Cualquiera que escuche las estrofas de la canción “Quítate tu pa’ ponerme yo”, podría pensar que el compositor se inspiró en los dominicanos y su tratamiento del espacio. Yo estoy seguro que mucha gente se va a sorprender al leer este ensayo, porque hay malas prácticas que ya están tan y tan arraigadas, que se consideran como normales aquí, y en realidad no lo son, o no deberían de serlo.
De hecho, nosotros hacemos un uso atropellador y agresivo del espacio, con todas sus consecuencias, y eso nos perjudica la salud, y por ende, nos afecta los bolsillos, y encima, quedamos como maleducados y sin civismo, aparte, de que puede ser una práctica peligrosa porque más de uno ha sufrido por ello, incluyendo la muerte. Aunque la defensa del territorio sea una motivación básica en todo mamífero, aquí el tema adquiere unos matices increíbles. Cada vez que se le rompe la "burbuja de protección de la personalidad" a alguien, esa acción, como mínimo produce una tensión.
Los ejemplos abundan. Quizá la palma se la lleven los motoristas, quienes por un lado, en su desesperación enfermiza no acostumbran a respetar los semáforos, ni mucho menos los pasos de cebra; pero también se suben a las aceras y aceleran avasallando a los peatones. En esta última “especialidad”, es probable que los repartidores de los colmados, conocidos como “deliveries”, sean quienes más violen las leyes, y además, rebasan por donde les da la gana, y no respetan las calles de sentido único. Muchos choferes tampoco acostumbran a respetar los cruces peatonales ni las aceras, “porque ellos pagan impuestos”, sin importarles si las echan a perder, ni la vida de los viandantes.
Es raro el conductor que no tenga algo con qué defenderse, desde un arma blanca como puñales, machetes, punzones, cuchillos, navajas, etcétera; o de fuego, como revólveres, pistolas, escopetas y ametralladoras ligeras, hasta bates de béisbol, garrotes, cadenas, manoplas o cualquier cosa que sea contundente o que sirva para hacer daño. ¡Es una verdadera selva de asfalto!
Tampoco muchos motoristas y camioneros obedecen las señales de no circular por determinados lugares como los pasos a desnivel o por los túneles de la ciudad. Los “cocheros” andan sin ningún control con sus carruajes de tracción animal, y da asco el olor nauseabundo que provocan sus caballos justo enfrente de los hoteles de lujo, al evacuarse y orinarse en plena vía pública, en especial en el Malecón, y los dueños de los “coches” ni se dan por aludidos, dejando los excrementos en plena avenida.
Aquí es casi una costumbre cuando un conductor atropella a alguien, el alejarse de la escena del accidente los más rápido posible, si puede salirse con la suya, y sin importarle la vida de nadie. Esto significa que un porcentaje cuantificable de los conductores son asesinos prófugos, – aunque haya sido involuntaria su acción – , no en potencia, sino de hecho. En los casos en que hayan pocos testigos, en especial en una carretera, los lugareños presentes en el lugar suelen desvalijarlo todo, incluyendo las pertenencias personales de los muertos y heridos. Si se trata de un transporte de mercancías, y sufre un accidente, lo típico es que lo saqueen.
En los barrios periféricos los traficantes defienden a tiro limpio o a pedradas y botellazos, sus espacios, y sus “puntos de venta de droga”. Pero eso mismo sucede en México, en Colombia o en Venezuela, y en otros lugares. Los llamados “dueños del país”, es decir, quienes controlan “las rutas”, del transporte urbano, venden dichas “rutas”, para enriquecerse aún más en detrimento de las mayorías, y eso no debería de ser un privilegio privativo de ellos.
