La reelección presidencial tiene varias casas: las de quienes la apoyan, las de los que están en contra y los que se dicen “neutrales”, que son aquellos que en lugar de decidirse lo que hacen es afirmar que “será el pueblo quien decida”, que precisamente no es lo que se discute.
Soy de los que creen que la reelección no es mala por sí misma, sino por los vicios que genera. El principal de ellos es el uso de los recursos del Estado para sonsacar adversarios, pagar propaganda o contribuir a ella. El otro peligro es que puede imponerse con trampas o por la fuerza, como ha sucedido más de una vez a todo lo largo de nuestra Historia.
Pero no seamos hipócritas. Hoy día, a cada momento vemos en los medios de comunicación a dirigentes políticos que despotrican contra el real o supuesto uso de los recursos del Estado para contribuir a la reelección, cuando en el pasado ellos hicieron lo mismo o guardaron silencio. Entonces no les convenía, porque estaban en el Gobierno o simplemente lo apoyaban.
Una de las críticas más frecuentes contra los reeleccionistas es que se aprovechan de los cargos gubernamentales para utilizar los vehículos del Estado en las campañas de sus respectivos candidatos. Si bien esto no lo justifica, hay que decir que eso mismo lo hicieron sus predecesores, conscientes de que un Presidente no puede estar permanentemente atento a esas cosas, diríamos minucias en comparación con los problemas de Estado. En todo caso, quienes deben poner coto a esa práctica ventajosa, en perjuicio de los opositores, son los secretarios de Estado bajo cuya dependencia están los responsables de asignar los vehículos estatales para su uso.
Otros hay que dicen estar firmemente convencidos de que la reelección es una tragedia, pero se reeligen en los sindicatos, en las federaciones de transporte, en los gremios profesionales, en las ONGs y en los mismos partidos políticos, donde los presidentes y secretarios generales parecen ser vitalicios. Casos ha habido en que esos reeleccionistas se han valido de sus influencias y hasta del dinero de sus gremios para permanecer en sus cargos. En esos casos, la reelección no es mala.
Ocurre lo mismo que cuando se habla de las famosas “comisiones” que reciben algunos funcionarios cuando hacen compras del Estado o ayudan a terceros formalizar contratos. Esa práctica, establecida desde que el Gran Almirante del Mar Océano exigió a los Reyes de España, en las Capitulaciones de la Santa Fe, que se le otorgara un porcentaje de las tierras y el oro que descubriera en el Nuevo Mundo, se mantiene en todo su esplendor, no obstante haber transcurrido más de cinco siglos desde su inicio.
Se nota a leguas que estos Munditos no han tenido un mandito, como decía Balaguer, pues entonces otro gallo cantaría. Uno no puede más que reirse al ver y oir a ex funcionarios que se refieren a las riquezas que acumulan otros en base a las comisiones, cuando las que ellos disfrutan fueron precisamente logradas mediante esa forma de hacerse rico a través de las funciones públicas.
La mujer que ha sido piedra de escándalos tiene que pensarlo dos veces antes de dar consejos de moral a su hija. Esto también puede aplicarse a los hombres, que deberían examinar sus propias actuaciones antes de criticar las ajenas, para que no les salga el tiro por la culata.
Es una lástima que los altos índices de pobreza en nuestro país, junto a la ignorancia, obliguen a muchos dominicanos a vender sus conciencias. Pero como para comprar hay que tener recursos, sería bueno preguntar si quienes ejercieron el Poder en otros tiempos no estimularon la compra de conciencias, para lo cual no era nada del otro mundo utilizar los recursos del Estado con esos fines.
Hay que ser coherentes. Uno no debe decir hoy que una cosa es buena, y mañana que es mala, salvo que admita que antes estuvo equivocado. Pero en el caso de los políticos, tendrían que ser muy honestos para que reconozcan públicamente sus errores.
Leonel Fernández, a quien la Constitución no le impide reelegirse, puede estar tranquilo con respecto a las críticas que se le hacen para lograr ese objetivo. Si quienes las formulan no tuviesen “colas que le pisen” otro gallo cantaría, y no precisamente aquel que conocemos en la fauna política.
Muchos dirigentes y la gente común deberían acabar de entender que, en política, hay que saber distinguir entre lo conveniente y lo necesario. La frágil línea que separa esas posibilidades es muy parecida a la que divide a la razón y la locura, de manera que hay que tener el cerebro muy bien amueblado para no cometer el error, ni la locura, de volver a un pasado dañino que por fortuna no pudo afincarse en la reelección.