Desde este martes, en el marco del III Festival de Documentales de Caracas, que organiza la Fundación Distribuidora Amazonia Films, el autríaco-francés Hubert Sauper, uno de los más premiados realizadores de documentales del mundo, dirigirá un Taller de Realización de Documentales, con el que espera transmitir su modo de entender un género en plena pujanza. Fue candidato el año pasado al Oscar por "La pesadilla de Darwin", que retrataba la explotación, las injusticias y el efecto de la globalización en el lago Victoria, de donde salen aviones cargados de pescado para regresar repletos de armas con destino a los conflictos civiles africanos. Sauper, quien ahora trabaja en un nuevo proyecto que rodará en diversos países y del que es reacio a dar detalles "por seguridad", considera que por encima de la denuncia en sí, está la forma de llevarla a cabo.
– ¿Qué objetivos tiene el Taller de Realización de Documentales que va a dar en Caracas?
Intentar contar cómo hablar de los problemas del mundo con un lenguaje preciso, cómo desarrollar un cine creador, capaz de hacer comprender cosas que ya sabemos. Porque no es lo mismo saber que comprender. Sabemos que hay guerra en Irak, pero verla a través del arte es es diferente. En Venezuela, deseo mostrar en lo posible el fondo intelectual de mi trabajo, la complejidad de las motivaciones, estrategias y métodos. Se requieren años de reflexión, de investigación y de encuentros, así como varias horas de rodaje para realizar películas tan simples.
– Se ha dicho de usted que es una especie de guerrillero de la cámara, de provocador o visionario…
Sólo hago un trabajo de concienciación. Los políticos, especialmente los que detentan el poder en Occidente, son incapaces de guiar e incluso de actuar. Sólo pueden reaccionar, frente por un lado al mercado y sus altibajos, y por otro frente a la opinión pública. El problema es que esa opinión pública es algo muy abstracto. No se sabe cómo llegar a ella. A partir de la experiencia de mis películas, creo que he conseguido una especie de cóctel químico, a base de ingredientes que son conocidos aisladamente: la guerra, la explotación humana en Africa, los niños en la calle, la prostitución… todo eso mezclado explota como algo nuevo. Casi todo está ya contado, lo importante es el modo de contarlo. La historia de amor entre un hombre y una mujer es algo muy cotidiano, pero una buena película de amor puede llegar a emocionarnos. La clave está en encontrar la fórmula. Yo no trato de descubrir escándalos. No descubro nada que no se sepa.
– ¿Por qué cree que estamos viviendo la actual pujanza del documental, especialmente del socio-político?
Técnicamente muchos intelectuales tienen ahora acceso a los medios técnicos de expresarse con una cámara. Hace 15 años, cuando yo acabé de estudiar, aún sufríamos muchas limitaciones, cuando sólo teniamos el 16 mm como formato de expresión. Por otro lado, hay ahora un cine documental que tiene éxito porque existe una necesidad creciente de entender el mundo, un deseo y una necesidad. Y la televisión no llega a cubrirla, ya que su propio lenguaje la autoneutraliza. En TV hay demasiada gente que no sabe trabajar con imágenes.
– Hoy en día casi cualquiera puede tomar una cámara digital y montar con su computadora una película o un documental. ¿Hacia donde piensa que nos lleva esto?
Vivimos el mismo proceso que cuando empezó a generalizarse la escritura. Se sabía escribir, pero no todo el mundo se convertía en escritor. Pienso que en este momento demasiada gente agarra una cámara. Hay una inflación de imágenes alucinante. Es demasiado fácil filmar. Pero se trata de algo pasajero, pronto quedarán sólo los que tienen talento e ideas. Porque lo que es cierto es que las cosas para contar son inacabables. Mi trabajo es buscar cómo contarlas.
– América Latina se ha convertido en los últimos años en escenario de cambios muy importantes. ¿Qué le sugieren?
El sistema actual en el Hemisferio Norte, ese bloque Norteamerica-Europa-Japón, ya no propone nada… salvo el consumo. Así que toda alternativa es bienvenida. No sé hacia donde va América Latina o el resto del planeta. Los visionarios que creen ser capaces de predecir cómo será el mundo en el futuro suelen equivocarse. Pero lo que si pienso es que en Occidente la sociedad actual no es sólo destructora, sino además suicida.
– Usted apenas ha incursionado como realizador en la ficción. ¿Qué encuentra en el documental que no le dé la ficción?
Hacer documentales es participar en la aventura de la vida. La ficción, por contra, resulta una aventura pero sin salir de tu cabeza. Si te dedicas al documental, te proyectas como individuo en universos tan increibles… Por ejemplo en "La pesadilla de Darwin" me moví entre soldados africanos, niños, prostitutas, pilotos rusos. Y así la impresión necesariamente es más fuerte que si lo lees o te lo cuentan. Siempre contarás mejor una historia de amor si la has vivido. Creo que es bastante frecuente hoy en día que los escritores y cineastas basen sus obras en libros y películas de otros creadores anteriores, mucho más que en la experiencia propia. Se me ocurre que es como si dieran resultado a obras de "segunda mano"…
– ¿Le abrió muchas puertas el estar nominado al Oscar por "La pesadilla de No, al revés, me ha cerrado puertas. No necesitaba ir a Hollywood para conseguir financiación en Europa para mis películas. La sobrexposición de mi trabajo y mi persona me está perjudicando. Ahora soy más conocido por el "enemigo". Los industriales y los jefes de estado africanos, que antes pasaban de mí, ahora ya me tienen miedo y pueden llegar a ser peligrosos.
– ¿Es Africa el continente que más le inspira?
Todo el mundo se parece mucho, y los esquemas se repiten en todas partes. Yo no he hecho films sobre Africa, sino sobre nuestro tiempo, sobre Europa, pero hechos en Africa. Porque allí todo es más transparente, más palpable. El abuso de poder se ve cada día, mientras que en Wall Street se hace a través de ordenadores y nadie se entera.