Las mujeres que conducen, aparte de tener que soportar el machismo agresivo de los conductores, ellas suelen trasladar todos sus caprichos culturales e inseguridades al volante, y por eso están tan mal vistas por sus homólogos del sexo contrario, aunque algunas conducen muy bien. Los hombres, a su vez, le imprimen toda su inmadurez a la acción de conducir. Se sabe de casos en que un vehículo ha rozado a otro, y esa acción ha provocado agresiones y muertes evitables e innecesarias. El colmo es que mucha gente da marcha atrás y apenas miran, sin importarles lo que hay detrás, y otro porcentaje apreciable, no sabe cómo hacerlo de forma correcta.
Hay que reconocer que en un “tal para cual”, los peatones tampoco tienen civismo al cruzar por donde no deben; es más, es raro que sepan cómo se debe de cruzar una calle. La mayoría se lanza por cualquier lugar, a cruzar como sea, y sin siquiera mirar los semáforos. Esto implica que los pasos de cebra están, aparentemente, para decorar las calles, porque ni los conductores los respetan, no los caminantes los usan. Si alguien se aventura a cruzar como debe ser, entonces, tiene que cederle el paso a los que andan motorizados, de lo contrario se juega la vida, y en teoría debería de ser lo contrario.
Hay que añadir, los perros callejeros que se multiplican sin control y que ocupan espacios en las ciudades, muchas veces de forma agresiva, ya que ni el Ayuntamiento, ni tampoco Salud Pública se dignan a tomar cartas en ese problema sanitario. Una vez hice un viaje a Santiago de los Caballeros, y por curiosidad me puse a contar los perros muertos por atropellos en la autopista de 160 kilómetros. Al final pude contabilizar más de veinte. En la Universidad Autónoma de Santo Domingo, Primada del Nuevo Mundo, aparecen canes sarnosos hasta dentro de las aulas. Antes eso se controlaba, y en tiempos de la tiranía hasta se lavaban las calles de noche, pero hemos ido involucionando. Otras plagas son más difíciles de controlar como las ratas y los mosquitos, que son las que más afectan a la población.
Deberían de aprovecharse ciertas actividades como la llamada Feria del Libro, la cual abarca mucho más que eso, para enseñarles a los niños, aparte de cómo hojear un libro, el aprender a cruzar una calle, o a lavarse las manos después del desayuno escolar, o bien, a depositar la basura en las papeleras, y así por el estilo. Si los escolares son llevados a la Feria a corretear, a fastidiar, y a tomarse un día de asueto tanto ellos así como también su profesores, entonces, lo que están es perdiendo un tiempo que debería de ser aprovechado en actividades más útiles para los alumnos. Es importante que se les expliquen las actividades y lo que se exhibe en la Feria.
En la calle también se producen otras prácticas curiosas. Por ejemplo, algunos “cuidadores” de vehículos prácticamente “parcelan” las vías y las convierten en garajes privados nocturnos, naturalmente, “administrados” por ellos. Otros “cuidan” el auto y se muestran prestos para cobrar o pedir una propina, pero si ocurre algo, como podría ser un robo, no aparecen para dar la cara. En la playa de Boca Chica hay restaurantes y hoteles que también parcelan el agua del mar, pero lamentablemente, la privatización ilegal de las playas se da en todas nuestras costas.
Cada rato veo conductores que ocupan dos carriles de la calle al transitar, o conducen por el carril de la izquierda a baja velocidad, “porque así es como a ellos les gusta manejar”. Hay quienes aparcan en doble fila frecuentemente, o no respetan las líneas dobles del medio de la vía. Otros son más incívicos todavía, e intentan colarse por cualquier “hueco” en la calle, irrespetando los carriles, quizá pensando que andan sobre una bestia de carga. Debido a la falta de señales, a la apatía, a la desidia y a la poca educación, muchos conductores tampoco respetan las calles de un sólo sentido, e incluso, algunos de ellos provocan grandes tapones por no querer ceder. Los camioneros son los más salvajes y no respetan a los demás conductores, ni tampoco las indicaciones de tránsito, y no digamos nada del escándalo que arman con sus señales acústicas sin tener en consideración si hay hospitales o clínicas.
