O tenemos miedo a decir la verdad o mentimos mucho. ¿Cómo se entiende el continuo absentismo laboral injustificado, las continuas y crecidas bajas por depresión, si luego una encuesta, la de Calidad de Vida en el Trabajo 2006, dice que siete de cada diez ocupados están satisfechos con su empleo? A mí que me lo expliquen. Algo no cuadra. En cualquier caso, yo prefiero un ser humano insatisfecho antes que un cerdo satisfecho, bajo el paraguas de una satisfacción relativizada, puesto que el sistema de producción y consumo que predomina hoy en nuestra sociedad nos convierte en animales que necesitan ser “cebados” como ideal de felicidad antes que en sujetos pensantes. La consecuencia de todo ello es que, además de producir cada vez más marginales, quiebra la solidaridad del mundo obrero, y convierte a la persona en una mera máquina, más solo que la una y descafeinado de sentimientos, sin otra perspectiva que llevarse a los bolsillos una falsa complacencia del nuevo punto “ge”, conjugado en el también impersonal infinitivo: de ganar, gastar y gozar.
Habría que ver cómo se realizan este tipo de encuestas, puesto que como es bien sabido los elementos manipuladores suelen estar a la orden del día. Aunque se nos diga que es una investigación por muestreo dirigida a la población ocupada de 16 y más años, de ambos sexos, que residen en viviendas familiares en todo el territorio nacional, excluyendo Ceuta y Melilla y que el tamaño muestral ha sido de 9.000 ocupados y las entrevistas se han llevado a cabo de forma personal y telefónica durante el cuarto trimestre de 2006; una cosa es lo que se dice, se cuenta, interpreta o hasta se inventa, y otra muy distinta es la realidad que salta siempre a la vista. La evidencia es el sondeo más fiable. Incluso algún sociólogo ha llegado a decir que las encuestas son para no creérselas. El alborozo de la complacencia no es de recibo y dudo que se de. Antes hay que ofrecer un modelo de vida diferente, centrado en la vivencia de la solidaridad obrera, en clave de justicia para todos y de servicio a los excluidos, que también tienen derecho a una digna calidad de vida. Por otra parte, si la organización de la producción y del consumo nos acompaña como si fuese una sombra y nos dirige a la sociedad productiva de las veinticuatro horas, el resultado es de verdadera locura, sin tiempo para nosotros mismos y para nuestras familias.
Desde Pascal está demostrado que por muchas riquezas que el hombre posea y por grandes que sean la salud y las comodidades que disfrute, no se siente satisfecho si no cuenta con la estimación de los demás. La pista de Descartes nos puso en el camino: El bien que hemos hecho nos da una satisfacción interior, que es la más dulce de todas las pasiones. Algo que no se podrá paladear con este sistema de producción, marcado por el individualismo utilitarista. Tal aislamiento genera una endiosada y maligna cultura basada en producir y disfrutar sin importar nada ni nadie, un cultivo de las cosas y no de los seres humanos, un avance que se torna retroceso puesto que las personas acaban siendo esclavas de sus miserias. Quizás si tuviésemos esto en cuenta, en qué medida nos utiliza el sistema laboral y en cómo nos utilizan laboralmente, cambiarían de opinión incluso los que verdaderamente están laboralmente satisfechos, puesto que la satisfacción es algo más compartido, más de desarrollo integral, más de gozo del corazón, más de tener la ocasión laboral de descubrirme a mi mismo.
Si hemos hecho esta reflexión a raíz de esta encuesta, y si no la pusiéramos en duda que la pongo, donde la mayoría confiesa su deleite laboral en consonancia con el empleo que ocupa, ha sido también con el propósito de llamar la atención a los agentes sociales para que sepan que los problemas del mundo del trabajo van más allá del crecimiento económico y de la creación de empleo, aunque ello sea necesario e imprescindible, pero no es condición suficiente, puesto que hay que estar atentos a este agotador modelo de producción que muchas veces no deja vivir, y mucho menos cultivar la propia vida familiar. Dios no es el trabajo, no debe serlo. La cuestión no es que existan leyes de conciliación o de igualdad de oportunidades, es que las normas se cumplan o que cuando el trabajador exija su cumplimiento, no vaya en perjuicio de su relación laboral. Por desgracia, las violaciones a derechos adquiridos, inclusive los sindicales, se producen con demasiada frecuencia.
Otro desajuste, cuando menos con una poderosa central sindical dispuesta a recorrer la piel de toro orientando a los trabajadores de las posibilidades de formarse para mejorar su empleo, es que la gran mayoría de los ocupados, no quiere formación, considera correcta la relación entre el puesto de trabajo y su propia formación. Podríamos seguir confrontando el análisis, pero sería llegar a la misma sensación de bochorno y desagrado, que no tiene nada que ver con la dicha que nos pinta la encuesta. El mundo obrero sigue existiendo, más precario a veces que nunca aunque se nos entaponen los oídos de normas, lejos de dar trabajo decente para todos, persistente en la discriminación, con muchas víctimas tras de sí como para mostrar júbilo. A lo mejor tenemos que tomar el trabajo de estudiarnos para despertar del estúpido encantamiento.
Víctor Corcoba Herrero
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