero el flamante funcionario del Banco Mundial debió renunciar ante el cuestionamiento de la comunidad internacional.
Lo que quiero decir es que si los miembros de la Cámara de Cuentas siguen en sus cargos no es culpa suya, sino de la sociedad dominicana, si ésta acepta esa burla como algo normal.
Si ellos se hicieron los exagerados e indebidos aumentos de ingresos, y pese a la lluvia de críticas lo que han hecho es justificarlos, aunque luego hayan desistido de los incrementos en sus salarios, lo menos que se puede esperar es que dedican renunciar a la teta que llegaron para amamantarla.
De modo pues, que no depende de ellos el abandono de los cargos, sino de la sociedad que en esto asuntos es muy retórica, pero en los hechos, muchos de ellos a los que aspiran es a una oportunidad similar a la de los nueve jueces de la Cámara de Cuentas para ejercer la cultura del ventajismo.
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