Los vehículos con alarmas, que tanto abundan, cuando suenan, el último en enterarse normalmente es el dueño, después de haber molestado a medio vecindario. Cada vez que ocurre un apagón, la calle El Conde tiene tanto ruido producido por las plantas eléctricas, que aquello parece una "sinfonía para ruido y orquesta".
En las aceras se encuentran negocios de todas clases, desde “frituras”, hasta bares, pasando por peluquerías, talleres de reparación de vehículos, ventas de frutas, de flores, de pollos, cachorros de perros, mascotas, dulces, cuadros, casetes y películas pirateados, antenas de TV, cargadores de celulares…y de todo aquello que se mueve en la economía informal. Y no digamos nada de los “espontáneos” que se sientan en la puerta de su casa, a tomar un trago o a conversar, o simplemente porque tienen calor. Lo bueno es que existe el criterio generalizado de que la acera pertenece a la casa, y por lo tanto, pueden hacer con ella lo que les venga en ganas. En realidad la acera es para los peatones, y pertenece al Ayuntamiento.
A propósito del cabildo, si el alcalde ordena talar los árboles, que sirven entre otras cosas, para bajar la temperatura en este país tropical, y sin dar una explicación convincente, está cometiendo una agresión por partida doble: contra la propia naturaleza, y contra los ciudadanos quienes pierden un espacio de sombra para compartir, o simplemente para estar descansando. Entonces, que no se extrañe por las quejas y por las protestas.
Otros munícipes son menos pasivos y ocupan la acera a todo lo ancho, o una plaza de aparcamiento en la calle, para jugar dominó, o más bien, “rominó”, porque juegan y beben un trago de ron o apuran una “fría” (cerveza).
Aquí cualquiera convierte cualquier acera en un perfecto “car wash”, es decir, en un lavadero de vehículos. Pero lo mismo hacen en los parques públicos: en el Eugenio María de Hostos, en la zona verde de la calle José Gabriel García esquina calle Pina, o en el mismísimo Parque Colón, en pleno centro histórico de la ciudad, declarada como Patrimonio Cultural de la Humanidad, los lavadores de autos ponen a ¡secar las alfombras en los bancos del parque!, y la Policía Turística ni se inmuta por eso. Yo no estoy propugnando que esas personas quienes se quieren ganar la vida honradamente, se dediquen a robar o a vender drogas, sino, que se organice esa actividad, sin perjudicar a los demás y al entorno.
Existe un hábito muy arraigado culturalmente el cual es una forma grosera de malemplear la tecnología, y consiste en escuchar la música a todo volumen por la ciudad y a cualquier hora. Esto implica que un energúmeno que tenga ganas de “escuchar” la música que a él le apetece, puede despertar a medio barrio, con el equipo de su vehículo, a las tantas de la madrugada, sin que nadie le diga nada. Eso puede pasar por toda la ciudad, no sólo por las zonas de tolerancia, como serían la Feria, el Malecón, la Avenida Lincoln, o la Avenida del Puerto… Lo mismo sucede con las fiestas privadas; y de los “colmadones”, ni hablar, porque organizan un escándalo a diario. Todas estas costumbres son impropias de gente civilizada, aunque se vean como normales, repito.
En la confluencia de las avenidas Duarte y París, el escándalo es tan grande y tan estridente, con tantos ritmos y músicas, y tantos reclamos publicitarios acústicos simultáneamente, que no me extraña que hayan muchas personas con síntomas de sordera. Y en Navidad los decibelios aumentan hasta límites increíbles.
El espacio callejero nuestro está tan dislocado, que en algunas calles cada inquilino o propietario le pone el número a su casa que más le guste; eso trae problemas para la ubicación espacial del lugar, a los visitantes, a los mensajeros y repartidores, a los carteros, a la ambulancia y a los bomberos, a la policía…pero tiene la ventaja de que reafirman su gusto. ¡Qué criterio!
En el trato personal, hay demasiada gente que al hablar con otra persona, aunque sea desconocida, tienen que tocarla físicamente, en el brazo del otro, o en la espalda si están de pie; o, en la mano, o bien, cerca de la rodilla si están sentados; incluso, algunos golpean con fuerza y hacen daño.
Hay otros que comen tocando directamente con las manos cualquier cosa en la calle o en una actividad social, aunque tengan servilletas disponibles, entonces, se dedican a dar “palmaditas” en el hombro a los amigos que se encuentran, aparentemente dándoles un saludo cordial y afectuoso; pero en realidad, lo que están es limpiándose las manos en la ropa del conocido. Esta práctica es bastante frecuente, pero mucha gente no se da cuenta de ello. Para colmo, al final de una boda, o de un cumpleaños, o de cualquier celebración, terminan "arrasando" con todo, incluyendo las flores, los adornos y los globos, y se los llevan sin pedir permiso.
Ya se ha convertido en una costumbre proverbial, que en los condominios, quienes viven en la primera planta tienden a ocupar ilegalmente los jardines del edificio, y los de las últimas plantas consideran que los tejados les pertenecen por derecho propio. La ocupación de las plazas de aparcamiento de los otros es algo cotidiano en esos ambientes, lo mismo que el bloquear la salida de los vehículos de los demás. Si uno se descuida se "enganchan", y hasta le roban la energía eléctrica, o el agua, que uno paga.
No nos referimos a quienes amplían su espacio construyendo en los tejados habitaciones o “enramadas”. En el área de la Avenida Mella y en toda la Zona Colonial, existe un barrio, encima de otro barrio, incluso, hay quienes disimulan y fabrican en la parte de atrás del techo del edificio para que no se vea desde la calle. Esto no es exclusivo de nuestra ciudad, ya que es un recurso aprovechable en los países con una alta densidad poblacional, y que no tengan disponibilidades económicas.
La ocupación de terrenos también es típica del subdesarrollo, cuando el ordenamiento jurídico es muy frágil; y además, hay gente aprovechada, a quienes les gusta pescar en río revuelto. Aquí ocupan áreas verdes, terrenos privados, tierras cultivables, terrenos del Estado, espacios debajo de los puentes, las márgenes de los ríos, parques nacionales…inclusive, al Jardín Zoológico de Santo Domingo, le tienen ocupado un área estimable, y hace años que existe un barrio marginado dentro de él, y los sucesivos directivos del zoo, no han sabido cómo lidiar con la situación. El colmo es que sacan muertos de los nichos de los cementerios, sin permiso de nadie, para vender los espacios o para enterrar a un fallecido sin recursos.
Es lógico que los niños que están muy vivos quieran jugar, pero de ahí a delimitar una “cancha” en cualquier lugar, incluyendo lugares peligrosos, sin tomar en consideración a nadie, trae consigo las consiguientes molestias y perjuicios.
En la prensa nacional se ha escrito poco acerca de los cavernícolas del Malecón, o sea, de los que viven en cuevas. Cada vez que son desalojados aparecen otros nuevos. Esos “homeless”, o gente sin techo, sobreviven como mejor pueden, ocupando esos espacios, y ocupan el estamento más bajo de la pirámide social.
El Banco Central tuvo que amenazar con no admitir los billetes de banco garabateados, por los deterioros ocasionados, ya que hasta hace pocos años, mucha gente tenía la mala costumbre de escribirles consignas políticas, grafitis, números telefónicos, dibujos, caricaturas, listas de la compra, o cualquier otra cosa; aparte de la mugre y restos de todo orden que tenían. Conclusión, ya no tienen nada escrito, pero la mugre persiste.
Los propios dominicanos nos provocamos innecesariamente más estrés de la cuenta, por vivir en la incivilidad. Observen un semáforo cuando no hay energía eléctrica, y notarán que nadie quiere ceder el paso, y al final todos pierden tiempo por esa conducta tan obcecada. Una vez yo pude ver a una pareja de nórdicos muertos de la risa, una tarde en que el semáforo estaba averiado, en la esquina formada por las avenidas Bolívar y Tiradentes, porque ningún vehículo quería dejar pasar al otro.
Los ruidos innecesarios son también otra fuente de tensiones, y no digamos nada de ciertas músicas estridentes. Hay choferes, empleados de colmadones, o vendedores de casetes y discos compactos, que soportan una “música”, que más bien parecen ruidos rítmicos, y eso durante horas y a todo volumen. Otro capítulo aparte merecen los “jevos”, con sus “musicarros” o “musiyipetas” (autos o vehículos todoterreno con equipos de música potentes) que al pasar por delante de las casas hacen vibrar las puertas. Al final ellos terminan medio-sordos, por mas blindados que tengan los tímpanos. También se produce muchísimo ruido innecesario durante las interminables campañas políticas…
No digamos nada de la costumbre tan dominicana de hablar en voz alta, o bien, de comunicarse oralmente como si estuvieran peleándose, con mucha dramatización. Esos son hábitos del campo, donde a veces la gente rural tiene que salvar grandes distancias para comunicarse a viva voz. Si a eso le sumamos la humedad reinante del trópico que magnifica los sonidos, tenemos un panorama francamente negativo. Yo presencié el caso de un señor en una parada del “subway” elevado en Queens, N. Y., que hablaba por su teléfono móvil en un extremo del andén, y su voz se escuchaba en el otro extremo. Naturalmente, era dominicano.
En otros países piden disculpas por el menor roce, y aquí avasallan, pisotean a uno, incluso, golpean o empujan por las calles, y no reparan en ello. Aquellos desaprensivos que tiran basura a las calles merecerían una multa, como mínimo; la mayoría de los que acuden a los parques, al levantarse del banco deja ahí mismo su basura, teniendo dónde depositarla; lo mismo que los que escupen y se suenan las narices en plena vía pública, en el cine, en el aula o en cualquier lugar. Esa gente constituye un peligro sanitario permanente, porque la mucosidad cuando se seca, es respirada por alguien y así se propaga la gripe, la tuberculosis, o lo que sea.
En los transportes públicos se producen muchas situaciones engorrosas, por culpa del mal uso del espacio. Aunque haya poco sitio, hay pasajeros que pretenden ir con las piernas abiertas “descansando” su pierna sobre la otra persona, o con el brazo hacia atrás encima del espaldar del asiento, como si estuvieran en la sala de su casa; o bien, se tiran encima literalmente de quien está ya dentro al montarse. De la misma manera, cuando llevan paquetes no reparan en el otro que está al lado. En los autobuses hay pasajeros que monopolizan una ventanilla, sin considerar a los demás, y así sucesivamente. En los ascensores los que van a entrar no dejan salir a los que quieren hacerlo, y los que salen deberían de tener preferencia, por lógica.
En esta ciudad hay pocos mingitorios públicos, y no es raro ver a taxistas o choferes escudados tras las puertas de sus vehículos haciendo sus necesidades. De noche hasta las mujeres hacen lo mismo en cualquier calle secundaria.
Entre algunos sujetos sin escrúpulos y sin ética, se ha puesto de moda el piropear en la calle a mujeres que andan acompañadas por hombres, que pueden ser esposos, novios, conocidos, o simple amigos, y esa es una forma grosera de no respetar el territorio de los demás.
Esto ya ha provocado muertes violentas.
Es tanta la tensión y el estrés que produce una vida tan atropellante y agresiva, por culpa de nosotros mismos, que no es de extrañar la gran cantidad de personas que padece de presión alta en la República Dominicana, y que cada día hayan más y más jóvenes sufriendo ataques cardíacos, según atestiguan los cardiólogos. Parece ser que la emoción, la excitación y el vivir en el caos, – y de intentar “pescar en río revuelto” – por no decir, en un gigantesco arrabal, son más importantes aquí que la salud y los buenos modales…o es que acaso nos encaminamos hacia una reedición de un "viejo oeste" al estilo dominicano.